jueves, marzo 06, 2014

La literacidad académica: un asunto más allá de los resultados


Consideramos que pocos aspectos están más relacionados con la Calidad Educativa que la comprensión lectora y las capacidades relacionadas con la lectura y escritura ¿Qué es necesario tener en cuenta al respecto, en la formación docente? ¿Cuál es el rol de la investigación? ¿Y el de la lectura y escritura? 
 


Se comentan en el ámbito académico colombiano los resultados obtenidos por los estudiantes de los últimos años de bachillerato y la correspondiente clasificación de nuestro país en los últimos lugares  en las pasadas pruebas Pisa (2013), dejando de esta forma un debate abierto sobre las posibles causas del desempeño de  nuestros jóvenes en dichas pruebas internacionales. Recordemos en que consisten estas pruebas:

El Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA) es una prueba elaborada por la OCDE, con aplicación cada tres años desde 1997. México se incorporó al programa en el año 2000. Esta evaluación la resuelven estudiantes de 15 años en más de 60 países en el mundo; PISA evalúa competencias en tres áreas: matemáticas, ciencias y lectura. Esta prueba busca conocer en qué medida los estudiantes de 15 años han adquirido los conocimientos y habilidades relevantes para participar activa y plenamente en la sociedad moderna.

Con todo lo anterior, es urgente girar la discusión un poco y dejar de apuntar a culpables, y revisar  con mayor detenimiento las posibles causas de dicho desempeño, además de empezar a implementar de forma paulatina y con firmeza estrategias de intervención continua que ayuden a mejorar la calidad educativa.

Para empezar hablemos de la cualificación docente. Sin duda es uno de los temas que mayor apoyo puede brindar: la vocación docente es un compromiso digno de admirar, y más aún cuando se enriquece con un mejoramiento continuo, con acceso a temas que conduzcan al fortalecimiento de la pedagogía y la didáctica.

No obstante, es preciso recordar ciertas condiciones de nuestro contexto, lo que implica quizá el mayor reto para el docente de hoy: el orden público, la difusión de nuevos valores en ciertos sectores de los medios de comunicación, el subvalorado aprecio a la formación profesional, entre otros, son los más fuertes desafíos que enfrentan el mundo educativo y el entorno social.

Por tanto, la gran misión de la Educación Superior es lograr no sólo retener al estudiante, sino también mostrarle las inmensas  posibilidades que subyacen en el proceso educativo; en este sentido debemos formar estudiantes que descubran cómo su paso por la universidad es también esa posibilidad de comprender con importantes herramientas el contexto que les rodea,  mostrarles las oportunidades que les brinda,  de la mano de unas capacidades que demandan; es mostrarles que estudiar realmente es el mejor proyecto vital y que no se limita a un mero trabajo asignaturista, que si bien propende por una formación especializada, también debe plantearle una formación para la vida y para el medio.

En virtud de lo anterior, no es suficiente preocuparse por las alarmas encendidas luego de unas pruebas externas; desde el mismo ingreso a la educación superior, esta debe indagar por las necesidades constantes, por el desempeño en cada etapa, por las motivaciones profesionales y personales, por su proyección y rol social.

Otro tema que deben plantearse las universidades: el deber de promover la investigación. Como docente investigadora puedo decir que los mayores aprendizajes en relación con mi campo disciplinar los he obtenido en la labor de investigación y escritura académica, lo que me hace pensar en el valioso tiempo que desaproveché lejos de la investigación durante el transcurso de mi formación universitaria. Quiero resaltar con esto el inmenso valor de los semilleros de investigación, espacio de grandes aprendizajes y sobre todo para la formulación de preguntas sin cansancio. Por supuesto, el valor del tiempo y aprendizaje en las aulas de clase es importante, pero es un espacio pequeño, que como buen detonante debe conducir al estudiante a otras experiencias, a más lecturas, a la escritura y a la investigación, actividad que muy seguramente conduce al más significativo y perdurable proceso de alfabetización académica, a la literacidad en su mejor expresión.

Ahora, puedo decir que creo con firmeza en la educación superior y en las competencias que esta brinda, pero la educación básica sufre grandes problemáticas que involucran a una población joven, inexperta, que carece casi siempre de proyectos  y que ni imagina que necesita formarse en competencias; personalmente, la investigación en la básica puede ser un gran motor de ayuda, para promover en ellos una verdadera inquietud hacia el conocimiento, mostrándoles como pueden ser parte de la solución a muchos problemas,  incluso de orden social de la mano de la academia, por ello también la necesidad de docentes y directivos que defiendan con toda convicción la investigación.

Es por ello que el tema principal de la formación en competencias debe apuntar muy especialmente al ejercicio continuo de la lectura y de la escritura (sobre todo en contextos educativos virtuales); una lectura crítica que lleve a la discusión y que invite a evaluar la actualidad y la contingencia, que convoque a otras lecturas de forma permanente, que no se quede simplemente en la posibilidad de evocación, sino de construcción y de continuas preguntas, que sólo otras lecturas ayuden a resolver, para de esta forma, formular nuevas lecturas; lecturas que faciliten el diálogo entre diferentes disciplinas del conocimiento y que exijan pensar, definir, indagar.

Con respecto a la escritura, es una competencia fundamental que debe promoverse con fuerza, y la academia tiene también un compromiso y responsabilidad en este ámbito de formación. Podrían pensar muchos que todos no deben o no pueden ser escritores, no obstante, si se habla de una formación profesional que implica unos procesos de alfabetización en lectura, escritura, análisis, resolución de problemas, entre otros, dicha formación podrá evidenciarse con rigor también en el ejercicio de la escritura. En este sentido, todo profesional tiene la posibilidad de escribir sobre su propio saber, sobre su oficio y las reflexiones que de ello se desprenden; como bien lo dice el autor Bernardo Peña Borrero

La escritura le permite al maestro sacar a la luz lo que estaba implícito en su mente, convertir el pensamiento en algo tangible que se puede detener, examinar, organizar, interrogar, reescribir, editar. La escritura lo lleva a descubrir facetas inéditas de su trabajo que nunca había visto antes con tanta claridad. Lo hace más sensible para detectar la falta de conexión entre hechos o ideas cuya relación le había parecido obvia en principio. Lo obliga a profundizar mucho más en su reflexión y a ser mucho más cuidadoso con lo que dice.

Por supuesto, propongo la cita anterior, para todas las profesiones, pues finalmente en cada una de ellas debemos ser agentes propositivos e innovadores, y creo sin titubear que es la escritura el espacio, habilidad, competencia que permite evidenciar toda una serie de condiciones y niveles en nuestro proceso de alfabetización.

Quiero concluir esta reflexión recordando que es nuestro deber demostrarles a los estudiantes que la educación y el desarrollo de competencias, no sólo son un mecanismo de movilidad social y económica, sino su mejor inversión personal; si logramos algo de esto, muy seguramente no serán unas determinadas pruebas nuestro “termómetro” de calidad, será la misma sociedad, inquieta, lectora y con deseos de escribir (producir significados),  la que nos indicará los más reales y exactos resultados.


Extraído de
Cómo citar el artículo
Sanchez Ceballos, L. M. (2014). La literacidad académica: un asunto más allá de los resultados. Revista Virtual Universidad
Católica del Norte, 41, 1-3. Recuperado de http://revistavirtual.ucn.edu.co/index.php/RevistaUCN/article/download/460/970

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