- Hagamos de este momento único un proyecto
educativo global, en el que toda la comunidad educativa se vuelque en
construir el conocimiento necesario para enfrentarnos juntos a este reto.
Hagámosles partícipes. No hablemos de solidaridad, pongámosla en práctica.
Son tiempos inciertos. Y lo son
porque afectan a todo el mundo y porque parece que algo va a cambiar en
nuestras vidas de aquí en adelante. Aunque, si lo pensamos, no son menos
inciertos que los que viven y vivían millones de personas en el mundo, que
sufren hambre, abusos, guerras, epidemias… Sólo que ahora nos afecta a todos,
en mayor o menor medida.
Son muchos los esfuerzos que se
están realizando de manera silenciosa desde la comunidad docente. De la noche a
la mañana hemos pasado de dar clases de forma presencial, en centros
educativos, con ratios elevadas, a hacerlo telemáticamente, desde casa. Pero
desde que empezó el confinamiento no hago nada más que darle vueltas a qué es
lo que estamos haciendo realmente. Porque si algo está provocando toda esta
situación es que, una vez más, se agrande la desigualdad entre los estudiantes.
Esta situación no sólo no garantiza el derecho a la educación, sino que lo
dificulta por razones que ya se han explicado en profundidad en este mismo
medio en artículos como el que se publicaba recientemente de Jesús
Rogero.
Veo a compañeros y compañeras
terriblemente frustrados por no poder hacer llegar a su alumnado las tareas,
invirtiendo horas y horas en la búsqueda de canales para tratar de continuar
las clases y avanzar en el currículo. Y, ahora, en pleno momento de evaluación,
la cosa se va a complicar mucho más. Nos enzarzaremos en un frenesí de notas,
de actas y criterios de evaluación que no harán más que reforzar la idea de que
esta situación es muy compleja y de que, hagamos lo que hagamos, vamos a ser
injustos con los que más importan: los alumnos y alumnas.
Yo mismo puedo decir que más de
la mitad de mi grupo, todos ellos mayores de 16 años, no cuenta con un
ordenador para hacer las tareas, un tercio no dispone de la conexión a Internet
necesaria para poder realizar un seguimiento óptimo del trabajo a través de la
red y uno de ellos ni siquiera cuenta con un móvil para mantener una
comunicación diaria con nosotros, sus tutores. Y a todo esto se le suma que el cien
por cien de mis alumnos no tiene el apoyo suficiente en sus casas como para
generar los hábitos que se requieren para estos nuevos tiempos de educación
remota. Por lo que la mayor parte gastan más energías en eludirnos que en
avanzar en el temario. Y lo entiendo, porque en estos momentos inciertos,
¿quién puede estar pensando en operaciones matemáticas, más allá de aquellos
que las necesitan para desarrollar su trabajo estos días?
Y es que precisamente a eso me
refiero. Nunca fue tan significativo el uso de las matemáticas que en estos
tiempos. Cuando aparecen los datos de la curva de infectados o el número de
ERTE que se han registrado, no puedo evitar pensar en mi alumnado y sus
familias. ¿Sabrán interpretar estas gráficas? ¿Podrán decodificar los datos y
saber lo que está sucediendo realmente? Y cuando nos hablan de los virus y de
lo importante que es lavarse las manos, ¿tendrán en la cabeza lo mismo que yo
cuando imaginan un virus en sus manos? O cuando cada día un ministro anuncia
una medida nueva y nos hablan de lo importante que es la solidaridad y el apoyo
mutuo, ¿serán capaces de vislumbrar mínimamente lo que se nos viene encima?
¿Estarán preparadas sus familias para luchar por mantener sus salarios o para
solicitar el paro si llegase la ocasión? ¿Cómo elaborarán el duelo si pierden a
algún familiar querido a causa de esta terrible pandemia? ¿Y cómo podrán
hacerlo si, además, no pueden siquiera despedirse de él o ella? Pienso en ellos
cuando recibo una de esas decenas de noticias falsas que circulan por las redes
y me pregunto cómo les afectarán y si tendrán las herramientas para extraer el
grano de la paja.
No hago más que pensar en nuestro
papel en esta crisis. Y una vez más veo a muchos maestros y maestras obcecados
en la instrucción. Y recibo bromas y memes en los que hablan las familias que,
a pesar de todo, siguen viendo en nosotros a los privilegiados que hemos dejado
de dar clases, de cuidar a sus hijos e hijas, y que no hacemos otra cosa que
enviar costosas tareas. Pero que al final de mes tendremos nuestro salario
garantizado. No sólo se abre la brecha entre el alumnado, sino entre docentes y
familias.
