Mucho hemos oído hablar sobre los Pilares de la Educación según el Informe de la UNESCO sobre la Educación del siglo XXI dirigida por Jacques Delors, por lo que, debido a su extensión, publico uno de sus capítulos.
El informe de la UNESCO, elaborado en 1996, sobre la educación para el siglo XXI, dio un gran paso hacia adelante al dejar explicitado que la educación no sólo debe promover las competencias básicas tradicionales, sino que ha de proporcionar los elementos necesarios para ejercer plenamente la ciudadanía, contribuir a una cultura de paz y a la transformación de la sociedad. Este trabajo sirvió de fundamento a las reformas curriculares de algunos países de la región.
El mundo ha experimentado durante los últimos cincuenta años un auge económico sin precedentes. Sin proponerse hacer un balance exhaustivo de ese periodo, lo que rebasaría su mandato, la Comisión quisiera recordar, ateniéndose a su propia perspectiva, que esos avances se deben ante todo a la capacidad del ser humano de dominar y organizar su entorno en función de sus necesidades, es decir, a la ciencia y a la educación, motores fundamentales del progreso económico. Sin embargo, consciente de que el modelo actual de crecimiento tropieza con limitaciones evidentes en razón de las desigualdades que induce y de los costos humanos y ecológicos que entraña, la Comisión estima necesario definir la educación no ya simplemente en términos de sus repercusiones en el crecimiento económico, sino en función de un marco más amplio: el del desarrollo humano.
Del crecimiento económico al desarrollo humano
Un crecimiento económico mundial muy desigual
La riqueza mundial ha venido aumentando considerablemente desde 1950 gracias a los efectos conjugados de la segunda revolución industrial, el aumento de la productividad y el progreso tecnológico. El producto interior bruto mundial ha pasado de 4 a 23 billones de dólares y durante el mismo periodo se ha triplicado con creces el ingreso medio por habitante. El avance técnico se ha difundido rápidamente; por no citar sino un ejemplo, cabe recordar que en el lapso de una vida humana la informática ha pasado por más de cuatro fases sucesivas de desarrollo y que en 1993 las ventas mundiales de terminales informáticos superaron 12 millones de unidades(1). Esto ha transformado profundamente los modos de vida y los estilos de consumo, y se ha conformado de manera casi universal el proyecto de mejorar el bienestar de la humanidad mediante la modernización de la economía. Sin embargo, esa forma de desarrollo fundado únicamente en el crecimiento económico ha suscitado profundas desigualdades y los ritmos de progresión son muy diferentes según el país y la región. Por ejemplo, se calcula que más del 75 % de la población mundial vive en países en desarrollo y sólo cuenta con el 16 % de la riqueza mundial. Más aún, según los estudios de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), están disminuyendo en la actualidad los ingresos de los países menos adelantados, cuya población se cifra en 560 millones de habitantes. Se estima que dichos ingresos ascienden a 300 dólares por año y por habitante, en comparación con 906 en los demás países en desarrollo y 21.598 en las naciones industrializadas. Por otra parte, se han acentuado las desigualdades a raíz de la competencia entre los países y los distintos grupos humanos; la desigualdad de distribución de los excedentes de productividad entre distintos países y dentro de algunos considerados ricos revela que el crecimiento agrava la fractura entre los más dinámicos y los otros. Se diría que algunos países van abandonando la carrera en pos de competitividad. Estas desigualdades se explican en parte por el disfuncionamiento de los mercados y por la índole intrínsecamente desigualitaria del sistema político mundial, además de estar estrechamente vinculadas al tipo de desarrollo actual que atribuye un lugar preponderante a la materia gris y a la innovación.
Demanda de una educación con fines económicos
Se observa que, debido a la presión del progreso técnico y la modernización, durante el periodo que nos ocupa ha venido aumentando en la mayoría de los países la demanda de una educación con fines económicos. las comparaciones internacionales ponen de relieve lo importante que es para la productividad el capital humano y, por consiguiente, la inversión en educación(2). Las relaciones entre el ritmo del progreso técnico y la calidad de la intervención humana se tornan cada vez más visibles, así como la necesidad de formar agentes económicos capaces de utilizar las nuevas tecnologías y manifestar un comportamiento innovador. Se exigen nuevas aptitudes y los sistemas educativos deben responder a esta necesidad, no sólo garantizando los años estrictamente necesarios de escolaridad o de formación profesional, sino formando científicos, personal innovador y tecnólogos de alto nivel. Asimismo se puede situar en esta perspectiva el auge experimentado estos últimos años por la formación permanente, concebida ante todo como acelerador del crecimiento económico. En efecto, la rapidez de las mutaciones tecnológicas ha dado lugar, en las empresas y en los países, al imperativo de la flexibilidad cualitativa de la mano de obra. Es primordial seguir e incluso preceder los cambios tecnológicos que afectan permanentemente a la índole y organización del trabajo. En todos los sectores, incluida la agricultura, se requieren competencias evolutivas articuladas a la vez en conocimientos y competencias profesionales actualizadas. Esta evolución irreversible se opone a la rutina y las calificaciones adquiridas por imitación o por repetición y se constata que son cada vez más importantes las inversiones denominadas inmateriales como la formación, conforme produce sus efectos la «revolución de la inteligencia»(3). En estas circunstancias la formación permanente de la mano de obra adquiere la dimensión de una inversión estratégica que entraña la movilización de varios tipos de agentes: el sistema educativo, los formadores privados, los empleadores y los representantes de los asalariados. Así pues, en numerosos países industrial izados se observa un aumento considerable de los recursos financieros asignados a la formación permanente. Todo indica que esta tendencia se va a intensificar a raíz de la evolución del trabajo en las sociedades modernas. En efecto, el carácter de este último ha experimentado un profundo cambio durante los últimos años, en los que se ha observado en particular un aumento neto del sector terciario que hoy emplea la cuarta parte de la población activa de los países en desarrollo y más de las dos terceras partes de la de los países industrializados. la aparición y el desarrollo de «sociedades de la información», así como la continuación del progreso tecnológico, que constituye en cierto modo una tendencia importante de fines del siglo xx, subrayan su dimensión cada vez más inmaterial y acentúan el papel que desempeñan las aptitudes intelectuales y cognoscitivas. En consecuencia, ya no es posible pedir a los sistemas educativos que formen mano de obra para un empleo industrial estable; se trata más bien de formar para la innovación personas capaces de evolucionar, de adaptarse a un mundo en rápida mutación y de dominar el cambio.
