En
un momento tan crítico y delicado como es la actual pandemia, cuando tenemos
que cuidarnos todos porque literalmente nuestra supervivencia depende de ello,
hemos sido testigos de atrocidades.
Cómo
todos sabemos, la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-19 ha provocado grandes
acontecimientos y cambios en la vida de casi todas las personas del planeta. El
ser humano no se había enfrentado a un evento de esta magnitud desde la Segunda
Guerra Mundial. De tal forma que se ha concluido que el mundo no será el mismo
después de esta situación. La vida diaria cambiará drásticamente y las próximas
generaciones deberán de tener en mente la posibilidad de una pandemia, así como
se tienen en mente otros desastres naturales más comunes. Ante este panorama,
la incertidumbre y la inexactitud abundan en el mar de información en el cual
echamos a nadar nuestra percepción de la realidad compuesta por juicios,
pensamientos y conclusiones.
Por
lo tanto, el pensamiento de la gente se ha visto bombardeado por
especulaciones, miedos, verdades, mentiras, factores culturales, artículos
científicos, remedios caseros, política, gráficas y muchas noticias. Pareciera
que adquirir demasiada información sería bueno para las personas, pero tal como
lo predijo Huxley, no necesariamente. La comunicación, que nos ha abierto las
puertas al conocimiento y a la forma de relacionarnos, también nos está
boicoteando, derivando un conflicto mental entre creencias e información.
Entonces, al no haber una disciplina mental, es decir, falta de educación y la
capacidad de discriminar dicha la información, las personas no sabemos con
certeza que está ocurriendo. En otras palabras, estamos confundidos. En el mar
de información, entender e interpretar la realidad se vuelve más complicado de
lo que ya es. Cabe señalar que no me refiero a la educación de tener grados
académicos, sino a la educación mental que involucra al pensamiento crítico,
filosófico, científico y cívico.
El
cerebro del ser humano es una de las muchas cúspides de la evolución. Gracias a
él, nuestra especie se las ha arreglado para sobrevivir y, además, nos ha
ayudado a comprender el universo y su funcionamiento. Somos la especie que
piensa y nos hemos desarrollado por compartir el conocimiento. Desde que
nacemos, el cerebro trata de adquirir toda la información posible a su
alrededor, primero mediante sentidos y luego mediante preguntas. Estas
preguntas tienen diferentes orígenes y propósitos ya que la mente es muy
compleja. La inteligencia se clasifica en muchos tipos: emocional, lingüística,
espacial, lógico-matemática, corporal, musical, interpersonal, intrapersonal,
naturalista, existencial, creativa y colaborativa. Sin embargo, debido a
múltiples razones o factores, en algún punto de nuestro desarrollo algunos
individuos pierden esa pasión por explorar su mente y limitan su conocimiento a
sus propios intereses, volviéndose ignorantes por convicción ante ciertos
temas. Las consecuencias de la “modernidad líquida”, diría Zygmunt Bauman.
Dicha ignorancia nos está saliendo cara y se están evidenciando las
consecuencias de no haber puesto la suficiente atención e importancia a la
educación.
El
precio de la ignorancia
La
ignorancia ha dado lugar a disfuncionalidades graves, como violencia,
intolerancia y la pérdida de valores como respeto y dignidad. Es por esta razón
que, en un momento tan crítico y delicado como es la actual pandemia, cuando
tenemos que cuidarnos todos porque literalmente nuestra supervivencia depende
de ello, hemos sido testigos de atrocidades. Como, por ejemplo, las amenazas a
hospitales y personal médico y el abandono de cadáveres en las calles. Peor
aún, en lugar de generar empatía por la gente que está sufriendo, muriendo y
siendo apilada en bolsas, comenzamos a burlarnos haciendo memes clasistas. Cabe
señalar que ser empático no quiere decir que se justifiquen los actos inmorales
o antiéticos, sino que debe de hacernos más conscientes de los problemas que
estamos enfrentando.
Ahora
bien, por el simple hecho de que se tiene que convencer a la gente porque “no
cree” en la existencia de un virus ya son números rojos en la calidad de la
educación recibida. Tal es el caso de que algunos se han manifestado para que
ya termine la cuarentena y les dejen hacer sus actividades normales defendiendo
su “derecho a infectarse”, cual si eso fuera una decisión arbitraria de los
gobiernos. También aquellas personas que dicen que existe y continúan haciendo
fiestas, bebiendo en grupos, o incluso hasta lamiendo superficies. Esto solo
empeora la situación para todos: la prolongación de la cuarentena que da lugar
a pérdidas económicas e incremento en la pobreza, así como el colapso de los
sistemas de salud y la muerte de más personas.