Quizás esta pandemia nos ofrezca
una oportunidad. La misma de la que algunos llevamos tanto tiempo hablando. La
de convertir nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje en algo realmente
significativo y comprometido con la realidad que vivimos. Estos tiempos
inciertos son a su vez, únicos e intensos. Nos dan la posibilidad de
transformar no sólo el medio, como parece que se ha impuesto a causa de la
distancia, sino la mirada, el enfoque con el que nos enfrentamos a nuestra
acción educativa. Sé que para muchos será difícil, porque se encuentran en
cursos escolares claves en su proceso formativo, como son los estudiantes que
tienen que hacer la EBAU este año. Pero en la medida de lo posible, olvidémonos
del currículo por una vez y centrémonos en lo verdaderamente importante.
No me parece bien que se cierre
el curso, que sigamos minimizando la educación a los tiempos de la escuela, a
los meses del curso. Ayudemos a nuestros alumnos y alumnas, y por ende, a sus
propias familias, a entender lo que está sucediendo. Sé que no será fácil, que
nosotros mismos no somos capaces de encontrar el ánimo, el conocimiento
necesario, la herramienta… Pero hagamos de este momento único un proyecto
educativo global, en el que toda la comunidad educativa se vuelque en construir
el conocimiento necesario para enfrentarnos juntos a este reto. Hagámosles
partícipes. No hablemos de solidaridad, pongámosla en práctica.
Seamos creativos. Iniciemos este
camino juntos, de verdad. Y para comenzarlo será imprescindible conocer lo que
piensa nuestro alumnado, sus preocupaciones, sus miedos, y también, cómo no,
sus esperanzas y anhelos. Sistematicemos nuestra acción tutorial, poniéndola al
servicio de esta experiencia que, además, es colectiva. Saquemos el máximo
partido de ella. Se me ocurren diversas actividades al respecto: recabar
información científica sobre los virus y pandemias; investigar si esto ha
ocurrido anteriormente y cómo lo resolvieron; analizar las noticias que nos
llegan y su veracidad; abordar los datos de la epidemia y el contexto
geopolítico en el que se está produciendo esta crisis… Y, sobre todo, estar
cerca del alumnado y sus familias para poder, tal y como nos alientan en todas
partes, juntos, comprender lo que ocurre a cada momento; acompañarles en las
pérdidas (familiares, laborales, económicas…), en los duelos que estén por
venir; y también, en la esperanza, en el futuro que se abre ante nosotros en el
contexto histórico actual.
Me parece un buen momento para
seguir incidiendo en los graves problemas que nos acucian y que parecen haberse
quedado en un segundo plano: el cambio climático, las guerras, la vulneración
de los derechos humanos… Y, cómo no, las posibles causas, que no culpas, que
nos han traído hasta aquí. Y, partiendo de este punto, realizar un análisis y
una batería de propuestas conjunta sobre qué podemos aprender de esto y cómo
salir de esta crisis más fuertes. Porque no olvidemos que las posibilidades de
que nuestro mundo, nuestra sociedad, no sea la misma después de esto, son
bastante grandes. Y, como sucede con cualquier cambio, estos pueden ser a mejor
o empeorar la situación. Por eso, valdría la pena reforzar la idea de no volver
a la normalidad anterior, sino avanzar hacia una utopía disponible, tal y como
decía Marina Subirats en este mismo medio. ¿Para qué sirve la educación si
no ayuda a las personas a enfrentarse a la vida, al presente?
Cuando pienso en el papel de los
docentes en esta crisis, no puedo evitar cierta frustración e impotencia. Creo
que nos estamos esforzando mucho, como es habitual, pero no estamos enfocando
bien nuestra mirada. En los tiempos en los que por fin se le da valor a la
utilidad de lo que hacemos y la necesidad que cumple en nuestra sociedad, por
encima del valor económico, desde el punto de vista productivo; tiempos en los
que los cuidados son el eje fundamental, en los que incluso se ensalzan labores
tan menospreciadas como limpiar, cuidar a nuestros mayores, reponer productos,
repartirlos o venderlos en un supermercado y que tan necesarias son ahora…
Seamos eso que tanto se ha admirado siempre en los docentes. Seamos personas
que ayudan a otras a desarrollarse en este mundo tan complejo,
independientemente de su condición, de su estatus económico. Seamos quienes,
suceda lo que suceda a partir de ahora, aborden esta crisis desde otra mirada,
siendo facilitadores de la construcción común de utopías disponibles. Seamos
útiles. E iniciemos esta senda, por una vez, juntas.
Por Carlos Candel
Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/04/03/hacia-lo-significativo/
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