Distribución desigual de los recursos cognoscitivos
En los albores del siglo XXI, la actividad de educación y formación en todos sus componentes se ha convertido en uno de los principales motores del desarrollo. También contribuye al progreso científico y tecnológico y al avance general del conocimiento, que constituyen los factores más decisivos del crecimiento económico.
Ahora bien, es evidente que numerosos países en desarrollo se encuentran especialmente desprovistos de estos recursos y sufren de un grave déficit de conocimientos. Es cierto que la alfabetización y la escolarización ganan terreno entre las poblaciones de los países del Sur, lo que permitirá tal vez reequilibrar a largo plazo las relaciones económicas mundiales (véase el Capítulo 6), pero siguen siendo muy graves las desigualdades en materia científica y de investigación y desarrollo; en 1990, el 42,8 % de los gastos se efectuaba en América del Norte y el 23,2 % en Europa, en comparación con el 0,2 % en el África Subsahariana o el 0,7 % en los Estados Árabes(4). El éxodo de profesionales hacia los países ricos acentúa este fenómeno.
El éxodo de profesionales hacia los países ricos
Los países en desarrollo pierden cada año miles de especialistas, ingenieros, médicos, científicos, técnicos. Frustrados por los bajos salarios y la limitación de oportunidades en sus países, se marchan a países más ricos donde se puedan aprovechar y remunerar mejor sus talentos. El problema se debe en parte a un exceso de producción. Con frecuencia, los sistemas educativos de los países en desarrollo se organizan en función de necesidades propias de los países industrializados y capacitan demasiados profesionales de alto nivel. Somalia, por ejemplo, produce cerca de cinco veces más graduados de los que el país puede emplear. En Costa de Marfil el desempleo de los profesionales alcanza al 50 %. Los países industrializados se benefician de las capacidades de los inmigrantes. Entre 1960 y 1990, Estados Unidos y Canadá recibieron más de un millón de profesionales y técnicos procedentes de países en desarrollo. El sistema educativo de los Estados Unidos depende en gran parte de ellos, en 1985, en las instituciones de enseñanza de ingeniería eran extranjeros aproximadamente la mitad de los profesores auxiliares menores de 35 años. Japón y Austria también han procurado atraer inmigrantes altamente calificados. Esta pérdida de trabajadores calificados representa una severa hemorragia de capital. Según estimaciones del servicio de investigaciones del Congreso de Estados Unidos, en 1971-1972 los países en desarrollo, en conjunto, perdieron una inversión de 20.000 dólares en cada emigrante calificado, lo que equivale a un total de 646 millones de dólares. Parte de esta cantidad retorna en forma de remesas, pero no en escala suficiente para compensar las pérdidas. Es posible que algunos países tengan más personas capacitadas de las que pueden utilizar, pero otros están perdiendo especialistas que necesitan urgentemente. En Ghana, el 60 % de los médicos que estudiaron a comienzos de los años 80 vive hoy en día en el extranjero, situación que plantea una escasez crítica en los servicios de salud. Se calcula que, en conjunto, entre 1985 y 1990 África ha perdido hasta 60. 000 administradores de nivel medio y alto. Incumbe a los países en desarrollo tomar medidas para reducir esas pérdidas. Es preciso que adapten sus sistemas educativos para que correspondan mejor a sus necesidades prácticas y que mejoren el manejo de sus economías. Pero para eso también tienen que tener un mejor acceso a los mercados internacionales. Fuente. PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano 1992, págs. 134-135, Santa Fe de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1992.
De hecho, los países en desarrollo no suelen disponer de los fondos necesarios para invertir de manera eficaz en la investigación, y la falta de una comunidad científica local suficientemente numerosa constituye un impedimento grave. Por generar enormes economías de escala en la fase de la investigación fundamental, el conocimiento sólo es eficaz en este campo cuando supera un umbral crítico de inversión cuantiosa. Lo mismo se aplica a las actividades de investigación y desarrollo, que exigen inversiones de gran magnitud, arriesgadas, y presuponen la existencia de un entorno ya suficientemente dotado de recursos científicos. Ese contexto es necesario para multiplicar de manera significativa el rendimiento de las inversiones dedicadas a la investigación y lograr economías externas a corto y largo plazo. Esta es sin duda una de las razones por las cuales ha fracasado la transferencia de tecnología de los países industrializados a los países en desarrollo. Dichas transferencias requieren a todas luces un ambiente propicio que movilice y valorice los recursos intelectuales locales y permita una verdadera asimilación de las tecnologías en el marco de un desarrollo endógeno. Con este fin es necesario que los países más pobres se doten de una capacidad propia de investigación y especialización, en particular constituyendo polos regionales de excelencia. Cabe observar que la situación es diferente en los países denominados emergentes, en particular de Asia, en los que hay un importante aumento de la inversión privada. Esas inversiones, que van generalmente acompañadas de transferencias de tecnología, pueden constituir la base de un desarrollo económico rápido a condición de que, como suele ser el caso, se prevea una verdadera política de formación de mano de obra local. Parece pues imponerse una primera conclusión: los países en desarrollo no deben descuidar nada que pueda permitirles la entrada indispensable en el universo de la ciencia y la tecnología, con todo lo que ello entraña en materia de adaptación de la cultura y modernización de las mentalidades. Considerada en esta perspectiva, la inversión en educación e investigación constituye una necesidad, y uno de los principales motivos de preocupación de la comunidad internacional debe ser el peligro de marginación total de los excluidos del progreso en una economía mundial en rápida transformación. Si no se hace un vasto esfuerzo para conjurar ese peligro, algunos países, incapaces de participar en la competencia tecnológica internacional, se constituirán en focos de miseria, desesperanza o violencia imposibles de superar mediante la asistencia y la acción humanitaria. Incluso en los países desarrollados hay grupos sociales que corren peligro de quedar excluidos del proceso de socialización que hasta hace poco constituía una organización del trabajo de tipo industrial. En los dos casos el problema esencial sigue siendo la distribución desigual del conocimiento y las competencias. Conviene recordar un hecho bien conocido, pero que tal vez no se tiene suficientemente en cuenta por lo que atañe a sus consecuencias educativas, a saber, que la oposición entre países del Norte y del Sur es mucho menos tajante que hace unos años. En efecto, por una parte los antiguos países comunistas, actualmente en transición, afrontan problemas específicos que se traducen, en distinto grado, en dificultades para reconstruir a fondo el sistema educativo. Por otra parte, los países «emergentes» han salido del subdesarrollo y son precisamente los que suelen invertir más en educación, según formas adaptadas a su propia situación cultural, social y económica. No existe modelo sobre el particular, pero al formular reformas educativas en otros países del mundo vale la pena tener en consideración el caso de los nuevos países industrializados de Asia. Sin embargo, no se puede concebir la educación como motor de un desarrollo verdaderamente justo sin interrogarse en primer lugar sobre los medios de contener la deriva acelerada de algunos países, arrastrados en una espiral de pauperización. El ejemplo más preocupante a este respecto es el de los países del África Subsahariana, cuyo PIB se ha estancado mientras su población aumenta rápidamente. En esos países, cuya población es muy joven, el nivel medio de vida está en descenso y no pueden dedicar hoy a la educación la misma proporción del PIB que a comienzos de los años 80. Tal situación, que compromete gravemente el desarrollo futuro de esa región, requiere una atención particular de la comunidad internacional y sobre todo una movilización de recursos en el plano local.
