A casi un año, podríamos decir que la pandemia fue una frenada en seco como sociedad, en casi todos los planos de la vida social aunque también en lo más íntimo de nuestra subjetividad. Esta irrupción inesperada de otro modo de ser y estar también afectó al mundo de la escolaridad, quizás hasta de manera más rotunda que cualquier reforma pedagógica con la que pretendamos compararla.
Esa institución moderna, de una arquitectura bastante homogénea como su
centenaria previsibilidad, debió vaciarse de presencia corporal de la noche a
la mañana, ensayando una y mil formas de sostener lo que se denominó
“continuidad pedagógica”. Como muy acertadamente indica Marcela Martinez, la escuela ha trastocado su
condición de edificio a otra dimensión vincular, que ella denomina escuela
territorio, donde advertimos fuertes rupturas, aunque alguna continuidad.
La pandemia puso de manifiesto las heridas de la desigualdad. En clave
escolar, ha sido muy difícil que el conjunto de la población
escolar lograra la continuidad pedagógica en la virtualidad. Y eso es
lo que debemos resguardar en una democracia donde la educación se concibe como
derecho social. Muchísimas familias no han logrado acceder a una
tecnología para fines escolares y especialmente a la conectividad. Y en este
sentido fue muy importante, aunque insuficiente, el papel protagónico del
Estado, tanto nacional, como provincial y municipal. Ni qué hablar de lo
que dañó la discontinuidad de Conectar Igualdad durante el gobierno anterior,
en tanto muchas familias hubiesen contado con mejores recursos para afrontar
esta situación. Por eso es tan importante valorar cuando existe presencia del
Estado (aun cuando es insuficiente, aún errando), ya sea en salud o educación.
Es inimaginable qué habría pasado si hubiese continuado un gobierno que se
somete a la regulación del mercado y un Estado adelgazado para afrontar este
virus demoledor.
Se vienen dando muy diversas formas e intentos por sostener esta
relación escolar, a través de bolsones de alimentos entregados desde las
escuelas, donde es muy necesario reconocer y reivindicar la sacrificada tarea
de los integrantes de las conducciones escolares y de los docentes, así como a
través de cuadernillos impresos, sitios web, programas televisivos y
radiales elaborados por los gobiernos. Aun así, fue el celular la
herramienta más potente en la interacción escolar familiar, a través del
whatsapp como aplicación de uso masivo para la conexión virtual. Las
plataformas informáticas (tipo zoom), si bien impactaron en su irrupción y
publicidad, quedaron restringidas para un sector menor de nuestra sociedad.
Lo que debe orientar las políticas estatales es la imperiosa necesidad
de combatir esta desigualdad que se expresa en una distribución regresiva del
derecho a educación, donde observamos que existe una dolorosa realidad de quienes están
desconectados, otros que lo hacen en una relación de baja intensidad, con
intermitente conectividad y hay quienes, en forma minoritaria, acceden al más
veloz wifi. En clave pedagógica, advertir entonces cómo acortar brecha
tecnológica, virtual y cognitiva es la tarea primordial, aunque también revisar
el campo de la didáctica no presencial. Hay que tener cuidado y no resbalarnos
en cierta virtualización compulsiva. La misma consiste
en creer que lo virtual es el relevo de lo presencial a través del zoom
o el whatsapp, equivocación que no hace más que meter presión donde hay que
flexibilizar. Lo virtual no es una réplica mecánica de lo presencial por otros
medios, sino una modalidad que tiene sus propias reglas de juego, una lógica
muy singular, que es necesario conocer y saber aprovechar. De no comprender
esta cuestión es probable que se piense que la solución es de orden
cuantitativo y asunto de control. Entonces, seremos una fuente de saturación
creyendo que hacemos educación. Y será un bombardeo de zoom, pdf, mails,
whatsapp como simulación de “normalidad”. Por ello es muy importante que
la didáctica virtual pueda comprender que la eficacia de esta “continuidad”
depende mucho más de sostener el vínculo educativo, flexibilizar el currículum,
aprender a preguntar antes que sentenciar, orientar más que presionar, y
rearmar una relación que contemple más diversidad en el uso de recursos, que no
reduzca evaluar a examinar, que pueda tolerar (no es nada fácil) la cámara
apagada y otros modos de conectar. Hay un gran desafío en relación con
un aprendizaje en torno a la no sincronización como parte de una novedad que es
fuertemente disruptiva para la cultura escolar.
Si me preguntasen cuál es el aprendizaje primordial que esta pandemia
nos puede entregar, no dudaría en afirmar que construir solidaridad como
imperativo político y pedagógico. En una sociedad que necesita hacer su
democracia más democrática, es preciso sabernos parte de un conjunto en el que
muchísimos la están pasando muy mal. Familias que perdieron su trabajo, todo se
ha vuelto de baja intensidad ( la escolaridad, la salud, las ganas, hasta los modos
de mirar) en una situación excepcional de distancia física, padecimiento, falta
de contacto y abrazos y muerte de tanta humanidad. Por eso, como muy bien afirma el psicoanalista italiano Massimo Recalcati, se
hace necesario interpelar esa noción egoísta de libertad individual. En el
último tiempo hemos cometido el error de disociar libertad de solidaridad y
esto la convierte o bien en una abstracción o bien en una locura narcisista. Es
imperioso recuperar entonces la noción de fraternidad para consolidar nuevas
maneras de construcción social, y la escuela tiene un papel central en la
oportunidad de contribuir a la formación de una ciudadanía radicalmente más
democrática, de mayor cuidado y solidaridad, donde la libertad sea menos
egoísta e incorpore solidaridad.
Si comprendemos que se trata de un estado de excepción podremos afrontar
esta transitoriedad (aunque parezca eterna) transformando exigencias y vínculos
en función de la coyuntura y contexto, priorizando el sostenimiento del vínculo
y la solidaridad como argumento principal, en una sociedad tan desigual, para
seguir asociando educación con humanidad.
Por
Fuente: https://www.eldiarioar.com
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