Nuestra idea de calidad educativa integral, incorpora a la
equidad, que es un valor, pero también a los restantes valores en su más
completa amplitud y profundidad. No debe olvidarse que los valores son tanto “extensivos”,
es decir, que alcanzan a los más diversos aspectos de la realidad, como “intensivos”,
o sea, que poseen un grado de profundidad dependiente de la comprensión y de la
preferencia humana que los constituye.
Los valores se hallan así presentes de doble manera en todos
aquellos contenidos que deben ser evaluados. En la actual reforma educativa
argentina se ha reconocido que los contenidos de la educación no son, como lo
eran antaño, meramente cognoscitivos. Hoy en cualquier currículo de la Educación General Básica ,
por tomar un ejemplo, los contenidos son de naturaleza triple: cognoscitivos,
procedimentales y actitudinales, en plena concordancia con los cuatro
fundamentos de la educación recomendados por el Informe Delors.
Y los valores no
solamente permean a los contenidos actitudinales -entre los que se encuentran
los valores morales, tan capitales para comprender el concepto de persona-,
sino también a los cognitivos (¡pensemos sólo en el valor de “verdad” en una
ecuación matemática!) y a los procedimentales (¡pensemos en los valores de “solidaridad”
y “honestidad” puestos de manifiesto en cualquier trabajo grupal o en un simple
juego!).
Formar en valores tiene una trascendencia que va más allá de
la escuela. No
se forma para pasar un examen, sino para la vida. Una educación de
calidad en valores debe plasmar la vida de los niños, de los adolescentes, de
los jóvenes, del hombre y de la mujer, asumiéndolos siempre como personas en el
sentido más profundo de su significación espiritual, es decir, dotados de la
dignidad de ser libres y revestidos desde dentro por las virtudes más insignes,
tales como eran la “virtud” o “excelencia”, la “areté” de los antiguos griegos,
que imprimían en el hombre un sello auténtico de humanidad, más allá de las
competencias a que esa virtud los habilitaba.
Esa formación invita así a entrar en el tejido humano de las
relaciones sociales, que se entretejen en la familia, en las sociedades
intermedias, y luego, con nuevas competencias, en la vida laboral y política.
Esa formación tampoco deja de imprimir sus huellas en un sujeto abierto a
valores y realidades trascendentes y por eso mismo absolutas.
En una palabra, puede afirmarse -coincidiendo con Max
Scheler-, que los valores en su más variada gama, como son los valores
sensibles, útiles, vitales, estéticos, intelectuales, morales y religiosos,
atraviesan de lado a lado la institución escolar, junto con sus estructuras y
protagonistas, e igualmente al “imaginario social” en el cual está inscrita.
Los valores resultan así consubstanciales a la sociedad y a las instituciones
que la integran. Esto
hace que cada institución educativa deba ser muy consciente de los valores que
asume como propios y de los antivalores a los que está expuesta.
Tal conciencia de valores debe explicitarse en el ideario
del Proyecto Educativo Institucional (PEI), y testimoniarse mucho más en el
compromiso diario de su personal directivo, de sus docentes y no docentes, de
los alumnos, de las familias, y también debería ser visible en las estructuras
administrativas, en las metodologías y contenidos curriculares y en las
prácticas de enseñanza-aprendizaje que afectan al “acto” concreto educacional
de cada día. La calidad integral educativa debe impregnar, por lo tanto, la
totalidad del proceso educativo, y la evaluación, en correspondencia con este
proceso, deberá ayudar a consolidar y no a encubrir la transformación educativa
en marcha en cualquier institución escolar.
Todo eso nos hace presentir que esta “calidad integral” no
será fácil de evaluar por los métodos actuales. Una evaluación de calidad
sensible sólo a los modelos economicistas de educación va a favorecer ciertos
perfiles que respondan a tales tipos de demandas. Por ejemplo, se evaluará la
gestión educativa en cuanto sea capaz de formar sujetos con competencias para
resolver problemas o con capacidades solicitadas ahora por las empresas para
innovar en un mercado altamente competitivo. Sus resultados tenderán a mejorar
las performances de la institución educativa en esa línea empresarial. La
calidad integral no se niega a enfrentar estos desafíos, pero rehusa someterse
a la lógica meramente economicista que se le ofrece. Es por ello por lo que
para evaluar en términos de calidad integral se debe apelar a nuevas formas de
evaluación y de autoevaluación, no sólo de los alumnos sino de todos los
agentes que intervienen en la gestión educacional, incluidos la familia y la
sociedad.
La evaluación, al igual que la calidad educativa, es una
realidad compleja. Depende de varios factores y no se deja acotar solamente por
el indicador de un solo resultado. Sin querer describirla de un modo
exhaustivo, podríamos decir que la calidad educativa de una institución escolar
-para tomar una referencia concreta puede ser evaluada de un modo integral si
se tienen en cuenta, al menos, tres “factores” que inciden en su conformación:
el sociocultural, el institucional-organizativo y el didáctico-pedagógico, que
forman como su “contexto” concomitante. A este triple contexto nos referiremos
ahora brevemente. Un estudio más detallado debería enumerar y precisar los
diversos indicadores de calidad integral, a fin de evaluar lo más objetivamente
posible la calidad integral de una institución escolar.
Extraído de
Revista Iberoamericana de Educación, mayo-agosto, número 023
Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(OEI) Madrid, España pp. 15-231
Autor
Jorge R. Seibold, S.J. Director del Programa de Doctorado en Filosofía de la Facultad de Filosofía (área San Miguel) de la Universidad del Salvador; además es director del Centro de Reflexión y Acción Educativa (CRAE) perteneciente al Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) de Buenos Aires, Argentina.
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