África en visperas del siglo XXI
Más de 215 millones de africanos vivían en 1990 por debajo del umbral de pobreza. La pobreza afecta en primer lugar a las mujeres de las ciudades y del campo. El número de africanos cuya ración alimentaría diaria es inferior al mínimo de 1. 600 o 1. 700 calorías pasó de 99 millones en 1980 a 168 millones en 1990-1991. La pandémia del sida adquiere en África proporciones catastróficas 1,5 millones de niños mueren de diarrea cada año. En 1989 murieron de paludismo 1,5 millones de niños menores de cinco años En África hay actualmente más de 20 millones de refugiados y personas desplazadas por distintas razones: imposibilidad de subsistir, guerras civiles, conflictos étnicos o religiosos, represión política, violaciones de los derechos humanos y clima de inseguridad. En el África Subsahariana saben leer y escribir sólo dos de cada tres hombres y una de cada tres Mujeres. A comienzos de los años 90 el crecimiento de la matrícula [escolar] de todos los niveles había disminuido en el 50 % en relación con los años 70, habiéndose producido la baja más acentuada en la enseñanza primaria. Mientras que un desarrollo socioeconómico, cultural y tecnológico rápido depende cada vez más de la existencia de recursos humanos de alto nivel, en toda África la enseñanza superior está en rápida regresión tanto cualitativa como cuantitativa. Millones de niños, mujeres y hombres de África necesitan protección contra la enfermedad, las violaciones de los derechos humanos, la violencia interétnica y la represión política. Aspiran a adquirir conocimientos y competencias y a asumir su responsabilidad de ciudadanos y agentes económicos. Desean participar tanto en la toma de decisiones que afectan a su vida cotidiana y su bienestar, como en la conducción de los asuntos públicos. Se niegan a ser simplemente tributarios de la ayuda y el socorro del extranjero. Precisamente en esta perspectiva se deberán formular las prioridades de África en cuanto a desarrollo humano y las estrategias que servirán para aplicarlas.
La participación de la mujer en la educación, palanca esencial del desarrollo
En este esbozo de las principales disparidades del acceso al conocimiento y al saber, la Comisión no podría silenciar un hecho preocupante que se observa en todo el mundo, pero tal vez más particularmente en los países en desarrollo: la desigualdad del hombre y la mujer ante la educación. No cabe duda de que se ha avanzado durante los últimos años; los datos estadísticos de la UNESCO indican, por ejemplo, que el índice de alfabetización de las mujeres ha aumentado en casi todos los países sobre los cuales se dispone de información. Sin embargo, las desigualdades siguen siendo flagrantes, pues las dos terceras partes de los adultos analfabetos del mundo, o sea 565 millones de personas, son mujeres que en su mayor parte viven en las regiones en desarrollo de África, Asia y América Latina(5). A escala mundial la escolarización de las niñas es inferior a la de los niños; una de cada cuatro niñas no asiste a la escuela, mientras que en el caso de los varones es uno de cada seis (24,5 %, o sea 85 millones, en comparación con 16,4 %, o sea 60 millones, del grupo de edad correspondiente al de enseñanza primaria escolarizado). Estas desigualdades se explican esencialmente por las diferencias observadas en las regiones menos desarrolladas. Así, en el África Subsahariana sólo frecuenta la escuela la mitad de las niñas de 6 a 11 años de edad y los índices disminuyen considerablemente cuando se examinan los grupos de mayor edad.
