Educarnos tanto personalmente como socialmente, y
de manera rápida, es el reto que nos toca ahora.
Como toda crisis de salud, la pandemia del
coronavirus (COVID-19) nos pone de frente a los temas cruciales de la vida,
entre ellos el de la educación. En este caso, se trata de una educación o
re-educación personal y colectiva que nos permita enfrentar juntos un evento de
la naturaleza para el que estamos escasamente formados e informados. Educarnos
tanto personalmente como socialmente, y de manera rápida, es el reto que nos
toca ahora.
Para hablar de ello elegiré a dos autores cuyos
puntos de vista confluyen en el tema. Primero me permitiré retomar la
perspectiva del psicoanalista Erick Fromm de la que hablé hace unas semanas en
este mismo espacio. Trata en torno a cuatro elementos que él considera los
fundamentos del amor, y que yo me permito adaptar al tema ―sin duda amoroso―
de educar. Quiero añadir también la perspectiva del filósofo
español Fernando Savater, que también ha reflexionado acerca de la relación
entre el amor y la educación, y cuyo pensamiento adquiere su máxima dimensión
justamente en momentos de crisis sociales como la actual.
Savater funda su teoría de los valores éticos en lo
que él llama amor propio, dejando claro que el cuidado de los demás
es la forma más eficaz de quererse a uno mismo. Nos recuerda que todos
dependemos de todos, y estamos entreverados en una red de relaciones tan
estrecha, que cuidar el bien del prójimo recae en última instancia en nuestro
propio beneficio. La educación, ocupada en guiar al otro en la búsqueda de su
bienestar, se vuelve siempre en nuestro propio bien. En un momento como el
actual, en que esa red de relaciones se estrecha tanto ―al grado de que
lavarnos las manos puede evitar que alguien enferme gravemente―, el círculo
virtuoso que el español plantea se vuelve evidente.
Hoy más que nunca, debemos ser educados con
los demás; para explicar lo que quiero decir, voy a retomar los cuatro
componentes del amor que Fromm describe: cuidado, conocimiento, responsabilidad
y respeto.
Que el cuidado es necesario, salta
a la vista: finalmente, de lo que se trata es de cuidarnos a nosotros y a los
demás (lo cual, savaterianamente, resulta lo mismo); es decir, ejecutar los
actos necesarios para evitar la enfermedad, y si la adquirimos, o alguien a
nuestro alrededor la adquiere, hacer lo necesario para curar y para no
contagiar a otros.
Lo anterior se complica cuando pensamos en el
segundo componente de la educación: el conocimiento. ¿Cuáles son las mejores
prácticas para lograr esos objetivos? Conocerlas no es fácil; lo que llamamos
“conocimiento” da una sensación de certidumbre pero en realidad es algo
sumamente inexacto. Podemos entrar en filosofías sobre los límites últimos del
conocer, pero por el momento no es necesario: basta con echar un ojo a nuestras
prácticas e instrumentos cotidianos de adquisición y transmisión de información
para darnos cuenta de lo limitados que estamos. Ahora más que nunca surgen
“grandes expertos” en todos los campos del “conocimiento”, que recomiendan esto
o lo otro, y que nos convencen según sea la tendencia de nuestro pensamiento:
confiar en la ciencia nos hará seguir sus recomendaciones; otra postura nos llevará
a creer en la voluntad de un poder superior; adherirnos a la teoría del complot
nos hará permanecer indiferentes a las medidas de salud, etc. Estos criterios
personales se toparán, además, con una inmensa variedad de medios de
información llenos de contradicciones entre sí, y con muchas imprecisiones,
casi todos pregonando que dicen la verdad. ¿Cuál es la página de internet más
confiable, el periodista más objetivo o nuestro amigo o familiar mejor
informado?
