Pero queremos
repetir aquello que decíamos en los tres artículos anteriores de que la
educación de calidad adorna la vida de esperanza, de compromiso, de
universalidad y de futuro. Subrayábamos que el informe se estructura en torno a
la valoración del acceso universal a la educación, la equidad, las variables
referidas al aprendizaje en sí, la calidad de la educación apoyada también en
la formación inicial y permanente del profesorado. Asuntos todos sobre los que
hay que trabajar mucho en este momento, cuando la educación formal ha sufrido
tanto.
Toca hablar de
financiación; máxime ahora cuando los dineros destinados a hacer frente a
la pandemia en todo el mundo dejan en incógnita las necesarias inversiones
educativas. Cuando volvamos a las aulas hay que examinar si la educación de
cualquier país –lo centramos en España y América porque desde allí se visita
este blog- dispone de recursos económicos, traducidos en programas y
profesorado. Leamos el informe. Empezamos mal: “Uno de cada cuatro países no
cumple ninguno de los principales objetivos de referencia sobre financiación
para los gobiernos esbozados en el Marco de Acción de Educación 2030”. Dice la
UESCO que para empezar medianamente bien hay que dedicar al menos el 4 % del
PIB a la educación. Claro que es difícil hacer lo que Suecia (7,7 %), Dinamarca
(7,6) o Islandia (7,5) pero ahí tenemos a Costa Rica y Belice (7,4) y Bolivia
(7,1). Preguntémonos cada uno, invitemos al alumnado, si hemos sentido durante
estos años alguna carencia de recursos; hagamos una lectura comparada de países
pues el informe proporciona suficientes datos (4,2 en España).
La pandemia debe
hacernos cambiar aquellos contenidos estáticos de los que tanto hablamos
normalmente en las aulas para acoger acontecimientos de alcance social, propios
de una ecoescuela abierta, como puede ser otra de las contundencias del
informe: “Las ambiciosas metas en materia de educación no se alcanzarán a
tiempo sin recursos adicionales, especialmente en los países más rezagados”.
Tomemos nota: de los aproximadamente 5 billones de USD que se destinan a
educación al año en el mundo, solamente el 0,5 % se emplea en los países de
ingresos más bajos mientras que más del 65 % se dedica a la educación de los de
ingresos más altos. Esto se llama injustica global, es un motivo más para que
aumente la explotación de los débiles en muchos países, para anular sus ilusiones
colectivas, para que la emigración multidireccional se convierta en una
espoleta social. Por eso, solo estos datos nos deben empujar a hacer las cosas
de otra forma. Ahí vamos.
En septiembre o
cuando sea, dialoguemos en clase, debatamos en los equipos pedagógicos si se
puede hacer algo para mejorar la situación. Si logramos encontrarlo, hagámoslo
llegar a sus autoridades educativas. Reclamemos sus respuestas. La escuela,
como impulsora de la mejora colectiva, tiene que posicionarse en demanda de la
justicia, al menos educativa. El marco de referencia de la Acción Educativa
2030 había señalado dos opciones presupuestarias dentro de las
necesarias políticas: destinar a educación entre el 4 y el 6 % del PIB o al
menos de un 15% a un 20% del gasto público total.
Otra alerta que
debe despertarnos y hacer emerger las verdades ocultas: las ayudas a la
educación están estancadas desde la crisis financiera de 2008. Tomemos de nuevo
notas para el debate escolar y social: “La proporción de la ayuda total a
la educación destinada a los países de bajos ingresos disminuyó del 25% en 2002
al 22% en 2016. Es más, durante el mismo período, a pesar de que el 35% de los
niños sin escolarizar en edad de asistir a la escuela primaria se encontraba en
los países más pobres, la proporción de la ayuda total a la educación
básica dirigida a los países de bajos ingresos se redujo del 37% al 27%.”
(Indicador 4.5.5. de los ODS). Cuando se habla de los mayores donantes, la UE y
otros, hay que decir a qué se destinan sus ayudas; no es lo mismo que vayan
dirigidas a universalizar una educación básica de calidad con profesorado bien
formado, que se conviertan en becas para que estudiantes universitarios de
países de bajos ingresos acudan a las universidades de altos. Un dato más: En
muchos países de ingresos bajos y medianos, los hogares asumen entre un quinto
y la mitad de todo el gasto en educación. Debatamos en nuestras ecoescuelas
sociales abiertas sobre la esperanza educativa universal. Situemos este asunto
vital en un lugar preferente de nuestra Web para animar a que toda la comunidad
educativa opine.
La pandemia no ha
hecho sino aumentar las desigualdades, dentro del mismo país y entre
diferentes. Dejó sin clase a más de 1.300 millones de niños en todo el mundo,
muchos sin la mínima ayuda escolar. Unesco calcula que el 40% en países de
ingresos bajos y medio-bajos; a estos habría que añadir los perjudicados en
países de ingresos medios-altos y altos. Si antes de la pandemia más de 250
millones de niños y niñas de entre 6-18 años (el 17% del total) estaban
excluidos de la educación, si la proporción de quienes completan la secundaria
estaba en 18 a 100 entre países con ingresos más bajos frente a los de altos, qué
pasará ahora. Todo esto sin fijarnos en la inclusividad, de la cual ya hablamos
en otra entrada del blog. Hace unos días conocimos el último
informe GEM “Todos significa todos”. Asegura que se corre el riesgo de
que la pandemia arrincone más todavía la inclusividad. Nos tememos que dentro
de unos años hablaremos de los estragos educativos en la “generación covid”.
Nada sale gratis;
las ilusiones tampoco. Pero si creemos de verdad que los ODS pueden mejorar el
estado global del mundo habremos de proponer esperanzas y buscar soluciones imaginativas.
Quizás cada uno desde nuestra escuela. Al menos hablemos de estas cosas con el
alumnado, ayudémosles a forjar un pensamiento crítico, a rescatar el
significado de la palabra compromiso, a saber mirar en el espejo de los otros.
Cuando se reanuden las clases, hay que retomar el cuento –ilusión, relato,
creencia, fantasía, ensayo- de los ODS. Apenas tiene escritas las primeras
páginas, llenas de deseos; le han salido tachones por esto de la pandemia. Nos
está esperando; escribamos en él. ¿Llegaremos a darle un final feliz?
Fuente
Por Carmelo Marcén
Albero
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