En los procesos de reforma de la educación, es muy frecuente
concentrar interés y recursos en reformar los planes de estudio, entendiendo
por tal las asignaturas a impartir en el currículo, los programas y la
selección de los contenidos, dada la acumulación progresiva de los
conocimientos. Pero en los procesos de enseñanza–aprendizaje, además de los
contenidos, no es menos importante la forma de enseñarlos y aprenderlos, los
procedimientos y la
metodología. Estas formas de aprender son estrechamente
dependientes de las formas de evaluar. Este saber cómo o conocimiento
procedimental es tan necesario cómo el saber qué o conocimiento declarativo,
especialmente en la vida profesional y personal.
Los profesores dedicamos gran parte de nuestro tiempo y
energía a ampliar nuestros conocimientos de la asignatura para estar al día, a
preparar las clases. Cada curso procuramos mejorar los materiales, esquemas,
gráficos, problemas, incluso organizamos seminarios, grupos de discusión,
sesiones interactivas, estudios de casos, etc. Procuramos suscitar y mantener
la atención e interés de nuestros alumnos en la clase, lamentamos que tras
tanta inversión en tiempo y recursos a la tarea docente los resultados sean tan
limitados. Seguimos instalados en los supuestos tradicionales de que basta con
enseñar bien los contenidos para que el alumno los aprenda. Pero el alumno
aprende cuando la información le interesa, es significativa cognitiva y
emocionalmente, conecta con preocupaciones personales o profesionales, con las
demandas de la realidad fuera del aula, y se compromete con su propio proceso
de formación. Las competencias para un aprendizaje autónomo y continuo a lo
largo de la vida es un tipo de aprendizaje procedimental que exige práctica y
no sólo clases magistrales de conocimiento declarativo.
El objetivo prioritario de la educación debe ser capacitar a
sus alumnos para el mayor desarrollo personal y ello requiere conocimientos,
sentimientos y comportamientos responsables y solidarios. Los conocimientos y
procedimientos, las memorias declarativas y procedimentales que un profesor
tiene sobre su especialidad no se transfiere a la mente de sus alumnos con solo
explicarlas en clase, aunque sea de la forma más atractiva y estimulante
imaginable. El estudiante aprenderá si asimila los conocimientos, los hace
suyos, los integra, los experimenta relevantes en su vida personal y
profesional, los utiliza para identificar y resolver problemas.
La profesión de profesor exige, según hemos comentado,
conocimientos de distintas ciencias y saberes, además de un dominio en
habilidades y técnicas para enseñar lo que se sabe. Pero ser profesor requiere
unas competencias o disposiciones más básicas o fundamentales: valores,
actitudes y aptitudes necesarias para potenciar el desarrollo personal de los
alumnos. Y el desarrollo personal de los alumnos es un desarrollo integral, por
cuanto comprende un desarrollo moral, además de desarrollo cognitivo, afectivo
y social. Para propiciar tal desarrollo en los alumnos es preciso que el
profesor cuide especialmente su desarrollo personal, su equilibrio emocional y su
integridad moral.
No hay acuerdo en los investigadores en cuanto a la calificación
como competencias de estas disposiciones básicas del profesor. Para unos, el
desarrollo personal, equilibrio emocional y responsabilidad moral son las
competencias fundamentales de los profesores, sobre las que se articulan todas
las demás competencias. Desde otros planteamientos se opta por considerarlas
como disposiciones básicas, rasgos de carácter y personalidad, absolutamente
prioritarias en el buen profesor, pero que no se deben considerar estrictamente
como competencias.
Procurar el propio equilibrio emocional, bienestar, la
satisfacción con la profesión, incluso la felicidad, es condición vital para el
profesor. Es difícil, dadas las condiciones conflictivas del ejercicio
profesional y las múltiples causas de malestar para el docente. Pero si el
profesor está comprometido en promover el desarrollo personal de los alumnos,
ello implica tener presentes todas las dimensiones de su mente: cognitivas,
emocionales y morales; es decir, el desarrollo mental y bienestar y del alumno.
Tales metas solo se pueden plantear desde las mismas vivencias en el profesor.
Si bien como ciudadanos tenemos derecho a verlo todo de
color negro, como profesores, como educadores no nos queda más remedio que ser
optimistas. La enseñanza presupone el optimismo tal y como la natación exige un
medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse debe abandonar la
natación; quien sienta repugnancia hacia el optimismo, que deje la enseñanza. Porque
educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender
y en el deseo de saber que la anima, que hay cosas como valores, símbolos,
técnicas, hechos que pueden ser sabidos y que merecen serlo, que los hombres
podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento. De todas estas
creencias optimistas puede uno muy bien descreer en privado, pero en cuanto
intenta educar o entender en qué consiste la educación, no queda más remedio
que aceptarlas. Con verdadero pesimismo puede escribirse contra la educación,
pero el optimismo es imprescindible para estudiarla y ejercerla..
El objetivo principal de la educación es promover el
desarrollo personal de los alumnos, en todas sus capacidades mentales:
cognitivas, afectivas, morales y sociales, en la confianza y expectativa
optimista de conseguir, además de vidas personales más realizadas, una sociedad
cada vez más justa, solidaria y feliz. Estas metas educativas requieren
necesariamente valores y actitudes personales en el profesor: satisfacción con
su quehacer, equilibrio emocional, autonomía intelectual, compromiso moral.
