Se hace necesario salir de esta crisis con una nueva concepción de la presencia, más comprometida, más acogedora, inclusiva, respetuosa, tierna, cuidadosa, atenta, transparente, fraterna, humanizada y apasionada.
Después de la experiencia vivida en los meses de
confinamiento, donde se ha experimentado la enseñanza online, hay un acuerdo
generalizado de que la educación presencial es necesaria para ir más allá de
una concepción de la educación centrada en lo puramente académico y eliminar
así las consecuencias perniciosas de la enseñanza digital. Esa presencialidad
se percibe como necesaria para avanzar en los procesos de educación integral. Se
ha escrito mucho sobre las carencias de todo tipo experimentadas durante la
educación no presencial. Se apela a las limitaciones que pone al derecho de
todos a la educación. Entre otras, la más evidente es la profundización de las
desigualdades donde los más débiles salen más dañados. Tampoco podemos olvidar
las consecuencias de tipo emocional provocadas para la falta de relaciones que
constituyen la centralidad del hecho educativo. Todo ello nos ha puesto de
acuerdo, a pesar de todos los temores entendibles, en que la enseñanza
presencial es necesaria. No podemos olvidar que una enseñanza presencial de
calidad requiere lo que se está reclamando en estos días: seguridad sanitaria,
disminución de ratios, dar estabilidad al profesorado y aumento constante de la
inversión una vez recuperado lo recortado en los últimos años.
A pesar de este consenso, veo pocos análisis de
cómo se percibe y se entiende esa presencialidad, y creo que es un momento
oportuno para hacer un análisis y una reflexión sobre el tema. Hasta ahora la
enseñanza presencial ha sido una característica central en nuestro sistema
educativo. Y lo ha sido para cumplir fielmente los designios del poder:
confinar a una parte de la población durante un tiempo de su vida,
clasificarla, reproducir la exclusión de los excluidos y producir la docilidad
generalizada de la ciudadanía. En definitiva, sirve para reforzar el dominio de
las élites económicas y meritocráticas.
Cuando hablamos de presencialidad ¿de qué tipo de
presencia hablamos?, ¿de la que se nos impone para seguir controlando a los
ciudadanos?, ¿de la presencia de la autoridad impuesta que genera relaciones de
sumisión y obediencia ciega en el alumnado y autoritarismo en los docentes?,
¿de la que inculca en las conciencias que no es posible ser sujetos de la
propias vidas y que son otros los que las dirigen?, ¿de la que produce valores
de competitividad, de individualismo, de adoración al mérito y al éxito, de
desprecio y culpabilización del perdedor?
Vivimos en la sociedad de la distancia, profundizada
por los acontecimientos de los últimos meses donde la comunicación virtual ha
adquirido especial protagonismo. Todo parece indicar que la virtualidad se
quiere completar con la presencialidad, y no que la enseñanza presencial se
complemente con la enseñanza online. Ahora comienzan a proponerse desde las
administraciones, ante la dificultad de una “vuelta a la normalidad escolar”,
que se impartan algunas asignaturas online y que no es necesaria la presencia
en los centros todos los días de la semana. ¿Será una forma de ir demostrando
que el currículo escolar puede hacerse online y desarrollarse en la casa?, ¿es
el comienzo, de forma generalizada, del abandono del espacio y el tiempo
escolar?, ¿para aprender no hace falta la escuela (y el maestro)? En el mundo
de la educación hay una apuesta por la tecnología para que esta vaya
adquiriendo la centralidad del proceso educativo como solución ante pandemias u
otros cataclismos imprevisibles. Los que pretenden recortar recursos lo tienen
muy claro, pero no solo ellos. También lo tiene claro una parte de la clase
media aspiracional, que defiende “la escuela en casa”. Los recursos de que se
dotará a los centros educativos para los próximos cursos tendrán un contenido
fundamental de dispositivos electrónicos. Cuando estos se dominen por parte de
todos, será posible dar el paso siguiente.
Los que apuestan por una educación cada vez más
clasista y privatizada ven ahora mayores oportunidades para sus intereses.
La pedagogía de la presencia que nos importa es una
llamada a la forma de ser y de estar presente acompañando el proceso educativo
del alumnado. Me parece necesario, en un momento como el que vivimos ahora,
retomar la reflexión sobre la educación liberadora. El objetivo ha de ser poner
en el primer plano la calidad y la calidez de la educación y la necesidad de
una presencia transformadora al servicio colectivo de la autoeducación y
autorrealización del alumnado.
Lo vivido en estos meses nos ha llevado a constatar
la dureza de la pérdida de la presencia cercana y amigable, del encuentro
afectuoso, del abrazo sincero, de la mirada cómplice, del calor de la acogida.
Creo que para muchas personas esta negación de la relación, del contacto entre
los cuerpos está siendo muy traumática y eso solo puede ser contrarrestado con
la posibilidad de una nueva forma de presencia física y del contacto real. Y no
estoy hablando solo del contacto físico, cuyas limitaciones hoy están
justificadas, sino de una forma diferente de relacionarnos. Una presencia con
un contenido relacional que pueda hacer de ella una de las realidades
educativas más necesaria e innovadoras en estos momentos.
Hay presencias ineludibles y vitales en el proceso
educativo reconocidas todavía hoy. El maestro es insustituible por una
pantalla. La relación entre los iguales es central en el proceso educativo. El
espacio y el tiempo escolar son un espacio y un tiempo de convivencia positiva
y de reciprocidad compartida. La conciencia de comunidad solo se adquiere y se
construye desde la presencia y la relación positiva de cooperación y
colaboración comunitaria. Hay presencias que promueven la distancia porque son
ausencias de relación educativa por ser autoritarias, descomprometidas,
negligentes, impositivas, controladoras, opresivas o asfixiantes. La capacidad
de hacerse presente es una aptitud que se puede aprender, no es innata a los
educadores. La calidad y calidez de la acogida solo es posible cultivando la
pedagogía de la presencia.
¿De qué presencia o educación presencial hablamos
cuando no se tiene en cuenta o se ignora a los que más lo necesitan, al niño
que molesta, al que tiene determinadas discapacidades y le situamos en otro
mundo? ¿Cuántos niños y niñas son invisibilizados en la educación presencial
como si no estuvieran presentes? Con frecuencia vivimos presencias que son
ausencias y carencias en la relación educativa, porque no muestran acogida,
afecto, comprensión de la realidad que vive cada uno. Por eso se hace necesario
salir de esta crisis con una nueva concepción de la presencia, más comprometida,
más acogedora, inclusiva, respetuosa, tierna, cuidadosa, atenta, transparente,
fraterna, humanizada y apasionada. Esa nueva presencia será el signo de que
salimos de la prehistoria de la educación y entramos en una nueva era
educativa, como la que se persigue en otros muchos ámbitos, como el del respeto
a la naturaleza. En la escuela del cuidado mutuo esta presencia es el punto de
partida de una educación integral y emancipadora.
Por: Julio Rogero
Fuente:
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/09/22/otra-presencialidad-es-necesaria/
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