Calidad Educativa ¿Para qué? ¿Para producir trabajadores obedientes? ¿Súbditos consumidores sin participación? ¿Ciudadanos participativos y responsables? Si aceptamos esto último, hay que modificar mucho, entre ellos las relaciones en el interior de la escuela ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver los conflictos?
Creo que el paso previo es establecer con precisión los
objetivos educativos y adecuar las actividades a la consecución de éstos. Por
eso, es muy importante ponerse de acuerdo sobre qué queremos conseguir por
medio de la educación: que los individuos sean autónomos, felices, responsables
y ciudadanos participativos serían unos fines que nos podríamos plantear, pero
tal vez el sistema productivo se interese por producir trabajadores eficaces y
obedientes, o el sistema político por tener súbditos que gocen de una vida
material confortable y consuman; que actúen políticamente como las ovejas de un
rebaño. Esos serían objetivos distintos, que es probable que interesan a
algunos poderes fácticos.
Si optamos por fomentar la existencia de individuos felices,
autónomos, responsables y pacíficos, hay que comenzar por emprender una serie
de reformas y entre ellas cambiar la organización social de la escuela y
modificar las relaciones sociales en su interior.
En segundo lugar, hay que cambiar los contenidos que se
enseñan y, sobre todo, la manera de enseñar esos contenidos. En tercer lugar,
hay que cambiar la vinculación de la escuela con el entorno en donde se
encuentra; las relaciones de la escuela con la sociedad.
A continuación quiero hablar de estos tres puntos,
situándome en la perspectiva utópica de hacia dónde deberíamos movernos, cuál
sería nuestro horizonte, conscientes de que éste siempre se va alejando a
medida que nos vamos acercando, siempre está más lejos, siempre tenemos que
llegar más allá. No es algo que se vaya a producir mañana, pero propongo que es
hacia donde debemos caminar.
La organización
social de la escuela
Respecto a este primer punto, creo que es fundamental
conseguir la participación de los alumnos y las alumnas en la gestión de los
centros y de las aulas; es decir, no tienen que ser asistentes pasivos, sino
que tienen que ir convirtiéndose en actores. Eso nos llevaría a propiciar el
paso de la heteronomía a la autonomía, aspecto fundamental del desarrollo
social.
Permítanme que me refiera una vez más a Durkheim, que en esa
obra suya tan sugestiva, La educación moral, ya había señalado cómo el
individuo, en la escuela, tiene que pasar de estar sometido a las normas que le
dan los otros, de ser heterónomo, a estar regido por sus propias normas, que
están en su conciencia, las normas que ha interiorizado.
Durkheim decía que, a través de la autoridad del profesor,
el individuo va consiguiendo realizar ese paso de la heteronomía a la
autonomía; resulta difícil entender cómo se produce esa transformación.
Precisamente el libro de Piaget: El juicio moral en el niño es un intento de
mostrar cómo esa explicación es insuficiente: si el alumno está dependiendo de
las normas que da el maestro, que para Durkheim es el representante de la
sociedad en el interior del aula, ¿cómo podemos hacer que se haga autónomo
cuando lo que está haciendo es seguir las normas que le da el profesor?
Piaget propuso que hay otra fuente de la moralidad, de la
autonomía, que son las relaciones con los compañeros, con los pares, con los
iguales. Entonces, la conjunción de esas normas que vienen de la sociedad,
representada en la figura del profesor, y de las normas que hay que establecer
en la convivencia con los que son iguales, esas normas que hay que llegar a
negociar, y que Piaget estudió a través de los juegos, es lo que permitiría a
los individuos caminar hacia la autonomía.
En una escuela como aquella a la que nos deberíamos dirigir,
las decisiones sobre lo que se hace tienen que justificarse y discutirse entre
todos, y no venir impuestas desde arriba. Naturalmente, el grado y la forma en
que esto puede hacerse dependen de la edad de los alumnos.
Lo que parece claro es que resulta imposible preparar a los
alumnos para la vida democrática, para convertirse en buenos ciudadanos y ser
personas razonables, en una escuela en la que la autoridad está exclusivamente
en manos del maestro, y los alumnos lo que tienen que hacer es seguir las
normas y obedecer. La formación moral y la política tampoco pueden conseguirse
sólo mediante la transmisión verbal; es necesario formarse en la participación.
Los maestros no pueden promover la autonomía cuando ellos no
la tienen; cuando están constreñidos por horarios, programas, contenidos
escolares, libros de texto, que vienen de arriba, y en los que ellos tienen una
escasa participación. Por tanto, tenemos que promover también la autonomía de
los profesores y de los centros educativos. Los sistemas educativos
centralistas no pueden promover ni la autonomía ni la democracia.
En la escuela hay que dar una importancia grande al trabajo
cooperativo y crear un clima de convivencia adecuado entre todos los implicados
en la educación: los alumnos, los profesores, los padres, los directivos y la
sociedad en general, y uno de los aspectos fundamentales de esta organización
social es la atención que se presta a los conflictos que se producen en el
interior de la escuela, la resolución de los conflictos.
Los conflictos
Los conflictos constituyen un elemento consustancial e
inevitable de la vida social. Siempre que hay dos personas hay conflictos: uno
quiere hacer una cosa y otro quiere hacer otra. Uno desea lo que el otro está
usando en ese momento… Cualquier convivencia supone la existencia de
conflictos, y éstos no deben negarse porque están ahí y son inevitables; son
como la gravedad, no podemos prescindir de la fuerza de la gravedad, aunque
queramos.
