Aunque los protocolos sanitarios limitan ciertos aspectos de la innovación, casi todos coinciden en que la pandemia está impulsando la renovación pedagógica en España. TIC por necesidad, flexibilidad curricular, laxitud inspectora. Grietas y obsolescencia del paradigma transmisivo más evidentes que nunca. Parece que los astros del cambio se han alineado. Queda por saber si la vuelta a la normalidad será en el amplio sentido del término o algunas transformaciones han llegado para quedarse.
El SINS Cardener (Sant Joan de
Vilatorrada, Barcelona) llegó a julio dispuesto a aprender de un curso atípico.
El cerrojazo escolar había abierto puertas apenas vislumbradas hasta entonces.
También cuestionó “líneas que dábamos por certeras, mostrando sus puntos
débiles”, comenta su director, David Atzet. Con fuerte presencia TIC (1×1 en
dispositivos) y un alto grado de autonomía entre su alumnado, el Cardener
afrontó los retos de la distancia con nota. Pero evitó caer en el conformismo.
Desde su creación en 2012, el
instituto barcelonés ha convertido al ensayo y error en bandera. Alrededor de
un eje sólido, con principios pedagógicos radicalmente rupturistas, aprovecha
cada final de curso para hacer balance. “Llevamos a cabo un trabajo de
acción-investigación constante. Aquí todo se observa, analiza y evalúa”,
continúa Atzet.
Julio sirvió para recapacitar
sobre el pasado reciente y, ante todo, para abordar con garantías un porvenir
plagado de dudas. Se trazaron posibilidades ante distintos escenarios: presencialidad, online y
formatos intermedios. Ya en septiembre, el equipo directivo inventó una fórmula
única con el fin de evitar que el derecho a la salud constriñera su proyecto
disruptivo: las islas docentes de trabajo. Una por cada curso, con dos grupos
burbuja en cada isla. Infraestructura propia. Seis profesores —más un miembro
del equipo directivo— cubriendo sendos ámbitos de aprendizaje (comunicación,
lengua extranjera, ciencias, matemáticas, arte, deporte). Gran libertad en la
toma de decisiones. “Son como pequeños centros dentro del centro”, explica
Atzet.
El Cardener ejemplifica el tópico
de crisis como oportunidad, cogido al vuelo entre los centros más innovadores.
Mejor preparados (metodológica y conceptualmente) para lidiar con la
incertidumbre, están sabiendo hacer de la necesidad virtud. Reformulan
dinámicas, aprovechan potencialidades. Y procuran extraer lecciones por el
camino. Del otro extremo, los colegios e institutos con didáctica acartonada y
un rígido modelo organizativo se están viendo, en muchos casos, desbordados por
un cúmulo de puntos ciegos. Su cuadrícula hace aguas, y la reacción ha sido, con
frecuencia, replegarse en un paradigma transmisivo aún más ortodoxo.
“No es lo mismo estar instalado
en la tradición y de repente encontrarte con esto, que estar acostumbrado a
salir del esquema del aula, tener una mayor competencia digital, más agilidad
para configurar modelos de organización alternativos, en definitiva más
capacidad para innovar”, explica Mariano Fernández Enguita, catedrático de
Sociología en la Universidad Complutense. Fernández Enguita estima que las
diferencias estructurales entre redes de centros también han jugado su papel:
“La concertada y privada han partido con ventaja porque, en general, sus
directores dirigen más. Además, su digitalización suele estar orientada al uso
entre los estudiantes y no tanto a la trastienda o backoffice, como
ocurre frecuentemente en la pública”.
Refugio
en sendas trilladas
Entre medias del Cardener y el
prototipo de vieja escuela, se despliega una casuística variopinta. Para
aquellos con procesos de transformación incipientes, la pandemia muestra en
especial su doble cara. De un lado, el estrés añadido a equipos directivos y
claustros (cumplimiento de medidas sanitarias, etc.) está derivando a veces en
la vuelta al supuesto refugio de las sendas trilladas. Del otro, el zarandeo
del virus a la vida escolar corriente permite visualizar sus grietas con mayor
nitidez.
Quizá la más notable proceda de
la fragilidad del binomio profesor-emisor/alumno-receptor para continuar
enseñando y aprendiendo ante un factor desestabilizador potente. Sobre todo en
centros de hegemonía analógica. Un buen número de artículos y reflexiones en
voz alta inciden sobre el dilema al que ha enfrentado la Covid a miles de
docentes: seguir como antaño y morir en el intento, o apuntarse por fin al
carro del cambio. No pocos han chocado, en un desesperado intento, con la
imposibilidad de sellar las fisuras abiertas por el virus recurriendo a
polvorientos corsés didácticos.