Es
impresionante la manera en la han proliferado teorías de conspiración absurdas
del origen y “objetivo” del virus sustentadas en argumentos ad
verecundiam. Por ejemplo, el Premio Nobel de Medicina, Luc Montagnier,
afirmó que el coronavirus fue creado en un laboratorio y la gente lo ha creído
solo por tratarse de un premio Nobel. Si bien él tiene mucha experiencia y
conoce del tema, eso no lo exenta de las teorías de conspiración o de que se
equivoque. De hecho, este premio Nobel ha defendido a la homeopatía y ha
apoyado al movimiento de antivacunas. Adicionalmente ha circulado un documental
llamado “Plandemic” que afirma por voz de Judy Mikovits, quien también
ha participado en campañas antivacunas y varios de sus artículos han sido
rechazados por manipulación de datos, que el virus salió de un laboratorio
porque hay negocios de por medio. Nadie tiene pruebas contundentes de que esto
sea cierto y la realidad es que hay más evidencia que apunta que el coronavirus
es de origen natural como miles de científicos han demostrado. Actualmente,
todas las grandes editoriales como Springer, Elsevier o Nature han liberado los
artículos de sus revistas indexadas relacionados con el estudio del
coronavirus. Al día de hoy hay más de 23,000 artículos disponibles así que
cualquier persona puede acceder, evaluar y cuestionar los artículos especializados
como de divulgación.
Adicionalmente,
varios gobiernos y políticos han aprovechado esto para enfrascarse en
discusiones que no son más que politiquería en lugar de soluciones eficaces, y
mientras tanto la vida de las personas queda de lado. Unos buscan la tragedia a
como dé lugar, otros buscan colgarse medallas, otros tienen intereses de por
medio, y en Twitter todos somos expertos en todo, opinando sin hacer el
esfuerzo en ser críticos. No tenemos la suficiente capacidad de expresarnos
correctamente, ni de escuchar a las demás personas. Al final, solo escucharemos
aquello que queremos oír alimentando nuestro sesgo de confirmación basado en
estereotipos y pocas cuestiones. Esto entonces trae como consecuencia una falta
de organización y desesperadamente vamos a creerle a cualquier charlatán que
podrían engañar y manipular a las masas, porque como dice el dicho “a río
revuelto, ganancia de pescadores”.
Así
mismo, hemos visto gran confusión al momento de interpretar los datos. Las
ahora famosas curvas epidemiológicas pueden tener más de una interpretación
dependiendo la escala a la que estén, lo que estén correlacionando y la
cantidad de pruebas realizadas. De tal forma que han tenido que ser explicadas
repetidamente. Entonces, los malos manejos de los términos y conceptos
epidemiológicos y matemáticos por parte de algunos periodistas y autoridades,
así como el lenguaje usado da lugar a malentendidos. Por lo tanto, no solo
estamos lidiando con un virus, sino también con los errores del sistema que
potencializan nuestra ignorancia individual y colectiva, la cual no distingue
de clases sociales o naciones, sino que incluso se ase de ellas para prevaler.
La
educación en México
Pocos
gobiernos le han dado a la educación la importancia que se merece y lamentablemente
México no es uno de ellos. Desde la institucionalización de la educación hace
casi cien años, nos hemos topado con diversos obstáculos. Por ejemplo, la
cultura mexicana actual es el resultado de un primer siglo de guerras y otro de
crisis, además de que la pobreza ha sido casi inherente a la condición
económica del país. Por lo tanto, el machismo, el clasismo, el racismo y los
resentimientos sociales han podido florecer y enraizarse en la cosmovisión de
las personas. Otro factor es que las diferencias socioeconómicas y étnicas
tienen un impacto importante, porque no es lo mismo educar a un niño de Santa
Fe que a un niño de la selva Lacandona. Por si fuera poco, la política entorno
a la educación nos ha heredado reformas y sistemas ineficientes que han
manchado la profesión de los maestros y han limitado la información.
Peligrosamente, se ha olvidado la importante contribución de los profesores a
la sociedad y frases como “tanto estudiar para terminar siendo maestro” o “soy
maestro porque no tengo de otra” son el reflejo de un problema más grave.
Adicionalmente, nuestra cultura está estrechamente relacionada con las
creencias religiosas. Entonces, de manera general, habrá prioridad por el
dogmatismo que por explicaciones científicas. Por lo tanto, estos factores, y
muchos otros dignos de análisis más amplios, han influido en la manera en la
que la información se ofrece, se propaga y se acepta. Así que se ha llegado a
la conclusión de que educar a los mexicanos es complicado. ¿Qué hacer al
respecto? ¿Cómo educas a la gente? ¿Cómo cambiamos nuestro sistema educativo?
¿Qué gente le vamos a dejar al futuro?