En la crisis actual, la elección del conocimiento
que seguiremos para cuidarnos, implica una gran responsabilidad, no sólo ―como
hemos visto― sobre nuestra propia salud sino también sobre la de los demás. Esa
responsabilidad se duplica cuando, colocándonos en la posición de quien enseña,
exponemos nuestra forma de pensar como conocimiento confiable. En este caso, la
responsabilidad se convierte en ―como dice el psicoanalista alemán― “responder
por el otro”, lo cual, hablando de coronavirus, es serio, porque puede tratarse
de responder por la vida del otro.
Es aquí, creo ―en este dar a conocer nuestra forma
de pensar sobre las mejores prácticas de cuidado―, donde cabe el cuarto
elemento del que Fromm habla: el respeto. Éste, según él, es el
reconocimiento de que la otra persona es distinta a mí y que debo asumir
siempre su libertad de ejercer el propio criterio. En momentos en que la acción
colectiva es imprescindible, el respeto es la base para que la comunicación
fluya entre la gente. Para enseñar algo a alguien ―sean nuestros hijos, alumnos
o conciudadanos― no hay mejor punto de partida que el respeto, cuya dimensión
esencial es no intentar imponerse sobre el otro.
Aquí, quisiera destacar cierto matiz que se esconde
debajo del intento de dominar lo que otro piensa. Quizás a algún lector le
parezca frívolo dar importancia al siguiente asunto, y sin embargo me atrevo a
sugerir que estemos atentos a él, por si alguna razón me asiste. Me refiero a
la gratificación que muchos sentimos cuando conseguimos impresionar a alguien
con lo que sabemos. Gratificación trivial, quizás, pero para algunos tan
importante que puede llevarnos a propagar la más infundada e incluso
escandalosa información sin haberla analizado y confirmado de manera seria.
Después de todo, es más fácil impactar a alguien con nuestras ideas por lo que
le ofrecen a la imaginación que por lo que aportan al razonamiento lógico. Las
redes sociales, transporte ideal para cualquier material en crudo, son el mejor
aliado en esto.
Todo lo contrario ocurrirá si atendemos al cuidado,
el conocimiento, la responsabilidad y el respeto, entendidos como amarnos
y educarnos unos a otros frente a la crisis. Esta actitud hará que
nuestras decisiones no se conformen con un primer vistazo al propio criterio o
al criterio ajeno, ni con propagar información que no hemos revisado con
seriedad.
Yo mismo, ahora, asumiendo mi papel de educador
(que en la crisis actual, como digo, todos desempeñaremos inevitablemente),
daré mi punto de vista. Primero: ya que hablé de quienes creen en un poder
superior, puedo decir ―siguiendo a Fromm, para quien razón y espiritualidad son
un continuo― que toda adquisición de conocimiento sobre los cuidados frente al
COVID-19, hecha de manera responsable y transmitida respetuosamente, conllevará
necesariamente una trascendental esperanza.
Segundo: convengo que en materia de salud me
adhiero al conocimiento científico; si no fuera suficiente con la confianza que
le tengo a su método por sobre otras formas de conocimiento en este tipo de
temas, bastaría con un argumento lógico: dado que es gracias a la ciencia que
todos nos hemos enterado del coronavirus, que hablamos de él y estamos atentos
a su evolución, y que es sólo por la confianza que le tenemos al conocimiento
científico que aceptamos cuidarnos de no adquirir la enfermedad ni propagarla,
sólo por eso sugiero que sigamos guiándonos por lo que la ciencia descubra y
recomiende, y actuemos de principio a fin sobre sus bases, difundiéndolas entre
todos aquellos que quieran escucharnos.
Acorde con esto, y para despejar el punto de cuál
sea la información “científica” más confiable que hay en este momento, comento
que en entrevista con el Dr. Julio Frenk ―ex Secretario de salud de México y
actual Rector de la Universidad de Miami―, me ha explicado que “la fuente más
autorizada es la página de Internet de la OMS,
donde la información está disponible en español. Otro recurso fundamental es
la página
de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de
Estados Unidos, que también ofrece información en español.”
Me uno a la recomendación del Dr. Frenk porque
conozco sus frommianas y savaterianas cualidades como científico y maestro.
Por: Andrés García Barrios
Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/coronavirus-educacion-opinion
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