Pero ¿qué es lo que sucede con los conflictos que cotidianamente
se están produciendo en las escuelas?: el alumno que no atiende, el alumno que
molesta a sus compañeros, el que le quita el lápiz al otro, el que se come la
comida de su compañero, el que insulta, el que se comporta de forma violenta,
el que le raya el coche al profesor, el que roba.
Todos esos son conflictos que se están produciendo cada día,
y ¿qué es lo que sucede más habitualmente? Los profesores tenemos horror a los
conflictos, y lo que procuramos es que éstos no aparezcan, que no se manifiesten,
y actuamos de una manera autoritaria para tratar de que permanezcan ocultos. Un
profesor considera que lleva bien su clase cuando hay orden, cuando los
conflictos no se manifiestan, cuando todo parece una balsa de aceite.
Si los conflictos acompañan inexorablemente la vida social,
que no afloren no quiere decir que no existan; a lo mejor no se manifiestan en
ese momento, pero surgen en el recreo, a la salida de la escuela, en el momento
en que no se está mirando hacia los alumnos. Sabemos desde hace muchos años, a
través de los estudios sobre grupos, que los grupos autoritarios funcionan bien
cuando la autoridad está presente, pero cuando desaparece se produce el caos;
mientras que los grupos democráticos funcionan bien dentro de su propia
dinámica.
Entonces, los profesores deberíamos prestar una mayor
atención a esos conflictos que están ahí, sin tratar de ocultarlos, sino todo
lo contrario: haciéndolos explícitos, convirtiéndolos en objeto de reflexión
dentro de la propia clase, preguntándonos ¿por qué se ha producido esto?, ¿por
qué un alumno se comporta de una determinada manera?, ¿por qué realiza
actividades que podemos considerar antisociales, que dañan el funcionamiento
del grupo y dificultan el trabajo de los otros?
Reflexionar sobre ello constituye una fuente de aprendizaje
muy importante para convertirse en un buen ciudadano, porque los alumnos tienen
que aprender a lo largo de su vida en la escuela a convivir con los demás y a
resolver los conflictos mediante la negociación. Generalmente,
cuando hay un conflicto no hay uno que tenga toda la razón y otro que no tenga
ninguna, que es como tienden a ver el mundo los niños más pequeños, sino que
puede haber partes de razón en cada una de las posiciones.
A los niños pequeños les gustan mucho los cuentos
maravillosos, los cuentos de hadas, en los que hay personajes que son buenos,
buenísimos, y personajes que son malos, malísimos; unos que tienen toda la
razón y otros que no tienen ninguna, y de lo que se trata es de premiar a los
buenos y castigar a los malos. El lobo en Caperucita Roja es malo, y Caperucita
es buena. Entonces la solución de esa situación es que se elimine al lobo, que
es tan malo, pero eso no es la vida real. En la vida real hay individuos que
tienen una parte de razón, individuos que tienen otra parte de razón, aunque
algunas de las razones puedan ser equivocadas, y lo que hay que hacer es mover
las posiciones hasta encontrarse, hasta hallar un punto de encuentro. En eso
debe consistir la vida social, y eso debería ser la política, aunque
desgraciadamente tengamos que asistir de manera continua a intentos de resolver
los conflictos mediante la violencia, cuyo peor ejemplo son las guerras.
Ser capaz de negociar requiere la capacidad de ponerse en la
mente de la otra persona; intentar entender las razones del otro para llegar a
ese compromiso, y eso es algo difícil, que exige un importante desarrollo
cognitivo, por lo que los pequeños no lo van a conseguir de entrada, pero los
mayores sí, si les preparamos para ello y les ayudamos a analizar las causas de
sus conductas y motivaciones. Creo que este es uno de los caminos para combatir
la intolerancia, y el fanatismo que consiste en creer que uno tiene toda la
razón, toda la verdad, y los demás carecen de ella.
Los profesores estamos poco preparados para enfrentarnos con
los conflictos que se producen entre y con nuestros alumnos, y por eso tratamos
de esquivarlos. Aprender a lidiar con los conflictos es una práctica que
escasamente es parte de la preparación de los profesores, pero que resulta
fundamental para la formación de nuestros alumnos. El análisis de los
conflictos y su resolución de forma racional tiene un valor innegable para
promover el desarrollo moral.
Autor
Juan Delval
Extraído de: La escuela para el siglo XXI
Juan Deval
Doctor en Filosofía. Catedrático de Psicología Evolutiva y
Educación en la
Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación
versan sobre el desarrollo del pensamiento infantil, especialmente en lo
relativo a la lógica, a la formación del pensamiento científico y a la
construcción de nociones sociales, así como a su aplicación a la formación de
conocimientos en la escuela.
2 comentarios :
La calidad educativa siempre debería ir en aumento, pero intentando que los profesores y padres pudieran opinar sobre los cambios... no como ha pasado actualmente en Baleares (España) donde a golpe de decreto se han cargado todo el sistema para imponer otro que no cuenta con el apoyo de nadie
Donde la educación práctica ha sido la pauta durante la era industrial, el sentido de comunidad colaborativa y los valores se hace imperativa ante la brecha socioeconómica, no hace falta crear genios sino la confianza en las propias capacidades, la creatividad y conciencia ante la influencia mediática.
PTB
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