El compromiso del profesor, su responsabilidad fundamental,
está en disponer y proporcionar a todos sus alumnos los recursos y
oportunidades más idóneas para que puedan asimilar los diversos tipos de
aprendizajes, consciente de que el propio alumno es el responsable principal de
su propia formación. Cuando hablamos de proporcionar para todos sus alumnos las
mejores condiciones y oportunidades queremos resaltar justamente la
disponibilidad para todos y cada uno de los alumnos: los que van bien con los
aprendizajes, y aquellos que presentan dificultades y necesitan de apoyos
especiales, bien por discapacidad mental, trastorno de conducta, dificultades
de aprendizaje o están más desprotegidos y vulnerables en contextos familiares
de riesgo o pertenecen a minorías culturales, como los inmigrantes.
Cuando mencionamos los diversos tipos de aprendizajes nos
referimos a los aprendizajes de los conocimientos propios de las diferentes
materias y áreas disciplinares; pero también a los aprendizajes de procedimientos
y estrategias; los aprendizajes para la convivencia, para el desarrollo
personal, cognitivo, afectivo, moral y social; los aprendizajes para
desarrollar la autonomía y la autodisciplina y el equilibrio emocional. Lo que
anteriormente sintetizamos como: aprender a conocer, querer, sentir, hacer,
convivir, ser, y aprender sobre el conocer, querer y sentir.
Ciertamente el profesor no tiene en exclusiva la
responsabilidad de la educación y aprendizajes de los alumnos. Está el mismo
alumno con su responsabilidad ante la propia formación, la familia, la escuela
y las administraciones. Pero esta responsabilidad compartida no puede ser la
excusa para que el profesor no asuma su responsabilidad intransferible y se
instale en sistemas de atribución distorsionados, según los cuales se apropia
de todos los éxitos, atribuyendo los fracasos a agentes externos.
La complejidad de la función docente supone un gran esfuerzo
continuado, una alta inversión de recursos mentales y personales que
difícilmente se ven compensados con incentivos razonables. De ahí el profesor
quemado, estresado, deprimido. Es preciso que el profesor se cuide a sí mismo
si quiere ser agente para el desarrollo de otras personas. El ajuste personal,
equilibrio emocional, bienestar, son condiciones personales necesarias para una
buena práctica profesional.
Sentirse comprometido con un proyecto personal que se estima
valioso, verse con recursos y competencias para afrontarlo, valorar logros y
éxitos razonables en su quehacer, son componentes de la vivencia de bienestar y
hasta de felicidad, que en cierta medida y en determinados tiempos, al menos,
han de estar presentes en la profesión docente. Se pueden diferenciar tres
tipos de orientaciones laborales: un trabajo, una carrera y una vocación. Un trabajo
sirve para cobrar un sueldo a final de mes y es un medio para lograr otros
fines. No se espera de él otro tipo de compensación. Una carrera implica una
inversión profesional más profunda; si bien conlleva retribución económica,
también implica otros incentivos y gratificaciones como estima y consideración
social, prestigio, poder. La vocación es un compromiso apasionado con el
trabajo por su valía. Las personas con vocación consideran que su labor
contribuye al bien general, algo que transciende al individuo. Tradicionalmente
se ha reservado tal calificación para profesiones como la religión, medicina,
derecho y la
educación. Pero cualquier trabajo puede convertirse en una
vocación, y cualquier vocación en un trabajo.
Promover estados mentales de bienestar y felicidad es el
propósito de la
Psicología Positiva , que se orienta a desarrollar las
potencialidades y fortalezas humanas que nos permiten aprender, disfrutar, ser
alegres, generosos, solidarios, optimistas. Seligman finaliza su libro sobre la
autentica felicidad afirmando que una vida plena y significativa consiste en
experimentar emociones positivas respecto al pasado y al futuro, disfrutar de
los sentimientos positivos procedentes de los placeres, obtener numerosas
gratificaciones de nuestras fortalezas características y utilizar éstas al
servicio de algo más elevado que nosotros mismos para encontrar así un sentido
a la existencia.
Un buen profesor, un profesor competente ha de disfrutar de
una relativa satisfacción con y en su profesión. No es posible aspirar a una
educación de calidad sin un estado de razonable bienestar personal. Estas
vivencias y sentimientos positivos de equilibrio, de flujo, de felicidad
dependen de múltiples variables intra y extra–profesionales. Juegan un papel
crítico las experiencias vividas en otros contextos como el familiar,
económico, social, amistad, ocio; los proyectos de vida, los valores y metas;
la personalidad del profesor. Está también el momento en su ciclo vital y
profesional, desde los años de antigüedad hasta las condiciones de salud.
En ocasiones las emociones negativas, las frustraciones
acumuladas, los fracasos y desilusiones, tanto en la vida profesional como en
la personal, apenas obstaculizan la razonable satisfacción en la actividad
docente; como si el profesor hubiera sido capaz de elaborar una coraza
protectora ante las condiciones tan adversas, y pudiera desarrollar una
adaptación positiva a pesar del contexto de riesgo en el que se desenvuelve. El
profesor sigue animoso, comprometido. Otros profesores, por el contrario, se
desaniman, se desmoralizan, se vienen abajo, incapaces de afrontar con
expectativas de éxito las condiciones conflictivas de su quehacer profesional.
También en estos casos las variables extra– profesionales están muy presentes.
Autor: García García, Emilio.
Competencias éticas del profesor y calidad de la educación.
Dpto. Psicología Básica II Procesos Cognitivos Facultad de
Psicología Universidad Complutense Campus de Somosaguas
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