La desigualdad Entre los sexos
En las economías de subsistencia la mujer realiza el trabajo más pesado, empeñándose durante más tiempo y contribuyendo más a los ingresos familiares que los hombres de la familia. Esta desigualdad de condición entre los sexos es una de las causas básicas de la pobreza, ya que en sus diferentes formas impide el acceso de cientos de millones de mujeres a la educación, la formación, los servicios de salud, los servicios de parvularios y a una condición jurídica, que le permitirían escapar a ese azote. En los países en - desarrollo la mujer trabaja en promedio de 12 a 18 horas diarias, teniendo a su cargo la producción de alimentos, la gestión de los recursos y las cosechas y diversas actividades, remuneradas o no, en cambio, el hombre trabaja de 8 a 12 horas. Se calcula que la mujer es la única fuente de ingresos para la tercera o cuarta parte de los hogares del mundo, y su aportación representa más del 50% de los recursos en por lo menos la cuarta parte de los demás hogares. Las familias cuyo jefe es mujer viven con mucha frecuencia por debajo del umbral de pobreza. Hay indicios de que en las economías de susbístencia la situación de la mujer es cada vez más precaria. Las crecientes limitaciones de tiempo a que se ven sometidas, por tener que trabajar más horas con objeto de arreglárselas para vivir, tienen el doble efecto de des valorizar su condición social y mantener un elevado índice de natalidad. Cuando ya no le es posible aumentar aún más su carga de trabajo, la mujer apela en gran parte a sus hijos, sobre todo
El principio de equidad impone un esfuerzo particular para suprimir todas las desigualdades entre los sexos en materia de educación, pues constituyen la base de inferioridades duraderas que pesan sobre la mujer durante toda su vida. Además, todos los expertos reconocen hoy la función estratégica que la educación de la mujer desempeña en el desarrollo. En particular, se ha establecido una correlación muy clara entre el nivel de educación de la mujer, por una parte, y el mejoramiento gene ral de la salud y de la nutrición de la población y la baja del índice de fecundidad, por la otra. El Informe Mundial sobre la Educación 1995 analiza los diferentes aspectos de esta cuestión y observa que «las mujeres y niñas de muchas de las regiones más pobres del mundo están encerradas en un círculo de pobreza donde se casan muy jóvenes, en el que madres analfabetas crían a hijas analfabetas que también se casan jóvenes para entrar en otro círculo de pobreza, analfabetismo, fecundidad a sus hijas, para que la liberen de una parte de sus tareas. De hecho, la creciente tendencia en numerosas regiones a no escolarízar a las hijas a fin de que puedan ayudar a la madre en su trabajo tendrá como consecuencia casi segura limitar las perspectivas de futuro de una nueva generación de chicas que se encontrarán en desventaja en relación con sus hermanos. Un cuestionamiento necesario: los daños causados por el progreso)
El objetivo del simple crecimiento económico resulta insuficiente para garantizar el desarrollo humano. En cierto modo se pone en tela de juicio por dos razones: no sólo en razón de su carácter desigualitario, sino también por los elevados costos que induce, sobre todo en materia de medio ambiente y empleo. En efecto, al ritmo de la producción actual los recursos llamados no renovables corren peligro de escasear, sea que se trate de los recursos energéticos o de tierras laborables. Por otra parte, las industrias basadas en la física, la química y la biología son fuente de una contaminación que destruye o perturba la naturaleza. Por último, de manera general se encuentran amenazadas las condiciones de vida en nuestro planeta; la rarefacción del agua potable, la desforestación, el efecto de invernadero y la transformación de los océanos en un gigantesco cubo de basura son otras tantas manifestaciones alarmantes de una irresponsabilidad general de nuestra generación respecto del futuro, cuya gravedad puso de relieve la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992. Por otra parte, el veloz aumento del desempleo durante los últimos años en numerosos países constituye en muchos aspectos un fenómeno estructural vinculado al progreso tecnológico. La sustitución sistemática de los trabajadores por un capital técnico innovador que aumenta sin cesar la productividad del trabajo contribuye al subempleo de una parte de la mano de obra. Al comienzo el fenómeno afectó al trabajo de ejecución y en la actualidad se ha extendido a algunas tareas de concepción o de cálculo. La generalización de la inteligencia artificial amenaza con propagarlo a lo largo de la cadena de cualificación. Ya no se trata únicamente de que quedan excluidos del empleo, más aún, de la sociedad, grupos de personas mal preparadas, sino de una evolución que podría modificar el lugar y hasta la naturaleza misma del trabajo en las sociedades de mañana. En la situación actual es difícil establecer un diagnóstico certero, pero vale la pena plantearse la cuestión. Se observará que en las sociedades industriales, fundadas en el valor integrador del trabajo, este problema constituye en la actualidad una fuente de desigualdad; algunas personas tienen trabajo mientras que otras están excluidas y se convierten en asistidos o desamparados. Como no se ha encontrado un nuevo modelo de estructuración del tiempo de la vida humana, esas sociedades están en crisis; el trabajo se convierte en un bien escaso que las naciones se apropian mediante toda clase de proteccionismos y prácticas de «dumping» social. El problema del desempleo amenaza además muy gravemente la estabilidad de los países en desarrollo. Así pues, el riesgo está en todas partes; numerosos jóvenes sin empleo, abandonados a su suerte en las grandes aglomeraciones urbanas, están expuestos a todos los peligros vinculados a la exclusión social. Esta evolución resulta muy costosa socialmente y puede en último término comprometer la solidaridad nacional. Por consiguiente, se puede considerar, en una formulación prudente, que la técnica progresa con mayor rapidez que nuestra capacidad de imaginar la solución de los nuevos problemas que plantea a los individuos y a las sociedades modernas. Es preciso reconsiderar la sociedad en función de esa evolución ineluctable.
La educación para el desarrollo humano
Una de las primeras funciones que incumben a la educación consiste, pues, en lograr que la humanidad pueda dirigir cabalmente su propio desarrollo. En efecto, deberá permitir que cada persona se responsabilice de su destino a fin de contribuir al progreso de la sociedad en la que vive, fundando el desarrollo en la participación responsable de las personas y las comunidades. Habida cuenta del punto de vista adoptado, la educación contribuye al desarrollo humano en todos sus aspectos. Sin embargo, ese desarrollo responsable no puede movilizar todas las energías sin una condición previa: facilitar a todos, lo antes posible, el «pasaporte para la vida» que le permitirá comprenderse mejor a sí mismo, entender a los demás y participar así en la obra colectiva y la vida en sociedad. Así pues, la educación básica para todos es absolutamente vital. En la medida en que el desarrollo tiene como objeto la plena realización del ser humano como tal, y no como medio de producción, es claro que esa educación básica deberá abarcar todos los elementos del saber necesarios para acceder eventualmente a otros niveles de formación. A este respecto conviene insistir en la función formadora de la enseñanza de las ciencias y definir en esta perspectiva una educación que, desde la más tierna infancia y con medios a veces muy sencillos como la tradicional clase práctica de ciencias, sepa despertar la curiosidad del niño, desarrollar su sentido de observación e iniciarlo en una metodología de tipo experimental Sin embargo, en la perspectiva de la educación permanente, la educación básica deberá además, y sobre todo, dar a cada persona los medios de modelar libremente su vida y participar en la evolución de la sociedad. En este caso, la Comisión se inspira decididamente en los trabajos y las resoluciones de la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos, celebrada en Jomtien (Tailandia) en 1990, y desea dar a la noción de educación básica o «educación fundamental»(6) la acepción más amplia posible, incluyendo un conjunto de conocimientos y técnicas indispensables desde el punto de vista del desarrollo hu6 El texto francés de la mano. Debería comprender en particular una educación relativa Declaración de Jomtien al medio ambiente, la salud y la nutrición. definió las necesidades Teniendo como objetivo un desarrollo fundado en la particieducativas fundamentales pación responsable de todos los miembros de la sociedad, el y adoptó la expresión «educación fundamental»
El informe de la UNESCO, elaborado en 1996, sobre la educación para el siglo XXI, dio un gran paso hacia adelante al dejar explicitado que la educación no sólo debe promover las competencias básicas tradicionales, sino que ha de proporcionar los elementos necesarios para ejercer plenamente la ciudadanía, contribuir a una cultura de paz y a la transformación de la sociedad. Este trabajo sirvió de fundamento a las reformas curriculares de algunos países de la región.
