El pedagogo español Miguel Ángel Santos Guerra advierte que la dimensión emocional se profundizó con la pandemia.
Desde el inicio de
la pandemia, el pedagogo español Miguel
Angel Santos
Guerra recibió
distintas historias de docentes y alumnos angustiados frente a un presente
incierto, donde el distanciamiento social es la dinámica que reina. Tiempos de
pantallas que dejaron expuestos la brecha digital de los chicos y sus familias.
“Las emociones se han extendido y profundizado durante la pandemia, sin
embargo, el currículum ha seguido centrado en los conocimientos académicos”, dice
el educador.
Destacado
conferencista y con una extensa carrera como profesor en todos los niveles del
sistema educativo, Santos Guerra acaba de publicar Educar el corazón.
Los sentimientos en la escuela (Homo Sapiens Ediciones). Una obra
donde reúne textos que hablan de la necesidad de la educación emocional y
reivindica el derecho a la ternura y a perseguir la felicidad en las escuelas. También aborda por qué la escuela tradicional, a
la que describe como el reino de lo cognitivo, debería ser el reino de lo
afectivo. Y afirma: “Una pantalla no es una escuela, la dimensión socializadora
exige presencia”.
—En este tiempo sin
clases presenciales mucho se ha hablado de la cuestión emocional de docentes y
alumnos ¿Le han llegado consultas al respecto?
—Pues sí. De
diversa naturaleza, pero todas de mucha intensidad. Algunos docentes
han sentido angustia ante una situación nueva, imprevista, desconocida, que
ponía patas arriba la seguridad a la que estaban acostumbrados. De la
noche a la mañana, se vieron obligados a asumir unas responsabilidades para las
que algunos no se sentían preparados por la dificultad de manejar herramientas
digitales (me preocupa más el analfabetismo pedagógico que el analfabetismo
digital). Han tenido que trabajar muchas horas sometidos a una tremenda
tensión. Algunos docentes me han dicho que se han sentido solos, recluidos en
sus casas, sin la presencia física de los colegas, sin su ayuda cercana, sin el
soporte emocional que supone la compañía. Hay docentes que han vivido
con dolor la brecha digital en la que sus alumnos y alumnas estaban inmersos:
familias sin cobertura, con un celular como único canal de comunicación para
toda la familia, con malas condiciones ambientales... Les ha llegado
la demanda de una ayuda que, en muchos casos, no podían o sabían dar. También
me han llegado testimonios de alumnos y alumnas que echaban de menos a sus
profesores, a sus compañeros y amigos. No es lo mismo compartir llegadas y
salidas, recreos, trabajo en el aula, que estar encerrados entre las cuatro
paredes de una habitación. Y todos, profesorado y alumnado, con el temor al
contagio, invadidos por noticias desalentadoras, con la tristeza de ver a
tantos ancianos que se despedían del mundo sin la presencia de ningún familiar
o amigo. Las emociones se han extendido y profundizado durante la pandemia. Sin
embargo, el currículum ha seguido centrado en los conocimientos académicos.
—¿Qué lugar debería
tener la educación emocional en las aulas?
—Hablo de las aulas
y de las escuelas. Porque la educación emocional es parte sustancial del
proyecto educativo de la institución. No se puede entender el desarrollo
integral de una persona sin tener en cuenta la dimensión afectiva. La educación
emocional es una tarea colegiada, en la que ha de estar comprometida toda la
comunidad. No hay niño que se resista a diez profesores que estén de acuerdo.
Pero, claro, también en el aula debe estar presente esta preocupación. Porque
es en el aula donde se produce la convivencia más intensa y duradera. Los
quince capítulos de mi libro Educar el corazón. Los sentimientos en la escuela
están dedicados a reflexionar sobre la importancia de esta exigencia educativa
y a orientar la acción para llevarla a cabo con éxito. La educación emocional
es importante no sólo para la aceptación de nosotros mismos y la buena
comunicación con los demás. Es también importante para el aprendizaje. Porque,
para que se produzcan aprendizajes significativos y relevantes hace falta que
el conocimiento tenga una lógica interna y otra externa, sí. Pero también hace
falta una disposición emocional para el aprendizaje. Solo aprende el
que quiere. El verbo aprender como el verbo amar, no se puede conjugar en
imperativo. Para enseñar y aprender hace falta tener cuidado el corazón.
—¿Qué trabas
comunes encuentra en la escuela tradicional para que sea, como afirma en el
libro, el reino de lo cognitivo y no de lo afectivo?
