¿Tiene la Educación los mismos retos en todos los contextos? Seguramente no, pero es importante reflexionar al respecto. En el presente artículo, su autor, catedrático de Filosofía, analiza los retos que afronta la educación en este siglo y expone, como objeto de reflexión, las claves que, a su juicio, identifican el proceso que la educación debe asumir en la construcción de nuestro futuro inmediato, ese futuro que los niños de hoy tendrán que habitar como adultos.
Autor
Ángel Gutiérrez Sanz
Catedrático de Filosofía
Hemos iniciado el nuevo siglo teniendo sobre la mesa una abultada carpeta de asuntos pendientes, que piden pronta solución. Los tiempos pasan a velocidad de vértigo y los cambios en todos los órdenes se suceden. La educación no sólo ha de tener en cuenta estos cambios que se van produciendo, en los ámbitos social, cultural, técnico, laboral, etc., sino que ha de preverlos también, en la medida que esto sea posible, para poder formar así convenientemente al niño de hoy, que está llamado a ser el hombre del mañana. En tal sentido intento hacer en este artículo tres previsiones que me parecen oportunas.
La primera hace referencia al desarrollo técnico que está afectando ya a los medios y procedimientos didácticos. La sociedad que nos espera, previsiblemente, será una sociedad pragmática. ¿Lo será también la educación? La presencia de las máquinas en la enseñanza y el papel tan relevante que están llamadas a desempeñar nos hace pensar que la funcionalidad va a contar más que la afectividad, que la operatividad será más importante que los sentimientos, y esto, por donde quiera que se mire, merece una reflexión. El poner ordenador en las aulas se ha considerado como un logro sin precedentes en el mundo de la educación. Falta saber si será la tecnología la que está al servicio de la educación o, por el contrario, si será la educción la que esté al servicio de la tecnología.
Motivos de preocupación son así mismos las formas que van a revestir los futuros aprendizajes, por cuanto pueden comprometer la esencia misma de la educación, entendida como una actividad específicamente humana. Si llegáramos a una situación tal en la que las relaciones humanas entre alumno y profesor quedaran eliminadas, habríamos herido de muerte a la educación, pues ésta habría dejado de ser eso que siempre ha sido, una “cálida comunicación humana”. No me gustaría ver al hombre del siglo XXI como un sujeto robotizado, extraño a sí mismo, por muy dominador del universo que se le quiera imaginar.
Una educación movida exclusivamente por aspiraciones técnicas o por exigencias de mercado laboral, deja de ser ya una apasionante aventura humana para convertirse en un forcejeo insufrible para abrirse hueco en una sociedad competitiva. No se me entienda mal. Creo que la educación debe tener en cuenta el desarrollo técnico e incluso las aspiraciones económicas, lo que quiero decir es que, esto no debe ser excluyente, no debe serlo todo; porque si así fuera sería un peligro. “Cada conquista técnica del hombre es un enriquecimiento y una amenaza para su libertad.” (Cardedal O. “Memorial para un educador”. 1982. Narcea. Madrid. pág. 200). Las creaciones de la inteligencia humana nos ofrecen una serie de posibilidades que hay que saber aprovechar; pero sería peligroso ignorar los riesgos negativos y destructores que esas posibilidades albergan
A través de los ordenadores los alumnos y alumnas van a tener en sus manos la enorme operatividad que le brindan unos potentes medios de comunicación, que pueden ser aliados magníficos para la difusión de la cultura. Lo que hay que tener claro es el uso que de estas poderosas herramientas se vaya a hacer. Si algún peligro existe de que la educación no llegue a buen puerto es que se olvide del hombre, por ello es tan importante que los gobiernos comiencen a darse cuenta del papel que la educación está llamada a representar, no sólo en cuanto al desarrollo material, sino también y sobre todo en lo que concierne a las relaciones humanas y al entendimiento entre los pueblos.
Educación humanizada
Así, entre recelos y esperanzas, seguimos el curso de una educación altamente tecnificada. Yo me mantengo firme en la esperanza de que, por muchos cambios que se produzcan, la educación humana y humanizada no desaparecerá nunca, porque es algo consustancial al hombre, y por mucho que se hable de las máquinas de enseñar y de los medios digitalizados yo quiero seguir creyendo que el educador habrá de seguir siendo una pieza importante en la sociedad del futuro, aunque cambie de imagen. La educación seguirá siendo una tarea de hombres para hombres, y si no es así dejará de ser educación.
