Las reformas educativas se suceden una tras otra, tal vez sin un objetivo consensuado ¿Qué horizontes podemos buscar? ¿Aspiramos a la felicidad de los alumnos? ¿Y al logro de una autonomía?
Continuamente se habla en el mundo de la necesidad de hacer
reformas educativas. Creo que podemos estar seguros de que en este momento hay
varios países que están implicados en reformas educativas, y éstas se suceden
unas a otras.
Apenas se completa una reforma ya está empezando la
siguiente, incluso muchas veces sin que siquiera se acabe la anterior, porque
las reformas educativas constituyen siempre procesos muy lentos que demoran
muchos años, y cuando todavía no se ha conseguido que la reforma alcance a
todos los cursos escolares ya hay nuevos cambios en marcha.
Ahora cuando se habla de reformas educativas, casi siempre,
en casi todos los países aparecen dos temas constantes que las inspiran:
proporcionar una educación de calidad y una educación que contribuya a formar
ciudadanos conscientes y responsables. Nos podemos plantear si vamos realmente
por ese camino; eso es lo que me gustaría discutir.
Uno de los graves problemas con los que nos encontramos en
las escuelas es que muchos alumnos aprenden poco. Al cabo del periodo de
escolaridad obligatoria, incluso de la que ya no es obligatoria, muchos no han
adquirido conocimientos que podemos considerar esenciales. Lo que se ha
aprendido se olvida con rapidez, y además hay muy poca capacidad para aplicar
los conocimientos adquiridos en la escuela en situaciones concretas, en
situaciones prácticas, en la
vida. Los conocimientos que se adquieren no ayudan a entender
el mundo en el que se vive y los profesores están descontentos y agobiados por
el tipo de trabajo que tienen que hacer.
Entonces, la tercera revolución que tendría que producirse
en la escuela es la consistente en alcanzar una escuela democrática y una en la
que se aprenda lo que se enseña y se aprenda a aprender, a investigar, a
resolver situaciones nuevas. La escuela nueva ya planteó a inicios de siglo XX
una serie de principios, muchos de los cuales siguen hoy vigentes; entre ellos
estaba que la escuela tiene que preparar para la vida, que se aprende haciendo
y no sólo leyendo o escuchando, y que el centro de la escuela debe ser el
alumno, pero las escuelas actuales siguen sin aplicar esa serie de principios.
¿Cuáles serían los ideales? ¿Cuáles serían los objetivos de
la escuela que necesitamos?
Podríamos decir que el ideal sería tener escolarizados a
todos los niños y niñas durante muchos años, con sus necesidades materiales
satisfechas, de tal forma que asistieran a una escuela en la que recibieran una
formación que les permitiera ser felices, desarrollarse armoniosamente,
convertirse tanto en adultos provistos de los conocimientos necesarios, para
insertarse en el mundo social de un modo productivo, como ciudadanos dispuestos
a cooperar con los demás, a participar de manera activa en la vida colectiva.
Que fueran capaces de elegir las formas de gobierno más convenientes para todos
y que conduzcan a su sociedad, y a la especie humana en general, hacia un mundo
más justo, más libre, en el que todos vivamos en paz, en el que no se produzcan
actos de agresión ni por parte de los individuos, de grupos mafiosos, ni por
parte de los gobiernos. Creo que estas podrían ser algunas de las aspiraciones
de la escuela que deberíamos tratar de construir, aspiraciones en las que
muchos podríamos coincidir.
La felicidad
Volviendo a los objetivos de la educación, creo que el primer
objetivo que nos deberíamos plantear en la educación es la felicidad. Quizá
pueda parecer muy amplio e impreciso decir que ése es el objetivo primordial,
pero creo que es un determinante último de cómo hay que trabajar dentro de las
escuelas. No debemos olvidar que ya Aristóteles señalaba que el objetivo de la
vida de los seres humanos es la felicidad y, por tanto, también debería serlo
de la escuela, que es una parte importante de la vida.
