La idea de Calidad Educativa es sumamente compleja, está relacionada con múltiples factores, entre ellos con la Equidad Educativa, y esta con el fracaso escolar ¿Qué significa el “fracaso escolar”? ¿Cómo se genera? ¿Cómo se expresa?
Nada más complejo que describir la realidad que nos circunda
debido a la variedad de factores y dinámicas que confluye en ella. La realidad
escolar no escapa a esta complejidad: procesos de inclusión y exclusión
educativa, entornos de vulnerabilidad o riesgo, dinámicas de desenganche,
desafección o de éxito escolar, dinámicas contradictorias que conviven en un
mismo ámbito o entorno. La realidad educativa no deja de ser contradictoria, y
por qué no, interpelante sobre todo ante la realidad del fracaso escolar.
Las cifras educativas evidencian esta realidad
contradictoria. Mientras que el progreso educativo de la población en la última
década ha sido grande hasta alcanzar la plena escolarización, de la mano del
crecimiento económico, los índices tan altos de fracaso escolar no dejan de
inquietar y preocupar, ya que no responden a los niveles de renta, al nivel de
escolarización en Infantil y Primaria, y a los altos índices de estudiantes
universitarios. La escuela, como realidad inserta en la sociedad actual, no
escapa a un conjunto de nuevas dinámicas dualizadoras propias de las sociedades
tecnificadas. Tal y como señala Tezanos no porque la economía crezca va a
disminuir el número de excluidos; extrapolando esta afirmación al ámbito
educativo, no porque se incrementen los niveles de escolarización disminuye el
número de jóvenes en riesgo de exclusión, sino más bien se incrementa. “Paradojas del tiempo hace que, además, a
medida que se pretende democratizar el sistema educativo y extender su
escolaridad, mayor número de excluidos genera” (Bolívar y López).
Los datos del fracaso (índice de repetición de curso,
absentismo escolar, tasa de idoneidad, porcentaje de población que alcanza el
Graduado en ESO, abandono escolar temprano, resultados PISA) no dejan de ser
inquietantes, generan desencanto, incertidumbre y un conjunto de interrogantes
que abren la puerta a la reflexión sobre la misión y funciones de los sistemas
educativos que no pueden considerar el fracaso escolar como un problema
enquistado sin solución, y las dinámicas progresivas de exclusión educativa
como un mal menor o el precio a pagar en aras a la democratización del acceso a
la
enseñanza. Linda Darling-Hammond en su obra de referencia “El
derecho de aprender. Crear buenas escuelas para todos presenta este desafío a
la renovación educativa. Si durante el siglo XX existió un reto importante que
consistía en proporcionar una escolarización mínima y una socialización básica
a los ciudadanos que no tenían acceso a la educación, el siglo XXI, en su
opinión, debería hacer frente a otro reto distinto que pasa por garantizar
desde la escuela “a todos los estudiantes y en todas las comunidades el derecho
genuino a aprender”.
El fracaso escolar y la exclusión, por tanto, no es una
entelequia. El índice de fracaso escolar que recogen las cifras, aflora,
frecuentemente como la punta del iceberg de un problema más profundo y
complejo, que hace correr ríos de tinta y la proliferación de noticias sensacionalistas.
Pero el dato, frío y objetivo, no puede hablar por sí mismo, no es todo lo
elocuente que debería ser, ya que tanto en su obtención como en su
interpretación no suele existir toda la transparencia que buscamos. Las cifras
al leerlas ofrecen bases suficientes para una primera aproximación y para tomar
conciencia de la existencia de esos rostros que dejan ver las marcas que
producen en ellos una serie de procesos que los abocan a una situación de
vulnerabilidad y riesgo escolar. Pero tal y como afirma Perrenoud, el fracaso
escolar tiene otras muchas expresiones, además de las propiamente académicas,
pues suele irradiarse en los ámbitos personales, afectivos, sociales y morales,
tiene conexiones con las políticas educativas y sociales, con las medidas y
soluciones estructurales y curriculares adoptadas por un centro, y con el
quehacer profesional y las condiciones sociales y laborales que afectan al
trabajo docente.
Detrás de cada cifra hay una persona que en medio de unas
circunstancias, espacio- temporales experimenta una quiebra que determinará su
ser y su obrar en el futuro. El fracaso es una experiencia, un camino que se
recorre rodeado de unas circunstancias determinadas. Según se avanza en él se
proyecta y adquiere una visibilidad en el entramado social, institucional y
personal que rodea la vida de quien lo experimenta (Escudero). Por este motivo
las cifras cobran valor cuando se hace una lectura contextualizada de las
mismas, teniendo como clave de interpretación las condiciones que han rodeado
la historia de que son reflejos. Un dato académico tomado en abstracto tan solo
nos indica la existencia de una realidad, es meramente descriptivo, sin
embargo, un dato leído a partir de las condiciones personales, académicas, las
medidas del centro, los programas seguidos para tal situación, cobra una nueva
luz y significado y contribuye en la profundización de las raíces que generan
ese fracaso. Las cifras reclaman la comprensión desde una epistemología y una
ética que sea el umbral de la mejora.
Extraído de:
De la epidermis al
corazón: la búsqueda de la comprensión del fracaso escolar y la exclusión
educativa
Autores
José Manuel Martos Ortega y Jesús Domingo Segovia
Grupo de Investigación FORCE y Universidad de Granada
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