El
beneficio de la educación
No
se pueden proponer soluciones simples a problemas tan complejos, sin embargo,
como un punto de partida debemos de cambiar la forma en la que vemos a la
educación y la inteligencia. Desde el nivel básico la educación debe de estar
cimentada en hacer preguntas para motivar la curiosidad, no en solo adquirir
datos. Debemos de disciplinarnos a filosofar. La filosofía nunca nos dirá qué
es la verdad, pero nos ayudará a desenmascarar aquellas mentiras que nos venden
como verdades. Por eso debemos quitarnos el miedo y la pereza de cuestionar y
aceptar que muchas veces no sabemos las respuestas para alentar el querer saber
más. De esta forma habrá un interés genuino por adquirir información y
analizarla. Entonces, se entenderán mejor los fenómenos naturales y sociales
para darles una utilidad. Consecuentemente, identificaremos los errores y los
evitaremos mediante el pensamiento crítico retroalimentativo.
Si
la sociedad se encuentra educada podrá ser más libre, responsable y consciente
de sus actos. Esta responsabilidad que cae principalmente en los padres de
familia y los profesores ya que son primeros proveedores y controladores de la
información. Posteriormente ese compromiso cae en el individuo al decidir qué
material consumir aprovechando que en internet se encuentra toda la información
recopilada por el ser humano. Literalmente está en la palma de nuestra mano.
Asumiendo esto podremos adaptar nuestro intelecto a los cambios de la historia
y concentraremos nuestro esfuerzo en las soluciones que necesita la humanidad.
Por lo tanto, puede ser concebida como un sistema de retroalimentación y
evolución, en el cual se llenan los huecos argumentales mediante el análisis y
la abstracción.
Ya
que el humano es una especie sociable y que parte de su supervivencia depende
directamente de este hecho biológico, la educación debe de alentar las
capacidades y habilidades de cada individuo en beneficio a su comunidad.
Además, es importante recordar que no todas las personas tienen los mismos
intereses o destrezas, pero cada una de ellas contribuye significativamente al
progreso como especie humana. Entonces, si bien tenemos la libertad de escoger
la información a consumir, es nuestra responsabilidad analizar su calidad. Así
las ideas podrán ser discriminadas, dialogadas, contrastadas, evaluadas y
promovidas en aras de mejorarnos individual y socialmente. No podemos darnos el
lujo de querer seguir siendo ignorantes teniendo miles de canales de YouTube o
podcasts que educan. Más aún, teniendo libros electrónicos, Wikipedia y Nature
a tres clics de distancia, por mencionar unos ejemplos.
Educarnos
no es memorizar datos solo para pasar exámenes, sino aprovechar la información
adquirida, ponerla a prueba y obtener conclusiones que ayudarán a mejorar a la
sociedad y asegurar nuestra supervivencia. Por eso, ante la complejidad de la
realidad, se debe de incentivar a entenderla desde diferentes puntos de vista, tal
y como menciona la fábula “Los ciegos y el elefante”. No es que todos
tengan que ser científicos o filósofos, sino que se debe de aceptar que en
torno a un tema en particular hay evidencia, investigación y muchas ideas. Que
hay científicos que tratan de entender fenómenos naturales, históricos,
económicos y culturales, así como sus impactos sociales, políticos o
ideológicos. Se dejará de observar al mundo como un duelo de tribus y se verá
como una especie unida que trabaja para sobrevivir sustentablemente ahorrando
millones de dólares optimizando nuestros recursos y esfuerzos, mejorando
nuestra salud y disminuyendo la violencia. Debemos abrir la mente a nuevas
opciones de pensamiento manteniendo un criterio tal, que la toma de decisiones
será resultado de una evaluación que será favorable para nuestra especie. Todo
esto suena utópico, pero ponerle más atención a la educación es potencialmente
más beneficioso que no hacerlo.
Con
educación, podremos alcanzar un segundo renacimiento, en el cual se entenderá que
somos parte de una naturaleza indiferente e implacable y que nuestro planeta
agoniza en contaminación por causa de la codicia y la avaricia humana. Este
enemigo en común que nos hizo ver lo frágiles, necios e ignorantes que somos
puede ayudarnos a reestructurar nuestros sistemas socioeconómicos y políticos.
No podemos seguir discutiendo a gritos y tapándonos los oídos si es que
queremos sobrevivir. Si somos capaces de llegar al espacio, entonces hoy más
que nunca tenemos la oportunidad de poder escucharnos, aprender y mejorar.
Redoblemos esfuerzos en promover la educación. No nos falta nada, solo la
voluntad por aprender.
Fuente:
https://www.animalpolitico.com/blog-invitado/pandemia-el-precio-de-la-ignorancia-y-el-beneficio-de-la-educacion/
Por
Jesús Andrés Tavizón Pozos
Jesús
Andrés Tavizón Pozos es Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma del
Estado de Hidalgo.
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