El mundo ha experimentado durante los últimos cincuenta años un auge económico sin precedentes. Sin proponerse hacer un balance exhaustivo de ese periodo, lo que rebasaría su mandato, la Comisión quisiera recordar, ateniéndose a su propia perspectiva, que esos avances se deben ante todo a la capacidad del ser humano de dominar y organizar su entorno en función de sus necesidades, es decir, a la ciencia y a la educación, motores fundamentales del progreso económico. Sin embargo, consciente de que el modelo actual de crecimiento tropieza con limitaciones evidentes en razón de las desigualdades que induce y de los costos humanos y ecológicos que entraña, la Comisión estima necesario definir la educación no ya simplemente en términos de sus repercusiones en el crecimiento económico, sino en función de un marco más amplio: el del desarrollo humano.
Del crecimiento económico al desarrollo humano
Un crecimiento económico mundial muy desigual
La riqueza mundial ha venido aumentando considerablemente desde 1950 gracias a los efectos conjugados de la segunda revolución industrial, el aumento de la productividad y el progreso tecnológico. El producto interior bruto mundial ha pasado de 4 a 23 billones de dólares y durante el mismo periodo se ha triplicado con creces el ingreso medio por habitante. El avance técnico se ha difundido rápidamente; por no citar sino un ejemplo, cabe recordar que en el lapso de una vida humana la informática ha pasado por más de cuatro fases sucesivas de desarrollo y que en 1993 las ventas mundiales de terminales informáticos superaron 12 millones de unidades(1). Esto ha transformado profundamente los modos de vida y los estilos de consumo, y se ha conformado de manera casi universal el proyecto de mejorar el bienestar de la humanidad mediante la modernización de la economía. Sin embargo, esa forma de desarrollo fundado únicamente en el crecimiento económico ha suscitado profundas desigualdades y los ritmos de progresión son muy diferentes según el país y la región. Por ejemplo, se calcula que más del 75 % de la población mundial vive en países en desarrollo y sólo cuenta con el 16 % de la riqueza mundial. Más aún, según los estudios de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), están disminuyendo en la actualidad los ingresos de los países menos adelantados, cuya población se cifra en 560 millones de habitantes. Se estima que dichos ingresos ascienden a 300 dólares por año y por habitante, en comparación con 906 en los demás países en desarrollo y 21.598 en las naciones industrializadas. Por otra parte, se han acentuado las desigualdades a raíz de la competencia entre los países y los distintos grupos humanos; la desigualdad de distribución de los excedentes de productividad entre distintos países y dentro de algunos considerados ricos revela que el crecimiento agrava la fractura entre los más dinámicos y los otros. Se diría que algunos países van abandonando la carrera en pos de competitividad. Estas desigualdades se explican en parte por el disfuncionamiento de los mercados y por la índole intrínsecamente desigualitaria del sistema político mundial, además de estar estrechamente vinculadas al tipo de desarrollo actual que atribuye un lugar preponderante a la materia gris y a la innovación.
Demanda de una educación con fines económicos
Se observa que, debido a la presión del progreso técnico y la modernización, durante el periodo que nos ocupa ha venido aumentando en la mayoría de los países la demanda de una educación con fines económicos. las comparaciones internacionales ponen de relieve lo importante que es para la productividad el capital humano y, por consiguiente, la inversión en educación(2). Las relaciones entre el ritmo del progreso técnico y la calidad de la intervención humana se tornan cada vez más visibles, así como la necesidad de formar agentes económicos capaces de utilizar las nuevas tecnologías y manifestar un comportamiento innovador. Se exigen nuevas aptitudes y los sistemas educativos deben responder a esta necesidad, no sólo garantizando los años estrictamente necesarios de escolaridad o de formación profesional, sino formando científicos, personal innovador y tecnólogos de alto nivel. Asimismo se puede situar en esta perspectiva el auge experimentado estos últimos años por la formación permanente, concebida ante todo como acelerador del crecimiento económico. En efecto, la rapidez de las mutaciones tecnológicas ha dado lugar, en las empresas y en los países, al imperativo de la flexibilidad cualitativa de la mano de obra. Es primordial seguir e incluso preceder los cambios tecnológicos que afectan permanentemente a la índole y organización del trabajo. En todos los sectores, incluida la agricultura, se requieren competencias evolutivas articuladas a la vez en conocimientos y competencias profesionales actualizadas. Esta evolución irreversible se opone a la rutina y las calificaciones adquiridas por imitación o por repetición y se constata que son cada vez más importantes las inversiones denominadas inmateriales como la formación, conforme produce sus efectos la «revolución de la inteligencia»(3). En estas circunstancias la formación permanente de la mano de obra adquiere la dimensión de una inversión estratégica que entraña la movilización de varios tipos de agentes: el sistema educativo, los formadores privados, los empleadores y los representantes de los asalariados. Así pues, en numerosos países industrial izados se observa un aumento considerable de los recursos financieros asignados a la formación permanente. Todo indica que esta tendencia se va a intensificar a raíz de la evolución del trabajo en las sociedades modernas. En efecto, el carácter de este último ha experimentado un profundo cambio durante los últimos años, en los que se ha observado en particular un aumento neto del sector terciario que hoy emplea la cuarta parte de la población activa de los países en desarrollo y más de las dos terceras partes de la de los países industrializados. la aparición y el desarrollo de «sociedades de la información», así como la continuación del progreso tecnológico, que constituye en cierto modo una tendencia importante de fines del siglo xx, subrayan su dimensión cada vez más inmaterial y acentúan el papel que desempeñan las aptitudes intelectuales y cognoscitivas. En consecuencia, ya no es posible pedir a los sistemas educativos que formen mano de obra para un empleo industrial estable; se trata más bien de formar para la innovación personas capaces de evolucionar, de adaptarse a un mundo en rápida mutación y de dominar el cambio.
