¿Qué “Calidad Educativa” necesita nuestra sociedad? ¿Es posible imaginarla con personas que son objeto de diversas manipulaciones? ¿Qué rol debe cumplir el pensamiento crítico, la “capacidad de razonar”?
La capacidad de argumentación —valorada enormemente dentro
del pensamiento socrático—, es uno de los pilares sobre los que se construye la democracia.
Desafortunadamente, en un mundo orientado a maximizar el
crecimiento económico, este ideal socrático se ve en serias dificultades. En
primer lugar, porque se considera que la capacidad de pensar y argumentar
autónomamente es algo de lo que se puede prescindir, y en segundo lugar, porque
la tendencia a la estandarización de la evaluación impide apreciar el
desarrollo de esta capacidad socrática.
El autoexamen —aunado a la capacidad de razonar—, permite a
las personas tener claridad en sus objetivos e independencia de criterio (no
ser un sujeto fácilmente influenciable y manipulable), e invita a respetar el
criterio de los otros. La capacidad de autoexamen, de discernimiento y de
argumentación, forman parte de la cultura política en las sociedades
democráticas, en cuyo contexto juegan un papel fundamental la cultura del
disenso individual y la cultura de la responsabilidad, ante las ideas y los
actos propios. Esto es aún más significativo en aquellas sociedades —como la
colombiana—, donde hay diversidad de etnias, religiones, tendencias ideológicas
y tradiciones, en general.
Para la autora, el pensamiento socrático debe abordarse
desde edades tempranas, reflejarse tanto en los contenidos curriculares como en
las metodologías pedagógicas y sistemas de evaluación, sin dejar de lado que se
requiere su presencia en el ethos de la institución misma.
La defensa que hace Nussbaum de la presencia del pensamiento
socrático en la educación se basa, en gran medida, en los aportes de John Dewey
y Rabindranath Tagore. El primero de ellos, defiende el pensamiento socrático
por considerar que los métodos educativos convencionales generan pasividad en
los alumnos, lo cual es «fatal para la
democracia, ya que ésta no puede sobrevivir si sus ciudadanos no son seres
activos en estado de alerta». Por ello, Dewey invitaba constantemente a:
(a) transformar el aula en un «espacio
del universo real» donde se debatan problemas de la vida misma y se logre
que los alumnos sean personas activas, desarrollen sus capacidades
intelectuales, asuman posturas frente a problemas de la vida real e interactúen
con los demás; (b) fomentar actividades cooperativas que permitan el
aprendizaje de la ciudadanía a partir de la realización de proyectos en común
con un espíritu a la vez crítico y respetuoso, y que además estimulen la
valoración de las labores manuales y los oficios. En resumen, en esta propuesta
los niños y las niñas no asumen una actitud de receptores pasivos «sino que aprenden mediante su propia
actividad (social)».
La propuesta pedagógica de Tagore, por su parte, se
caracterizó por: el cultivo de la capacidad de comprensión y de integración
para el avance de la humanidad mediante una educación que coloque el acento en
el aprendizaje global y la autocrítica propuesta por Sócrates; conceder
importancia central a las artes para el desarrollo pleno de la personalidad;
rechazar las «tradiciones inertes y restrictivas
que impedían a los hombres y mujeres desarrollar todo su potencial humano»;
defender las libertades individuales; fomentar la capacidad de pensar por sí
mismo y de participar en las decisiones culturales y políticas; mostrar
sensibilidad ante la carga desigual que suponían las tradiciones para las
mujeres; defender la atribución de poder social a las mujeres. En cuanto a la
implementación de estos principios, la escuela de Tagore se distinguió por la
realización de clases al aire libre, un programa curricular totalmente
atravesado por las artes y las disciplinas humanísticas, la preeminencia de la
mayéutica socrática y la incorporación de la dramatización como método para
fomentar el pensamiento socrático.
Infortunadamente, según el diagnóstico presentado por Martha
Nussbaum, el ideal socrático está muy cerca de desaparecer: las naciones
democráticas de distintas partes del mundo le están restando valor e
importancia a aquellas «aptitudes y
capacidades indispensables para conservar la vitalidad, el respeto y la
responsabilidad necesarios en toda democracia», pero que resultan
antagónicos al modelo de desarrollo que pone énfasis en la rentabilidad.
Para la autora, es necesario que el pensamiento crítico se
incorpore a la metodología pedagógica de las distintas asignaturas; lo cual
implica, entre otros, enseñar a los estudiantes a recabar información de
diferentes fuentes, evaluar la validez y pertinencia de los datos obtenidos,
elaborar trabajos escritos con argumentos fundamentados y contrastar tales
argumentos con los que se presentan en otros textos. Sumergirse de manera
activa en el pensamiento socrático exige el dominio de las estructuras
argumentativas, aplicando dicha experticia en debates al interior de las clases
y en la redacción de escritos que han de ser evaluados cualitativamente por los
profesores. En este punto, yo agregaría lo siguiente: estas actividades que
permiten desarrollar en los estudiantes el ejercicio de la ciudadanía y la
interacción política respetuosa, van de la mano con la promoción de un alto
grado de adscripción a la cultura escrita, a sus distintos cánones y a los
conocimientos procedimentales que le son propios.
Todo ello, señala Nussbaum, requiere que se trabaje con
grupos pequeños, para permitir la interacción entre estudiantes y profesores,
la evaluación cualitativa de las interacciones en el aula y de los escritos de
los estudiantes, con comentarios que retroalimenten la capacidad de
argumentación crítica.
Extraído de:
Educación significa “educación para la ciudadanía
democrática”
Giovanna Carvajal Barrios
Profesora de la Escuela de Comunicación Social de la
Universidad del Valle. Comunicadora Social y Licenciada en Música, Magíster en
Comunicación y Diseño Cultural. Actualmente realiza el doctorado en Ciencias de
la Educación de Rudecolombia-Universidad Tecnológica de Pereira.
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