lunes, noviembre 19, 2012

La función democratizadora de la escuela

Todos coincidimos en la necesidad de ingresar al camino de la Calidad Educativa, y eso significa mucho más que aprendizajes de “materias básicas”. Un lugar privilegiado ocupa el aprender a convivir, en forma democrática. Para lograrlo ¿Qué escuela debemos tener?



A partir del informe de la Unesco, aprender a convivir comienza a ocupar un lugar entre las preocupaciones de las políticas educativas y esta nueva preocupación excede la perspectiva academicista de la concepción moderna que pensó la escuela. Tras el profundo cambio de los marcos tradicionales de la existencia operados en los últimos tiempos, el informe señala que surge una nueva obligación, que nos exige aprender a vivir juntos; esta obligación conlleva la necesidad de conocer mejor a los demás, su historia y sus tradiciones. La señala como una preocupación relevante y la enmarca como un aprendizaje para todos. A vivir juntos, a convivir con otros, se aprende. Y la escuela debe comprometerse sistemática y reflexivamente en este aprendizaje.


Esta preocupación se alimenta además en la necesidad de apoyar el proceso de desarrollo de los sistemas democráticos en nuestra región. La educación tiene un papel importante en dar forma a las interacciones entre los ciudadanos, para establecer valores y crear las condiciones que hagan posible instalar una cultura democrática, que ayude a la gobernabilidad. Para ello es necesario traspasar el currículo centrado en la educación cívica, en conocimientos y deberes, para transitar a otro en que la cultura ciudadana se centre en la participación y la responsabilidad. Es la escuela la que puede instalar un círculo virtuoso.



La educación tiene el potencial de lograr que la democracia se afiance en la base cultural de la sociedad, y esta es una posibilidad que no se debe desperdiciar. El desafío es establecer un círculo virtuoso entre institucionalidad política democrática y cultura política democrática a través de la educación.


La instalación de estos procesos ha tenido un gran avance en los países de la región y, si bien, por un lado, puede ser considerada como consolidada -especialmente en su aspecto de elección democrática-, por otro, tiene lugar junto a la persistencia de un atraso significativo en la ciudadanía civil y social, que se manifiesta, entre otros muchos aspectos, en un desigual acceso a la justicia y a la equidad, donde la exclusión de gran parte de la población es una realidad y un dato en permanente crecimiento. Para su transformación se necesitan ciudadanos activos, participativos y educados en la cultura democrática; necesitamos una convivencia reflexiva y hasta contracultural, que fortalezca un protagonismo relevante en su relación con los procesos de construcción de ciudadanía. Como lo manifiestan distintos enfoques, la democracia misma requiere de ciudadanos capaces y educados para influir sobre ella. Justamente, Giovanni Sartori 3 describe la democracia como una idea y señala que, a diferencia de las dictaduras -a las que caracteriza como fáciles, pues nos caen encima solas-, las democracias son difíciles y, para su vigencia efectiva, tienen que ser promovidas y creídas. Esta concepción recoge lo postulado por varios autores que piensan la democracia como forma de vida y no solo como forma de gobierno, lo que implica la necesidad de una ciudadanía activa, protagonista de los asuntos relacionados con el bien común.



El sistema democrático se apoya en la participación, entendida como acontecimiento voluntario, para que todas las voces de los ciudadanos puedan estar representadas, a fin de tomar las decisiones más justas y convenientes en función del bien común. Sin esta participación, la legitimidad de las instituciones decae y no se constituyen en representantes genuinas de todas las voces. Pero, como fue señalado, esto no se alcanza con una ciudadanía formal, asentada en una educación cívica con conocimientos sobre la constitución, las leyes, los poderes del Estado y los deberes del ciudadano, como recogían los programas educativos desde los comienzos del sistema educativo. Prevenidos de que la instauración de la democracia no se agota en el funcionamiento formal de las instituciones y de que una cultura democrática con valores específicos enraizados en la vida cotidiana es aún más un proyecto que una tarea cumplida, los sistemas educativos comienzan a reformular el acompañamiento desde la escuela y apostar fuertemente para pasar de una educación cívica a una educación para la ciudadanía, que requiere la ampliación misma de esta noción a otros aspectos sociales, políticos y culturales.


La antropóloga mexicana Rossana Reguillo Cruz advierte que los tres aspectos que reconoce Marshall en la ciudadanía (legal, política y social) presentan, en los hechos, terribles y dolorosas exclusiones, desigualdades e injusticias. Mientras la dimensión civil incluye por definición a todos los miembros de un territorio nacional, plantea que las evidencias empíricas señalan la extrema vulnerabilidad de ciertos grupos sociales frente al Estado nacional, por ejemplo los indígenas o los jóvenes. En el plano de la llamada ciudadanía política –agrega la situación no es mejor. Si esta dimensión se define por el derecho a la participación en los asuntos de interés colectivo, donde lo electoral es su piedra angular, está ampliamente documentado que en este nivel se agravan los procesos excluyentes, al dejar fuera del ámbito de las decisiones y de las participaciones a los sectores más vulnerables. La capacidad de estos sectores se ve reducida, en general, a la organización partidista y corporativa, que no logra admitir la esfera de las diferencias como elemento sustantivo para la decisión y la participación política. Señala que quedan así invisibilizadas las cuestiones de género y etnias, identidades juveniles entre otras. El voto, de esta manera, se convierte en una herramienta de legitimación y no de transformación. La ciudadanía social es, sin duda, la más golpeada de todas estas dimensiones. Hay consenso en considerar que en muchos países latinoamericanos las políticas económicas fortalecieron la lógica del mercado y debilitaron al Estado, reduciendo al mínimo las políticas públicas destinadas a brindar el acceso a ciertas garantías sociales. La pobreza y las precarias condiciones de salud pueden ser leídas como síntomas del repliegue del Estado, que abandona a su suerte a los sectores más vulnerables. Como bien pone en evidencia Reguillo Cruz, el pleno desarrollo de la ciudadanía muestra aún aspectos que deben ser contemplados, si pretendemos una instalación plena de los procesos democráticos.



De acuerdo con las consideraciones anteriores, se asume que uno de los más grandes desafíos del contexto de la crisis de la modernidad es la profundización de la democracia, a partir de su radicalización, como sostiene Jürgen Habermas, es decir, por un reclamo de más democracia y no de menos. Para esto, parece fundamental la creación de procedimientos que garanticen una participación autónoma y racional, como también instancias y espacios deliberativos y de toma de decisiones, que permitan incorporar en estos procesos a amplios sectores de la sociedad. Sin lugar a dudas, para que esta concepción de ciudadanía democrática participativa tenga plena vigencia en América Latina y no resulte ficticia, la formación ciudadana que debe brindar la escuela se convierte en un genuino reto.



En este marco, la convivencia entre adultos y niños y jóvenes, concebida como el dispositivo que constituye la institución educativa en su espacio social específico, hace posible el aprendizaje del patrimonio cultural y social por parte de las nuevas generaciones y se muestra singularmente potente para que los alumnos puedan acceder a una cultura ciudadana, que promocione los valores democráticos, la participación y la responsabilidad. Promocionar los valores que estarían en la base para conformar sociedades democráticas y plurales, puede ser un importante vector para orientar la función de la escuela. Y no hay manera de realizar esto si no es aprendiendo a vivir con otros, lo que conlleva vivir experiencias de acercamiento, de diálogo, de encuentro y desencuentro en el marco de un conjunto básico de valores y normas que hagan posible esa convivencia.



Extraído de
El desafío de la convivencia escolar: apostar por la escuela
Alicia Tallone
En
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone
Coordinadores


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