Distribución desigual de los recursos cognoscitivos
En los albores del siglo XXI, la actividad de educación y formación en todos sus componentes se ha convertido en uno de los principales motores del desarrollo. También contribuye al progreso científico y tecnológico y al avance general del conocimiento, que constituyen los factores más decisivos del crecimiento económico.
Ahora bien, es evidente que numerosos países en desarrollo se encuentran especialmente desprovistos de estos recursos y sufren de un grave déficit de conocimientos. Es cierto que la alfabetización y la escolarización ganan terreno entre las poblaciones de los países del Sur, lo que permitirá tal vez reequilibrar a largo plazo las relaciones económicas mundiales (véase el Capítulo 6), pero siguen siendo muy graves las desigualdades en materia científica y de investigación y desarrollo; en 1990, el 42,8 % de los gastos se efectuaba en América del Norte y el 23,2 % en Europa, en comparación con el 0,2 % en el África Subsahariana o el 0,7 % en los Estados Árabes(4). El éxodo de profesionales hacia los países ricos acentúa este fenómeno.
El éxodo de profesionales hacia los países ricos
Los países en desarrollo pierden cada año miles de especialistas, ingenieros, médicos, científicos, técnicos. Frustrados por los bajos salarios y la limitación de oportunidades en sus países, se marchan a países más ricos donde se puedan aprovechar y remunerar mejor sus talentos. El problema se debe en parte a un exceso de producción. Con frecuencia, los sistemas educativos de los países en desarrollo se organizan en función de necesidades propias de los países industrializados y capacitan demasiados profesionales de alto nivel. Somalia, por ejemplo, produce cerca de cinco veces más graduados de los que el país puede emplear. En Costa de Marfil el desempleo de los profesionales alcanza al 50 %. Los países industrializados se benefician de las capacidades de los inmigrantes. Entre 1960 y 1990, Estados Unidos y Canadá recibieron más de un millón de profesionales y técnicos procedentes de países en desarrollo. El sistema educativo de los Estados Unidos depende en gran parte de ellos, en 1985, en las instituciones de enseñanza de ingeniería eran extranjeros aproximadamente la mitad de los profesores auxiliares menores de 35 años. Japón y Austria también han procurado atraer inmigrantes altamente calificados. Esta pérdida de trabajadores calificados representa una severa hemorragia de capital. Según estimaciones del servicio de investigaciones del Congreso de Estados Unidos, en 1971-1972 los países en desarrollo, en conjunto, perdieron una inversión de 20.000 dólares en cada emigrante calificado, lo que equivale a un total de 646 millones de dólares. Parte de esta cantidad retorna en forma de remesas, pero no en escala suficiente para compensar las pérdidas. Es posible que algunos países tengan más personas capacitadas de las que pueden utilizar, pero otros están perdiendo especialistas que necesitan urgentemente. En Ghana, el 60 % de los médicos que estudiaron a comienzos de los años 80 vive hoy en día en el extranjero, situación que plantea una escasez crítica en los servicios de salud. Se calcula que, en conjunto, entre 1985 y 1990 África ha perdido hasta 60. 000 administradores de nivel medio y alto. Incumbe a los países en desarrollo tomar medidas para reducir esas pérdidas. Es preciso que adapten sus sistemas educativos para que correspondan mejor a sus necesidades prácticas y que mejoren el manejo de sus economías. Pero para eso también tienen que tener un mejor acceso a los mercados internacionales. Fuente. PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano 1992, págs. 134-135, Santa Fe de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1992.
De hecho, los países en desarrollo no suelen disponer de los fondos necesarios para invertir de manera eficaz en la investigación, y la falta de una comunidad científica local suficientemente numerosa constituye un impedimento grave. Por generar enormes economías de escala en la fase de la investigación fundamental, el conocimiento sólo es eficaz en este campo cuando supera un umbral crítico de inversión cuantiosa. Lo mismo se aplica a las actividades de investigación y desarrollo, que exigen inversiones de gran magnitud, arriesgadas, y presuponen la existencia de un entorno ya suficientemente dotado de recursos científicos. Ese contexto es necesario para multiplicar de manera significativa el rendimiento de las inversiones dedicadas a la investigación y lograr economías externas a corto y largo plazo. Esta es sin duda una de las razones por las cuales ha fracasado la transferencia de tecnología de los países industrializados a los países en desarrollo. Dichas transferencias requieren a todas luces un ambiente propicio que movilice y valorice los recursos intelectuales locales y permita una verdadera asimilación de las tecnologías en el marco de un desarrollo endógeno. Con este fin es necesario que los países más pobres se doten de una capacidad propia de investigación y especialización, en particular constituyendo polos regionales de excelencia. Cabe observar que la situación es diferente en los países denominados emergentes, en particular de Asia, en los que hay un importante aumento de la inversión privada. Esas inversiones, que van generalmente acompañadas de transferencias de tecnología, pueden constituir la base de un desarrollo económico rápido a condición de que, como suele ser el caso, se prevea una verdadera política de formación de mano de obra local. Parece pues imponerse una primera conclusión: los países en desarrollo no deben descuidar nada que pueda permitirles la entrada indispensable en el universo de la ciencia y la tecnología, con todo lo que ello entraña en materia de adaptación de la cultura y modernización de las mentalidades. Considerada en esta perspectiva, la inversión en educación e investigación constituye una necesidad, y uno de los principales motivos de preocupación de la comunidad internacional debe ser el peligro de marginación total de los excluidos del progreso en una economía mundial en rápida transformación. Si no se hace un vasto esfuerzo para conjurar ese peligro, algunos países, incapaces de participar en la competencia tecnológica internacional, se constituirán en focos de miseria, desesperanza o violencia imposibles de superar mediante la asistencia y la acción humanitaria. Incluso en los países desarrollados hay grupos sociales que corren peligro de quedar excluidos del proceso de socialización que hasta hace poco constituía una organización del trabajo de tipo industrial. En los dos casos el problema esencial sigue siendo la distribución desigual del conocimiento y las competencias. Conviene recordar un hecho bien conocido, pero que tal vez no se tiene suficientemente en cuenta por lo que atañe a sus consecuencias educativas, a saber, que la oposición entre países del Norte y del Sur es mucho menos tajante que hace unos años. En efecto, por una parte los antiguos países comunistas, actualmente en transición, afrontan problemas específicos que se traducen, en distinto grado, en dificultades para reconstruir a fondo el sistema educativo. Por otra parte, los países «emergentes» han salido del subdesarrollo y son precisamente los que suelen invertir más en educación, según formas adaptadas a su propia situación cultural, social y económica. No existe modelo sobre el particular, pero al formular reformas educativas en otros países del mundo vale la pena tener en consideración el caso de los nuevos países industrializados de Asia. Sin embargo, no se puede concebir la educación como motor de un desarrollo verdaderamente justo sin interrogarse en primer lugar sobre los medios de contener la deriva acelerada de algunos países, arrastrados en una espiral de pauperización. El ejemplo más preocupante a este respecto es el de los países del África Subsahariana, cuyo PIB se ha estancado mientras su población aumenta rápidamente. En esos países, cuya población es muy joven, el nivel medio de vida está en descenso y no pueden dedicar hoy a la educación la misma proporción del PIB que a comienzos de los años 80. Tal situación, que compromete gravemente el desarrollo futuro de esa región, requiere una atención particular de la comunidad internacional y sobre todo una movilización de recursos en el plano local.
