Autonomía, gobierno y dirección en la gestión educativa
FRANCISCO LONGO MARTÍNEZ Director del Instituto de Dirección y Gestión Pública ESADE Business School
El propósito de las líneas siguientes no es otro que el de intentar poner en marcha una serie de reflexiones en torno a un tema –el futuro de nuestro sistema educativo– absolutamente central para nuestro acontecer colectivo como país.
El arranque de este trabajo se basa en una afirmación incontrovertible: nuestro sistema educativo no va bien y es esta una valoración sólidamente apoyada por los datos. El primero de ellos lo constituye el reiteradísimo Informe PISA de la OCDE: cada trienio vamos retrocediendo un poco más en indicadores clave de la llamada Estrategia de Lisboa de la Unión Europea, particularmente en aspectos básicos como la comprensión lectora, el abandono prematuro en la educación postobligatoria o la tasa de graduación en Bachillerato. Y las percepciones sociales acompañan a los datos, porque nuestra sociedad no se muestra demasiado optimista respecto a la situación de nuestro sis- tema educativo. Posiblemente en algunas de estas percepciones se den elementos sesgados y cierta falta de evidencias, pero en todo caso la evolución que se vislumbra –sin necesidad de acentuar el tono dramático o catastrofista– no parece nada halagüeña.
Aunque la reflexión que expongo a continuación se refiere en concreto a la autonomía de los centros educativos, desde luego no todo el problema reside en ellos. Conviene distinguir entre educación y escolarización. Esta última es, desde luego, una parte muy importan- te del proceso educativo, ya que en el centro se desarrollan interacciones fundamentales para lo que será el futuro de las personas, y particularmente la relación con el maestro y la de los alumnos entre sí: ambas marcan de un modo decisivo el devenir de las personas. Ahora bien, no por ello deja de ser cierto que fuera del centro existen también influencias educativas extremadamente importantes: de hecho, el abandono progresivo por parte de muchas familias de su papel educativo –por poner un ejemplo– está trasladando a los centros responsabilidades que los sobrecargan y los encuentran faltos de preparación para cumplir su papel. El problema, pues, rebasa el ámbito de los centros para instalarse en los escenarios de crisis –en el sentido etimológico de la expresión– que viven las sociedades contemporáneas y que afectan a factores extremadamente diversos. Lo que ocurre en los centros educativos es tan sólo una parte del problema.
En cualquier caso, los malos resultados de nuestro sistema se muestran coherentes con las dificultades que plantea esa parte concreta de la infraestructura educativa de nuestro país que voy a denominar servicio público de la educación, y es a este ámbito al que tengo intención de referirme a partir de este momento.
autonomía gobierno y dirección en la gestión educativa
Si no puede bajar el PDF de SCRIBD, puede solicitarlo en achristin@gmail.com
FRANCISCO LONGO MARTÍNEZ Director del Instituto de Dirección y Gestión Pública ESADE Business School
El propósito de las líneas siguientes no es otro que el de intentar poner en marcha una serie de reflexiones en torno a un tema –el futuro de nuestro sistema educativo– absolutamente central para nuestro acontecer colectivo como país.
El arranque de este trabajo se basa en una afirmación incontrovertible: nuestro sistema educativo no va bien y es esta una valoración sólidamente apoyada por los datos. El primero de ellos lo constituye el reiteradísimo Informe PISA de la OCDE: cada trienio vamos retrocediendo un poco más en indicadores clave de la llamada Estrategia de Lisboa de la Unión Europea, particularmente en aspectos básicos como la comprensión lectora, el abandono prematuro en la educación postobligatoria o la tasa de graduación en Bachillerato. Y las percepciones sociales acompañan a los datos, porque nuestra sociedad no se muestra demasiado optimista respecto a la situación de nuestro sis- tema educativo. Posiblemente en algunas de estas percepciones se den elementos sesgados y cierta falta de evidencias, pero en todo caso la evolución que se vislumbra –sin necesidad de acentuar el tono dramático o catastrofista– no parece nada halagüeña.
Aunque la reflexión que expongo a continuación se refiere en concreto a la autonomía de los centros educativos, desde luego no todo el problema reside en ellos. Conviene distinguir entre educación y escolarización. Esta última es, desde luego, una parte muy importan- te del proceso educativo, ya que en el centro se desarrollan interacciones fundamentales para lo que será el futuro de las personas, y particularmente la relación con el maestro y la de los alumnos entre sí: ambas marcan de un modo decisivo el devenir de las personas. Ahora bien, no por ello deja de ser cierto que fuera del centro existen también influencias educativas extremadamente importantes: de hecho, el abandono progresivo por parte de muchas familias de su papel educativo –por poner un ejemplo– está trasladando a los centros responsabilidades que los sobrecargan y los encuentran faltos de preparación para cumplir su papel. El problema, pues, rebasa el ámbito de los centros para instalarse en los escenarios de crisis –en el sentido etimológico de la expresión– que viven las sociedades contemporáneas y que afectan a factores extremadamente diversos. Lo que ocurre en los centros educativos es tan sólo una parte del problema.
En cualquier caso, los malos resultados de nuestro sistema se muestran coherentes con las dificultades que plantea esa parte concreta de la infraestructura educativa de nuestro país que voy a denominar servicio público de la educación, y es a este ámbito al que tengo intención de referirme a partir de este momento.
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