Hace ciento treinta años, después de visitar el
país de las maravillas,
Alicia se metió en un espejo para descubrir el
mundo al revés.
Si Alicia renaciera en nuestros días, no
necesitaría atravesar ningún espejo:
le bastaría con asomarse a la ventana.
Eduardo Galeano
Parece
que algunas escuelas (las del mundo al revés) han sabido digerir el lenguaje
con el que las últimas reformas educativas, impulsadas por los gobiernos de
turno, se han apoyado para legitimar el giro urgente que posibilite el
desarrollo de nuestro país. Las ministras de escolarización- que saben más de
otras cosas que de educación- han sido excelentes transmisoras de un mensaje en
el que las escuelas, para ser buenas, deben invertir su prioridad: hacer
énfasis en aspectos administrativos más que en sus procesos pedagógicos.
El
sentido formativo es trastocado por el sentido administrativo. Esa escuela -esa
empresa, desde una perspectiva economicista- gira alrededor de la oficina, y
quien la ocupa, hoy, es el “gerente educativo”. Patas arriba estamos, para
citar a Eduardo Galeano, la escuela del mundo al revés.
Sí.
Las reformas y políticas educativas han creado toda suerte de personalidades, como bien lo dice el profesor
Jurjo Torres, que estén capacitadas para reproducir esas políticas, afianzarlas
y perpetuarlas. El “gerente educativo”, el “líder administrativo”, y otras de
nombre y apellido similar, son un ejemplo de ellas.
Como
en una película de cine aparece el bueno para apaciguar la crisis, el burócrata
escolar, en la escena educativa, asoma para darle “brillo” a una escuela que es
designada verticalmente como nicho de la competencia y de la productividad. No
es casualidad el auge de estas personalidades. Su pensamiento y acción se
alinean con las demandas de las políticas educativas que, a su vez, se soportan
en las económicas.
Ahora,
es gravísimo que estos caciques de oficina tengan por encargo una escuela que
bien sabemos no se lidera detrás de los escritorios sino, mejor, al lado de las
comunidades en las que hunde su estructura. Su ineptitud pedagógica se
convierte en un yerro que socava toda intención educativa, y que imposibilita
el enriquecimiento de propuestas que puedan darse al seno del profesorado y de
la misma comunidad.
El
rigor con el que asumen el compromiso social es el mismo que han tenido las
últimas ministras de escolarización en nuestro país: ninguno. Estos caciques
administran pero no gobiernan en democracia, dirigen mas no se untan, ellos
son, desde el terreno pedagógico, los descomprometidos.
Los
descomprometidos son aquellos que se esconden en la burocracia escolar, y,
desde allí, se atrincheran para evitar ser tocados por las demandas reales de
las comunidades. Servir al sistema es el lema que los cobija, aunque muchos lo
nieguen, pues defienden con orgullo que su atrincheramiento permite que las
escuelas mejoren. Una contradicción épica que encuentra sustento en la actual
corriente administrativa y administradora de la educación. La tesis es bastante
simple: la escuela se hace desde el escritorio.
No
advierten la realidad, pues la evitan; no comprenden las comunidades, pues las
resisten; no reconocen sus territorios, pues el que mejor conocen es el de
papel: el de las montañas de cifras y datos que lo rodean. El burócrata es un
descomprometido con los sujetos para los cuales dice servir. Ordena el dato,
presenta cifras, aceita la maquinaria, pero nunca, nunca, pone su existencia al
servicio de los demás.
La
burocracia es la ventaja canalla del descomprometido, pues de allí no saldrá
malherido ni señalado. Es comodidad y exceso. Eso sí, los burócratas escolares,
que son amos y esclavos, dirán que la escuela gira a su alrededor, y que
lo que se hace en ella se debe a su “gestión”. Su estoicismo empapelador
insiste en que la escuela es escuela por sus procesos, siendo el formato y el
informe el producto que la revoluciona.
Es la oficina el
lugar sagrado desde la que pretende ordenar la escuela y la morada de todos los
datos. Finalmente, el dedo en el teclado guarda la asepsia que la mano
comunitaria ni tiene ni le interesa pero que construye y deja huella.
Habría
que recordarles a los caciques de las oficinas que la escuela gira (pero no
alrededor de ellos) mientras llenan el último informe, y que ese mismo
-cuando se entrega- ha caducado, pues en la eterna actualización nada tendrá
vigencia. Esto indica que la oficina solo es un lugar de la robusta escuela, y
que desde allí se pueden hacer cosas, solo y solo si, no se confunde burocracia
con educación.
Acudo
a Mario Moreno “Cantinflas” en la película “El Ministro y Yo” (1975) quien, a
modo de despedida de su jefe y compañeros, que es más indignación, nos revela
que la burocracia debe estar al servicio del pueblo: “el verdadero sentido de
la burocracia”. Los burócratas, que en antítesis de la democracia: “se olvidan
de los que están ahí afuera, de los que esperan, de los que hacen cola como
éstos, que también son pueblo”, pero que también, paradójicamente, dependen de
ellos, pues: “ellos al pagar sus impuestos, sus contribuciones, están pagando
los sueldos de todos ustedes. Sus vacaciones, sus servicios médicos y sus
jubilaciones”. Untarse, querido burócrata escolar, de pueblo, untarse.
El
compromiso implica vínculo social y político. Recuérdese que la sincronía del
dato en el formato no reemplaza a los sujetos, ni desde el pulcro y perfumado
escritorio puede comprenderse y transformarse las realidades complejas de las
comunidades. Confundir lo uno con lo otro es un signo de que algo anda mal. De
estar patas arriba.
Fuente: https://laorejaroja.com/patas-arriba-la-escuela-del-descompromiso/
MARCO FIDEL GÓMEZ LONDOÑO
Profesor e
investigador. Universidad de Antioquia. Integrante Grupo de investigación
Prácticas corporales, educación, sociedad- currículo (PES)
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