Ser feliz es encontrar un equilibrio entre nuestras expectativas
y la realidad, pero no sólo de nuestras expectativas egoístas, sino las de toda
la humanidad, de todo el género humano, porque creo que en esto tenemos que ser
universalistas, siguiendo el camino que nos mostró Kant. El gran filósofo
alemán nos propuso que tenemos que actuar de tal manera que nuestra norma de
conducta pueda convertirse en norma universal, y el principio general del
funcionamiento moral sería ése, que nuestras acciones podamos contemplarlas
como normas universales.
Por eso, la solidaridad es un componente fundamental de la
felicidad, pues la felicidad sólo para uno mismo, para un grupo reducido, la
propia familia, es poca cosa: la realización de uno mismo tiene siempre que
tener en cuenta a todos los demás y creo que esto se podría resumir en esa
frase del poeta latino Terencio que decía: “soy
un ser humano y nada humano me es ajeno”, es decir, todo lo humano debe ser
objeto de nuestras preocupaciones, de nuestros intereses.
Autonomía
Junto a la felicidad podemos considerar también la autonomía,
que creo que está unida. La autonomía es la capacidad de pensar, de decidir,
actuar por uno mismo, de acuerdo con las propias convicciones sin verse
aplastado por el peso de la autoridad o el de la tradición. Ser
autónomo es, pues, estar gobernado por uno mismo, pero no por las pasiones del
momento, por las tradiciones o por el poder, sino por principios universales
que valgan para todos.
Por ello, ser autónomo no consiste en actuar o pensar con
independencia de los demás, sino justamente hacerlo teniendo en cuenta las
opiniones de los otros, y tras evaluarlas, aceptarlas o rechazarlas; es decir,
una persona autónoma no funciona con independencia de los demás, sino que llega
a tomar sus propias decisiones después de haber tenido en cuenta, de haber
examinado, de haber evaluado, las opiniones ajenas. Desde este punto de vista,
podemos hablar de que hay dos aspectos principales en la autonomía: la
autonomía intelectual, que consiste en ser capaz de pensar sobre las cosas en
el ámbito de la naturaleza o en el de la sociedad, analizando los problemas en
toda su complejidad con independencia de juicio, pero teniendo en cuenta las
opiniones de los otros. Y la autonomía moral, que radica en actuar y en evaluar
las propias acciones y las de los otros respecto a los problemas de la
libertad, la justicia, el bienestar y los derechos de los demás (lo que
constituye el objeto de la moral), con independencia de juicio.
Así pues, el individuo autónomo adopta una posición tras
haber evaluado las de los otros y haber decidido cuál es la mejor. Fomentar la
autonomía debería ser uno de los fines fundamentales de la escuela y la esencia
de una escuela democrática. Creo que sin autonomía no hay posibilidad de
democracia, pues los individuos actúan como formando parte de un rebaño, como
borregos.
Entonces, tendríamos que decir que nuestro objetivo en la
educación es que se formen individuos que sean felices, que compartan su vida
con los demás, que no vean a los otros como antagonistas, sino como
colaboradores en una empresa común que todos compartimos, que contribuyan a la
vida social como actores y no como simples espectadores, que no abandonen la
gestión de los asuntos públicos a individuos que únicamente están ávidos de
poder y son presa fácil de la corrupción, que no vivan alienados en el trabajo,
que no se dejen idiotizar por los medios de comunicación y por el deporte como
puro espectáculo de masas, que entiendan lo que sucede en la vida social y en
la naturaleza, que tengan ideas propias, que sean autónomos, que no sean clones
(como en este momento parece que procuran los medios de comunicación), y que
sean capaces de gozar, de disfrutar con el arte, la cultura, la belleza y la
convivencia con sus congéneres.
Autor
Juan Delval
Extraído de: La escuela para el siglo XXI
Juan Deval
Doctor en Filosofía. Catedrático de Psicología Evolutiva y
Educación en la
Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación
versan sobre el desarrollo del pensamiento infantil, especialmente en lo
relativo a la lógica, a la formación del pensamiento científico y a la
construcción de nociones sociales, así como a su aplicación a la formación de
conocimientos en la escuela.
1 comentario :
Modelo finlandes para 30 años, no como aqui politizado y para 4 años, verguenza.
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