África en visperas del siglo XXI
Más de 215 millones de africanos vivían en 1990 por debajo del umbral de pobreza. La pobreza afecta en primer lugar a las mujeres de las ciudades y del campo. El número de africanos cuya ración alimentaría diaria es inferior al mínimo de 1. 600 o 1. 700 calorías pasó de 99 millones en 1980 a 168 millones en 1990-1991. La pandémia del sida adquiere en África proporciones catastróficas 1,5 millones de niños mueren de diarrea cada año. En 1989 murieron de paludismo 1,5 millones de niños menores de cinco años En África hay actualmente más de 20 millones de refugiados y personas desplazadas por distintas razones: imposibilidad de subsistir, guerras civiles, conflictos étnicos o religiosos, represión política, violaciones de los derechos humanos y clima de inseguridad. En el África Subsahariana saben leer y escribir sólo dos de cada tres hombres y una de cada tres Mujeres. A comienzos de los años 90 el crecimiento de la matrícula [escolar] de todos los niveles había disminuido en el 50 % en relación con los años 70, habiéndose producido la baja más acentuada en la enseñanza primaria. Mientras que un desarrollo socioeconómico, cultural y tecnológico rápido depende cada vez más de la existencia de recursos humanos de alto nivel, en toda África la enseñanza superior está en rápida regresión tanto cualitativa como cuantitativa. Millones de niños, mujeres y hombres de África necesitan protección contra la enfermedad, las violaciones de los derechos humanos, la violencia interétnica y la represión política. Aspiran a adquirir conocimientos y competencias y a asumir su responsabilidad de ciudadanos y agentes económicos. Desean participar tanto en la toma de decisiones que afectan a su vida cotidiana y su bienestar, como en la conducción de los asuntos públicos. Se niegan a ser simplemente tributarios de la ayuda y el socorro del extranjero. Precisamente en esta perspectiva se deberán formular las prioridades de África en cuanto a desarrollo humano y las estrategias que servirán para aplicarlas.
La participación de la mujer en la educación, palanca esencial del desarrollo
En este esbozo de las principales disparidades del acceso al conocimiento y al saber, la Comisión no podría silenciar un hecho preocupante que se observa en todo el mundo, pero tal vez más particularmente en los países en desarrollo: la desigualdad del hombre y la mujer ante la educación. No cabe duda de que se ha avanzado durante los últimos años; los datos estadísticos de la UNESCO indican, por ejemplo, que el índice de alfabetización de las mujeres ha aumentado en casi todos los países sobre los cuales se dispone de información. Sin embargo, las desigualdades siguen siendo flagrantes, pues las dos terceras partes de los adultos analfabetos del mundo, o sea 565 millones de personas, son mujeres que en su mayor parte viven en las regiones en desarrollo de África, Asia y América Latina(5). A escala mundial la escolarización de las niñas es inferior a la de los niños; una de cada cuatro niñas no asiste a la escuela, mientras que en el caso de los varones es uno de cada seis (24,5 %, o sea 85 millones, en comparación con 16,4 %, o sea 60 millones, del grupo de edad correspondiente al de enseñanza primaria escolarizado). Estas desigualdades se explican esencialmente por las diferencias observadas en las regiones menos desarrolladas. Así, en el África Subsahariana sólo frecuenta la escuela la mitad de las niñas de 6 a 11 años de edad y los índices disminuyen considerablemente cuando se examinan los grupos de mayor edad.