—La escuela, en
efecto, ha sido siempre el reino de lo cognitivo. Al entrar, a profesores y
alumnos se les ha preguntado: ¿qué sabes? A la salida se les ha vuelto a
preguntar: ¿qué has aprendido? Pocas veces se pregunta, a unos y a otros: ¿qué
sientes?, ¿eres feliz?, ¿sabes expresar tus emociones?, ¿sabes captar las
emociones de los demás? Las trabas son la rutina, que es el cáncer de las
instituciones, la falta de formación emocional de los docentes, la presión
institucional y social sobre el currículum académico. No se puede dar lo que no
se tiene. No hay forma más bella y más eficaz de autoridad que el
ejemplo. Enseñamos como somos, no como les decimos a los alumnos que
tienen que ser. Por eso digo que es fundamental la formación emocional de los
docentes. Decía Gabriela Mistral: “Si no eres capaz de amar, no puedes
dedicarte a la enseñanza”. Por otra parte, hay que seleccionar para
esta profesión a las mejores personas de un país, porque van a dedicarse a la
tarea más difícil, más decisiva y más hermosa que se le ha encomendado al ser
humano en la historia: van a trabajar con la mente y el corazón de las
personas. Y, como bien es sabido, no hay ningún filtro relacionado con estas
cuestiones para acceder a la profesión docente. ¿Qué hace en esta tarea una
persona sádica, desequilibrada, inestable, bipolar?
—¿Cómo garantizar
el derecho a la ternura que plantea en Educar el corazón en esta época de
distanciamiento social mediado por pantallas y sin abrazos?
—Una pantalla no
es una escuela. La dimensión socializadora exige presencia. El encuentro, la
conversación directa, la colaboración, el saludo sincero, el abrazo son
indispensables para el crecimiento personal y para el desarrollo de la
comunidad. Los alumnos y las alumnas necesitan conocimientos,
estrategias y destrezas, pero necesitan, sobre todo, el amor de quienes
enseñan. Los alumnos aprenden de aquellos docentes a los que aman.
Los alumnos y las alumnas tienen derecho a la ternura en dos sentidos: en
primer lugar, a vivirla en su relación con los otros, a darla a los demás. Y
también a recibirla, a ser tratados con respeto, con cariño, como corresponde a
la dignidad consustancial que conlleva ser personas. La ternura es el alimento
del alma. Digo en un capítulo del libro Educar el corazón que existen algunos
obstáculos que impiden cultivar la ternura. Uno de ellos es la concepción del
mundo como un campo de batalla. En la escuela, resulta un obstáculo la idea de
que los profesores son máquinas de enseñar y los alumnos máquinas de aprender.
—Cuando pase la
pandemia, ¿Qué enseñanzas le gustaría que se haya aprendido para la escuela?
—No saldremos de
la crisis igual que entramos. Cuando salgamos habremos aprendido muchas cosas.
Unas relacionadas con el análisis de la realidad. Otras con la vida emocional.
Hemos visto cómo el virus se ha ensañado con los más vulnerables, con los más
débiles. Y hemos aprendido que las terribles desigualdades existentes deben ser
superadas a través de la educación. La crisis nos ha enseñado la fragilidad e
importancia de la vida. Y qué decisiva es la solidaridad para vivir de una
forma más hermosa y más justa. En mi blog El Adarve,
dediqué doce artículos a reflexionar sobre la crisis. Uno de ellos llevaba este
título: La cruel pedagogía del virus. Hablo en él de algunas lecciones:
Lección
primera. La pandemia causa conmoción en todo el mundo, pero de forma
desigual. Médicos sin Fronteras advierte, por ejemplo, de la extrema
vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en
centros de intercambio en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria) hay un grifo
de agua para 1.300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven hacinados.
Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de 300 metros
cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible. Estas
condiciones también prevalecen en la frontera sur de Estados Unidos, hay
también allí una América invisible. ¿Nos importa que exista un orden mundial
tan discriminatorio?
Lección
segunda. El tiempo político y mediático condiciona cómo la sociedad
contemporánea percibe los riesgos que corre. Ese camino puede ser fatal. Las
crisis graves y agudas, cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan
a los medios de comunicación y poderes políticos, y llevan a tomar medidas que,
en el mejor de los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no
afectan sus causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión
lenta tienden a pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es
exponencialmente mayor. La pandemia de coronavirus es el ejemplo más reciente
del primer tipo de crisis. Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000
personas. La contaminación atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo
tipo de crisis. Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la Organización
Mundial de la Salud (OMS), la contaminación atmosférica, que es solo una de las
dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de personas.
Lección
tercera. La extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con
suerte) definitivamente desacreditadas. La extrema derecha ha crecido en todo
el mundo. Se caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de
los instrumentos democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo
excluyente, la xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el
estado de excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la
libertad de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como
enemigos, el discurso de odio, el uso de redes sociales para la comunicación
política en menosprecio de las herramientas y los medios convencionales.