El Proyecto Atlántida se propuso
hace unos meses recabar —mediante 10.000 cuestionarios— información sobre el
impacto de la pandemia en la acción educativa. Su coordinador, el pedagogo e
investigador Florencio Luengo, apunta razones para el optimismo. “El 65% del
profesorado ha tenido que modificar su forma de enseñar, incorporando en muchos
casos metodologías activas con soporte digital. Esto podría comportar, a
medio-largo plazo, una transformación profunda en el modelo de docencia”,
señala.
Luengo destaca que la
flexibilidad curricular permitida este curso por las administraciones también
podría galvanizar sobremanera la innovación: “Se está dando libertad al
profesor para definir los aprendizajes imprescindibles, y esto ha permitido
aligerar y contextualizar temarios cada vez más cargados”. Además de los graves
problemas de tantos docentes para utilizar con eficacia pedagógica las TIC, la
investigación de Atlántida resalta otra deficiencia que el confinamiento puso,
más que nunca, de relieve. “Los alumnos que peor lo pasaron fueron aquellos que
reciben el currículum en su versión más dura y seca. Tal y como está diseñado,
anima a la desafección y al abandono”, sostiene.
Están siendo meses de inspección
laxa y urgencia TIC. Tiempos en los que el interrogante se convierte en norma y
las autoridades dejan hacer ante su propia ausencia de repuestas. Tormenta
perfecta para reforzar una de las piedras angulares en casi todos los proyectos
de innovación: la colaboración docente. “Ante una situación tremendamente
compleja, hay que agarrarse a lo que sea: este que conoce tal herramienta,
algún colega que te ilumina, incluso alumnos y familias que te puedan echar una
mano. Y uno se da cuenta de que, colaborando, aumenta su capacidad
profesional”, explica Luengo. En cuanto al centro, Fernández Enguita establece
una “línea divisoria” entre los que mejor y más rápido han puesto en marcha
“sinergias de co-docencia” y aquellos que han insistido en la idea del claustro
atomizado.
Dialéctica
híbrida
Ambos investigadores sostienen
que, cuando esto pase, el uso de tecnología digital con lógica educativa saldrá
tremendamente reforzado. Pero se muestran escépticos en cuanto al
fortalecimiento en España de una cultura pedagógica menos dirigista. Más libre
y autónoma a la hora de generar auténticos proyectos de innovación. Con las
autoridades levantando la mano y los profesionales asumiendo elevados niveles
de responsabilidad. Fernández Enguita desconfía —al hilo de su noción de
“hiperaula”— sobre la capacidad transformadora del virus en cuanto a
“flexibilización de espacios, grupos y tiempos, más complicada porque choca más
abiertamente con las inercias de la profesión”. Aun así, espera “que quede un
poso importante”.
La pandemia encierra también una
paradoja en su impacto sobre las metodologías activas. Muy probablemente ha
impulsado el protagonismo del alumno en su aprendizaje, pero ante todo en
formatos virtuales. En su vertiente física y presencial, las restricciones
sobre la movilidad han limitado el alcance de proyectos, trabajo cooperativo y
otras modalidades renovadoras.
Atzet admite que su instituto ha
tenido que suspender “la interacción entre grupos de edad”, habitual en el
Cardener antes de la crisis. En el IES Cartima (Cártama, Málaga) —cuenta su
director, José María Ruiz Palomo— se hace difícil desarrollar la faceta
audiovisual de los proyectos, marca de la casa en el instituto andaluz. Más
aun, adecuar a los protocolos la disposición del aula sin anular la cooperación
entre alumnos ha supuesto todo un tetris de mobiliario
escolar.
Pero Ruiz Palomo y su equipo han
ideado soluciones que minimizan el riesgo de contagio sin matar la esencia
colaborativa. Lejos de la frustración y la queja, ambos directores optan por
ver el vaso medio lleno: el reto ha brindado una oportunidad única para
profundizar en la dialéctica híbrida y la retroalimentación físico-virtual.
En sentido trascendente, con
visión de supervivencia planetaria, el coordinador del Proyecto Atlántida
reflexiona sobre la innovación post-pandemia apelando casi al ahora o nunca.
“Los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcan la necesidad de redefinir qué
entendemos por cultura relevante. Es decir, qué se enseña y cómo se enseña si
queremos mantener el planeta en pie”. En opinión de Luengo, “la innovación
tiene que orientarse a favorecer un modelo de desarrollo más humano”. Así que
“el futuro”, remata, “se juega en nuestra capacidad o no de aprender de una
crisis tan puntual”.
por
Rodrigo Santodomingo
Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/11/16/innovacion-al-aliento-del-virus-ahora-o-nunca/
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