La desigualdad Entre los sexos
En las economías de subsistencia la mujer realiza el trabajo más pesado, empeñándose durante más tiempo y contribuyendo más a los ingresos familiares que los hombres de la familia. Esta desigualdad de condición entre los sexos es una de las causas básicas de la pobreza, ya que en sus diferentes formas impide el acceso de cientos de millones de mujeres a la educación, la formación, los servicios de salud, los servicios de parvularios y a una condición jurídica, que le permitirían escapar a ese azote. En los países en - desarrollo la mujer trabaja en promedio de 12 a 18 horas diarias, teniendo a su cargo la producción de alimentos, la gestión de los recursos y las cosechas y diversas actividades, remuneradas o no, en cambio, el hombre trabaja de 8 a 12 horas. Se calcula que la mujer es la única fuente de ingresos para la tercera o cuarta parte de los hogares del mundo, y su aportación representa más del 50% de los recursos en por lo menos la cuarta parte de los demás hogares. Las familias cuyo jefe es mujer viven con mucha frecuencia por debajo del umbral de pobreza. Hay indicios de que en las economías de susbístencia la situación de la mujer es cada vez más precaria. Las crecientes limitaciones de tiempo a que se ven sometidas, por tener que trabajar más horas con objeto de arreglárselas para vivir, tienen el doble efecto de des valorizar su condición social y mantener un elevado índice de natalidad. Cuando ya no le es posible aumentar aún más su carga de trabajo, la mujer apela en gran parte a sus hijos, sobre todo
El principio de equidad impone un esfuerzo particular para suprimir todas las desigualdades entre los sexos en materia de educación, pues constituyen la base de inferioridades duraderas que pesan sobre la mujer durante toda su vida. Además, todos los expertos reconocen hoy la función estratégica que la educación de la mujer desempeña en el desarrollo. En particular, se ha establecido una correlación muy clara entre el nivel de educación de la mujer, por una parte, y el mejoramiento gene ral de la salud y de la nutrición de la población y la baja del índice de fecundidad, por la otra. El Informe Mundial sobre la Educación 1995 analiza los diferentes aspectos de esta cuestión y observa que «las mujeres y niñas de muchas de las regiones más pobres del mundo están encerradas en un círculo de pobreza donde se casan muy jóvenes, en el que madres analfabetas crían a hijas analfabetas que también se casan jóvenes para entrar en otro círculo de pobreza, analfabetismo, fecundidad a sus hijas, para que la liberen de una parte de sus tareas. De hecho, la creciente tendencia en numerosas regiones a no escolarízar a las hijas a fin de que puedan ayudar a la madre en su trabajo tendrá como consecuencia casi segura limitar las perspectivas de futuro de una nueva generación de chicas que se encontrarán en desventaja en relación con sus hermanos. Un cuestionamiento necesario: los daños causados por el progreso)
El objetivo del simple crecimiento económico resulta insuficiente para garantizar el desarrollo humano. En cierto modo se pone en tela de juicio por dos razones: no sólo en razón de su carácter desigualitario, sino también por los elevados costos que induce, sobre todo en materia de medio ambiente y empleo. En efecto, al ritmo de la producción actual los recursos llamados no renovables corren peligro de escasear, sea que se trate de los recursos energéticos o de tierras laborables. Por otra parte, las industrias basadas en la física, la química y la biología son fuente de una contaminación que destruye o perturba la naturaleza. Por último, de manera general se encuentran amenazadas las condiciones de vida en nuestro planeta; la rarefacción del agua potable, la desforestación, el efecto de invernadero y la transformación de los océanos en un gigantesco cubo de basura son otras tantas manifestaciones alarmantes de una irresponsabilidad general de nuestra generación respecto del futuro, cuya gravedad puso de relieve la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992. Por otra parte, el veloz aumento del desempleo durante los últimos años en numerosos países constituye en muchos aspectos un fenómeno estructural vinculado al progreso tecnológico. La sustitución sistemática de los trabajadores por un capital técnico innovador que aumenta sin cesar la productividad del trabajo contribuye al subempleo de una parte de la mano de obra. Al comienzo el fenómeno afectó al trabajo de ejecución y en la actualidad se ha extendido a algunas tareas de concepción o de cálculo. La generalización de la inteligencia artificial amenaza con propagarlo a lo largo de la cadena de cualificación. Ya no se trata únicamente de que quedan excluidos del empleo, más aún, de la sociedad, grupos de personas mal preparadas, sino de una evolución que podría modificar el lugar y hasta la naturaleza misma del trabajo en las sociedades de mañana. En la situación actual es difícil establecer un diagnóstico certero, pero vale la pena plantearse la cuestión. Se observará que en las sociedades industriales, fundadas en el valor integrador del trabajo, este problema constituye en la actualidad una fuente de desigualdad; algunas personas tienen trabajo mientras que otras están excluidas y se convierten en asistidos o desamparados. Como no se ha encontrado un nuevo modelo de estructuración del tiempo de la vida humana, esas sociedades están en crisis; el trabajo se convierte en un bien escaso que las naciones se apropian mediante toda clase de proteccionismos y prácticas de «dumping» social. El problema del desempleo amenaza además muy gravemente la estabilidad de los países en desarrollo. Así pues, el riesgo está en todas partes; numerosos jóvenes sin empleo, abandonados a su suerte en las grandes aglomeraciones urbanas, están expuestos a todos los peligros vinculados a la exclusión social. Esta evolución resulta muy costosa socialmente y puede en último término comprometer la solidaridad nacional. Por consiguiente, se puede considerar, en una formulación prudente, que la técnica progresa con mayor rapidez que nuestra capacidad de imaginar la solución de los nuevos problemas que plantea a los individuos y a las sociedades modernas. Es preciso reconsiderar la sociedad en función de esa evolución ineluctable.
La educación para el desarrollo humano
Una de las primeras funciones que incumben a la educación consiste, pues, en lograr que la humanidad pueda dirigir cabalmente su propio desarrollo. En efecto, deberá permitir que cada persona se responsabilice de su destino a fin de contribuir al progreso de la sociedad en la que vive, fundando el desarrollo en la participación responsable de las personas y las comunidades. Habida cuenta del punto de vista adoptado, la educación contribuye al desarrollo humano en todos sus aspectos. Sin embargo, ese desarrollo responsable no puede movilizar todas las energías sin una condición previa: facilitar a todos, lo antes posible, el «pasaporte para la vida» que le permitirá comprenderse mejor a sí mismo, entender a los demás y participar así en la obra colectiva y la vida en sociedad. Así pues, la educación básica para todos es absolutamente vital. En la medida en que el desarrollo tiene como objeto la plena realización del ser humano como tal, y no como medio de producción, es claro que esa educación básica deberá abarcar todos los elementos del saber necesarios para acceder eventualmente a otros niveles de formación. A este respecto conviene insistir en la función formadora de la enseñanza de las ciencias y definir en esta perspectiva una educación que, desde la más tierna infancia y con medios a veces muy sencillos como la tradicional clase práctica de ciencias, sepa despertar la curiosidad del niño, desarrollar su sentido de observación e iniciarlo en una metodología de tipo experimental Sin embargo, en la perspectiva de la educación permanente, la educación básica deberá además, y sobre todo, dar a cada persona los medios de modelar libremente su vida y participar en la evolución de la sociedad. En este caso, la Comisión se inspira decididamente en los trabajos y las resoluciones de la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos, celebrada en Jomtien (Tailandia) en 1990, y desea dar a la noción de educación básica o «educación fundamental»(6) la acepción más amplia posible, incluyendo un conjunto de conocimientos y técnicas indispensables desde el punto de vista del desarrollo hu6 El texto francés de la mano. Debería comprender en particular una educación relativa Declaración de Jomtien al medio ambiente, la salud y la nutrición. definió las necesidades Teniendo como objetivo un desarrollo fundado en la particieducativas fundamentales pación responsable de todos los miembros de la sociedad, el y adoptó la expresión «educación fundamental»
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