Otra previsión que, me gustaría verla pronto convertida en realidad es la de una educación entendida como bien de todos y para todos. La educación no puede seguir por más tiempo siendo un bien privado, al que sólo tienen acceso los ciudadanos de primera. No podemos olvidar que aunque se haya avanzado bastante en el campo de la escolarización, hay que seguir hablando de 900 millones de analfabetos en el mundo, razón por la cual uno de los retos educativos más importantes del siglo XXI habrá de ser el llevar la cultura a todos los rincones de la tierra. Sigue siendo motivo de escándalo que se estén dedicando partidas desorbitadas al armamento bélico mientras se conceden cantidades ridículas destinadas a la enseñanza. Dos grandes acontecimientos internacionales han venido a poner de manifiesto que éste es el gran desafío del mundo de la educación para los próximos lustros. Primero fue la Conferencia de Educación Mundial para Todos, que tuvo lugar en Tailandia en el año 1990, donde se nos anuncian las necesidades básicas imprescindibles (entiéndase lectura, escritura, expresión oral, cálculo, solución de problemas) para que los seres humanos puedan sobrevivir. Es una necesidad que todos tengan la posibilidad acceder a un cuerpo común de conocimientos. Es preciso universalizar el acceso a la educación y fomentar la equidad.
El otro acontecimiento a nivel mundial lo protagonizó la Comisión Internacional sobre educación para el siglo XXI, organizada por la UNESCO y presidida por Jacques Delors en 1996, en cuyo informe se manifiesta de forma clara y explícita que la educación constituye un bien colectivo.
Paralelo a este reto de universalización de la educación hay que colocar la aspiración de homologación de la cultura, compartido tanto por la Confederación Mundial como por el Informe Delors, según el cual la educación debe ayudarnos a vivir juntos en la aldea planetaria y que esa convivencia deba formar parte de una cultura de la paz. En el horizonte se vislumbra una educación a través de la cual el individuo, a la vez que ciudadano de su propio país, debiera sentirse ciudadano del mundo.
Educación para la paz
En estos momentos de conflictos, a nivel mundial, una educación para la paz se ve tan necesaria hoy en día que me ahorra cualquier tipo de justificaciones. Cuando hablamos de paz, nos referimos a ella como producto de una educación intercultural, que implica no sólo la ausencia de guerras, terrorismos y de violencias, sino también de un renacer de la justicia, de la solidaridad, así como el reconocimiento de los derechos humanos comunes a todos los hombres y el respeto a la dignidad de todas las personas, incluidas naturalmente, las mujeres. Aprender a vivir en paz es aprender a vivir en armonía con los demás, consigo mismo, con el mundo y, desde mi perspectiva personal, vivir en paz también con Dios.
Esta educación planetaria, integradora de todas las culturas, podrá ser vista como una utopía; pero en cualquier caso es un sueño al que no hay que renunciar. A pequeña escala estamos viviendo ya en nuestros Centros de Enseñanza situaciones que nos hacen pensar que el intercambio cultural no sólo es posible sino que, cada vez más, está siendo una realidad. Ello nos anima a pensar en una paideia con ribetes de universalidad, en el marco de una cultura deslogizada y mundialista. Es muy posible que estas aspiraciones universalistas nos exijan tener que replantearnos los objetivos de la educación y ampliarlos; pero si así fuera merecería la pena
Haré mención de un compromiso más, el que viene representado por la educación permanente. La UNESCO ha dejado bien clara la necesidad de una educación que dure toda la vida. Como ya observara Whiteheat “en el pasado todo cambio importante abrazaba un lapso de tiempo superior al de la vida humana ... hoy este intervalo de tiempo ha pasado a ser bastante más corto... de aquí que debamos preparar al hombre para hacer frente a multitud de nuevas situaciones”. (“Los fines de la educación”. 1965. Paidós. Buenos Aires).
Las nuevas técnicas, los nuevos conocimientos y las nuevas condiciones laborales están pidiendo ya que se vaya actualizando lo que un día aprendimos. Nuestros títulos y diplomas están dejando de ser salvoconductos para toda la vida y hay que comenzar a ponerles fecha de caducidad. La educación permanente es una necesidad y lo va a ser cada día más. El reciclaje comienza a ser una de esas palabrejas habituales en el mundo de la educación. En el siglo XXI la humanización de las relaciones personales e institucionales, la dignificación de las personas, la igualdad entre hombres y mujeres, en definitiva todo lo que implica la Cultura de la Paz, van a depender en gran medida de que la educación llegue a todos y dure toda la vida.
Fuente
http://comunidadescolar.educacion.es/
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