La pandemia sacude a la sociedad. En educación, como en los demás problemas que plantea la pandemia, se necesita una acción unida y consensuada de los ciudadanos. Ésta será factible cuando el actual Ejecutivo actúe efectivamente como líder moral de la nación y convoque a todos los mexicanos a unirse, a cumplir las reglas sanitarias y a apoyar el trabajo del sector salud.
Su dimensión es global. Quienes sufren y mueren no
son sólo los miembros de un partido, es todo el pueblo, la sociedad entera.
México, todo, se está hundiendo en la crisis más grave que vive desde la
Revolución Mexicana. En este contexto resulta anticlimático (por no decir
mezquino) que el Presidente de la República conserve su actitud de beligerancia
y descalificación ante quienes no comparten sus opiniones.
Esa belicosidad recurrente desmoraliza, no levanta
sino deprime el ánimo colectivo. En educación se vive un desastre de
dimensiones incalculables y el balance, desde todos los puntos de vista, es
negativo: las escuelas han cerrado y no sabemos cuándo volverán a abrir; hay
deserción de alumnos, clausura de escuelas privadas, quebrantos en negocios
asociados a la educación como son papelerías y librerías, pérdidas en las
finanzas de la educación pública, etc.
La pérdida histórica: una brecha de tamaño
indeterminado (¿uno, dos años?) en la transmisión cultural de la sociedad
mexicana. Esa pérdida es irreparable. Quienes piensan que tras el regreso a las
escuelas se puedan crear programas compensatorios para cubrir esa brecha se
equivocan.
Se justifica, claro, el esfuerzo que realizan las
autoridades para hacer llegar a los hogares contenidos educativos a través de
la televisión o de la red. Pero es difícil esperar mucho de esa acción. La
televisión no va a substituir nunca a la escuela, imposible reemplazar a la
relación personal maestro-alumno.
Nunca los maestros debemos olvidar que la educación
es el (auto) aprendizaje realizado por el alumno. Ésta es la principal
dificultad que enfrentan los métodos de educación a distancia que exigen del
alumno dosis elevadas de atención, concentración, disciplina y perseverancia,
tan elevadas que muchos alumnos fracasan en el empeño. Lo cual no debe
llevarnos a perder la esperanza.
Creo que lo padres de familia están llamados en
este momento a asumir un papel excepcional —y temporal— de
maestros-substitutos: con dedicación y cariño, ellos pueden guiar a sus
pequeños en el camino hacia el aprendizaje, de acuerdo a las circunstancias
concretas. Está científicamente demostrado que el amor materno es el principal
reforzador del aprendizaje.
La capacidad de respuesta del sistema educativo es
muy desigual. La SEP hace un esfuerzo desde el centro, es imposible saber con
exactitud cuál será el impacto de ese esfuerzo. A nivel de local, de comunidad,
los maestros seguramente no siempre tienen la posibilidad de contactar a sus
alumnos y sus esfuerzos por ayudarlos serán, por lo mismo, limitados.
En todo caso, el periodo de pandemia puede ser un
tiempo que se puede aprovechar en formación docente. Formación más en métodos
que en contenidos. No debemos perder la esperanza, pero hemos de mantenernos
activos o proactivos, atentos a las oportunidades de aprender nuevas cosas en
esta perpleja circunstancia.
Por: Gilberto Guevara Niebla
Fuente
http:
http://www.educacionfutura.org/la-educacion-frente-a-la-pandemia/
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