Defiende, en general, el estado mínimo pero aumenta los presupuestos militares
y las fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue
ofrecido por el rotundo fracaso de los gobiernos provenientes de la izquierda
que se rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en
la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido
siempre o, al menos, que existe hoy
Lección
cuarta. De los 194 países soberanos que existen en el mundo
reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con autogobierno y
completa independencia, solo diez están gobernados por mujeres. Pues bien, esos
países han tenido una gestión de la crisis más efectiva, más rápida, más audaz.
Pensemos lo que ha pasado en Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia,
Noruega, Dinamarca... Sólo el 5% de los países del mundo están gobernados por
mujeres. Pues bien, de los 12 más efectivos, 7 están dirigidos por mujeres. No
es una casualidad. La gestión de la crisis en estos gobiernos ha sido más
eficaz, más valiente, más creativa, más compasiva, más ética. (¿Hemos pensado
alguna vez que no ha habido dictadoras en la historia?). Sobra mucha
testosterona en el poder.
Lección
quinta. Hemos podido comprobar la importancia que tiene la sanidad
pública. Los recortes que se realizaron y la privatización de los servicios han
mermado la capacidad de respuesta ante la gravedad de la crisis. ¿Cómo no
pensar en una forma segura y estable de garantizar la protección de la salud de
todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad, sin entregar su suerte a
la herencia o al azar?
Lección sexta. Se han presentado varios dilemas
durante la crisis. Uno de ellos ha sido el de salud versus economía. Cuidar de
la salud suponía destruir la economía. El primer ministro inglés Boris Johnson
dijo que había que seguir con la actividad a pesar de que hubiera que pagar el
tributo de muchas vidas. Luego, no sé si por la presión social o por qué, tuvo
que rectificar. Ha habido otro dilema que se ha adueñado de la opinión pública:
derecho a la libertad de expresión versus difusión de bulos y fake news. El
derecho a la información se ha llenado de confusión y de mentiras. Un tercer
dilema ha sido el de salud versus restricción de libertades. El gobierno ha
confinado a la población para conseguir frenar la expansión del virus.
Lección
séptima. Los docentes han trabajado con esfuerzo, creatividad y coraje
desde sus domicilios, en una experiencia jamás imaginada: desplegar un proyecto
educativo desde una institución virtual que se expande por el espacio y por el
tiempo y adaptar nuevas metodologías y formas de evaluación. Están siendo
héroes anónimos. Es hora de valorar la importancia de la educación y de la
investigación. El impacto de la brecha digital va a agrandar las diferencias
durante la crisis y se van a hacer más graves e injustas las diferencias. Habrá
que ayudar a los más vulnerables a recuperar el espacio perdido.
Lección
octava. Nuestros ancianos y ancianas han sido castigados con crueldad
por el Covid-19. Muchos de ellos han muerto en condiciones lamentables de
soledad y angustia. Las residencias se han convertido en trampas terribles
donde han encontrado la muerte muchos mayores por deficiencias de cuidado y de
gestión. El personal sanitario se ha visto expuesto a situaciones de alto
riesgo y hemos pagado un tributo elevadísimo de bajas y vidas He recibido una
desgarradora carta de Rocío Casto Bertomeu en la que me cuenta que ha perdido
en la crisis dos familiares a los que ha despedido en condiciones tristísimas:
una sanitaria y una queridísima abuela. Cuánto dolor en sectores tan sensibles
de la sociedad.
Lección
novena. La crisis ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. En la
crisis ha habido actuaciones heroicas sin límite, se ha desplegado un inmenso
abanico de acciones generosas. Personas que han arriesgado la vida para salvar
a otros. Personas y grupos que han dedicado su tiempo, su conocimiento y sus
bienes a la lucha por la recuperación. La ciudadanía ha respondido con
responsabilidad y sacrificios a las exigencia que imponía el bien común. Pero
también ha permitido mostrar lo más negativo de nuestro ser: personas que, con
irresponsabilidad inconcebible, han contagiado a otras personas, individuos que
se han enriquecido de forma injusta.
Después de la
crisis seremos distintos, pero no necesariamente mejores. Para ser mejores hará
falta algo más que las simples evidencias. Hará falta clarividencia, unidad,
solidaridad y voluntad para no repetir los errores. Lecciones duras, difíciles
de asimilar. Lecciones que no se aprenden sin esfuerzo y humildad. El
aprendizaje tiene que incorporarse a la construcción de una normalidad mejor,
de más calidad humana, de más profundidad ética.
Por Matias Loja
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