martes, mayo 26, 2020

Pandemia: el precio de la ignorancia y el beneficio de la educación


En un momento tan crítico y delicado como es la actual pandemia, cuando tenemos que cuidarnos todos porque literalmente nuestra supervivencia depende de ello, hemos sido testigos de atrocidades.

Cómo todos sabemos, la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-19 ha provocado grandes acontecimientos y cambios en la vida de casi todas las personas del planeta. El ser humano no se había enfrentado a un evento de esta magnitud desde la Segunda Guerra Mundial. De tal forma que se ha concluido que el mundo no será el mismo después de esta situación. La vida diaria cambiará drásticamente y las próximas generaciones deberán de tener en mente la posibilidad de una pandemia, así como se tienen en mente otros desastres naturales más comunes. Ante este panorama, la incertidumbre y la inexactitud abundan en el mar de información en el cual echamos a nadar nuestra percepción de la realidad compuesta por juicios, pensamientos y conclusiones.


Por lo tanto, el pensamiento de la gente se ha visto bombardeado por especulaciones, miedos, verdades, mentiras, factores culturales, artículos científicos, remedios caseros, política, gráficas y muchas noticias. Pareciera que adquirir demasiada información sería bueno para las personas, pero tal como lo predijo Huxley, no necesariamente. La comunicación, que nos ha abierto las puertas al conocimiento y a la forma de relacionarnos, también nos está boicoteando, derivando un conflicto mental entre creencias e información. Entonces, al no haber una disciplina mental, es decir, falta de educación y la capacidad de discriminar dicha la información, las personas no sabemos con certeza que está ocurriendo. En otras palabras, estamos confundidos. En el mar de información, entender e interpretar la realidad se vuelve más complicado de lo que ya es. Cabe señalar que no me refiero a la educación de tener grados académicos, sino a la educación mental que involucra al pensamiento crítico, filosófico, científico y cívico.

El cerebro del ser humano es una de las muchas cúspides de la evolución. Gracias a él, nuestra especie se las ha arreglado para sobrevivir y, además, nos ha ayudado a comprender el universo y su funcionamiento. Somos la especie que piensa y nos hemos desarrollado por compartir el conocimiento. Desde que nacemos, el cerebro trata de adquirir toda la información posible a su alrededor, primero mediante sentidos y luego mediante preguntas. Estas preguntas tienen diferentes orígenes y propósitos ya que la mente es muy compleja. La inteligencia se clasifica en muchos tipos: emocional, lingüística, espacial, lógico-matemática, corporal, musical, interpersonal, intrapersonal, naturalista, existencial, creativa y colaborativa. Sin embargo, debido a múltiples razones o factores, en algún punto de nuestro desarrollo algunos individuos pierden esa pasión por explorar su mente y limitan su conocimiento a sus propios intereses, volviéndose ignorantes por convicción ante ciertos temas. Las consecuencias de la “modernidad líquida”, diría Zygmunt Bauman. Dicha ignorancia nos está saliendo cara y se están evidenciando las consecuencias de no haber puesto la suficiente atención e importancia a la educación.

El precio de la ignorancia 
La ignorancia ha dado lugar a disfuncionalidades graves, como violencia, intolerancia y la pérdida de valores como respeto y dignidad. Es por esta razón que, en un momento tan crítico y delicado como es la actual pandemia, cuando tenemos que cuidarnos todos porque literalmente nuestra supervivencia depende de ello, hemos sido testigos de atrocidades. Como, por ejemplo, las amenazas a hospitales y personal médico y el abandono de cadáveres en las calles. Peor aún, en lugar de generar empatía por la gente que está sufriendo, muriendo y siendo apilada en bolsas, comenzamos a burlarnos haciendo memes clasistas. Cabe señalar que ser empático no quiere decir que se justifiquen los actos inmorales o antiéticos, sino que debe de hacernos más conscientes de los problemas que estamos enfrentando.

Ahora bien, por el simple hecho de que se tiene que convencer a la gente porque “no cree” en la existencia de un virus ya son números rojos en la calidad de la educación recibida. Tal es el caso de que algunos se han manifestado para que ya termine la cuarentena y les dejen hacer sus actividades normales defendiendo su “derecho a infectarse”, cual si eso fuera una decisión arbitraria de los gobiernos. También aquellas personas que dicen que existe y continúan haciendo fiestas, bebiendo en grupos, o incluso hasta lamiendo superficies. Esto solo empeora la situación para todos: la prolongación de la cuarentena que da lugar a pérdidas económicas e incremento en la pobreza, así como el colapso de los sistemas de salud y la muerte de más personas.

Es impresionante la manera en la han proliferado teorías de conspiración absurdas del origen y “objetivo” del virus sustentadas en argumentos ad verecundiam. Por ejemplo, el Premio Nobel de Medicina, Luc Montagnier, afirmó que el coronavirus fue creado en un laboratorio y la gente lo ha creído solo por tratarse de un premio Nobel. Si bien él tiene mucha experiencia y conoce del tema, eso no lo exenta de las teorías de conspiración o de que se equivoque. De hecho, este premio Nobel ha defendido a la homeopatía y ha apoyado al movimiento de antivacunas. Adicionalmente ha circulado un documental llamado “Plandemic” que afirma por voz de Judy Mikovits, quien también ha participado en campañas antivacunas y varios de sus artículos han sido rechazados por manipulación de datos, que el virus salió de un laboratorio porque hay negocios de por medio. Nadie tiene pruebas contundentes de que esto sea cierto y la realidad es que hay más evidencia que apunta que el coronavirus es de origen natural como miles de científicos han demostrado. Actualmente, todas las grandes editoriales como Springer, Elsevier o Nature han liberado los artículos de sus revistas indexadas relacionados con el estudio del coronavirus. Al día de hoy hay más de 23,000 artículos disponibles así que cualquier persona puede acceder, evaluar y cuestionar los artículos especializados como de divulgación.

Adicionalmente, varios gobiernos y políticos han aprovechado esto para enfrascarse en discusiones que no son más que politiquería en lugar de soluciones eficaces, y mientras tanto la vida de las personas queda de lado. Unos buscan la tragedia a como dé lugar, otros buscan colgarse medallas, otros tienen intereses de por medio, y en Twitter todos somos expertos en todo, opinando sin hacer el esfuerzo en ser críticos. No tenemos la suficiente capacidad de expresarnos correctamente, ni de escuchar a las demás personas. Al final, solo escucharemos aquello que queremos oír alimentando nuestro sesgo de confirmación basado en estereotipos y pocas cuestiones. Esto entonces trae como consecuencia una falta de organización y desesperadamente vamos a creerle a cualquier charlatán que podrían engañar y manipular a las masas, porque como dice el dicho “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

Así mismo, hemos visto gran confusión al momento de interpretar los datos. Las ahora famosas curvas epidemiológicas pueden tener más de una interpretación dependiendo la escala a la que estén, lo que estén correlacionando y la cantidad de pruebas realizadas. De tal forma que han tenido que ser explicadas repetidamente. Entonces, los malos manejos de los términos y conceptos epidemiológicos y matemáticos por parte de algunos periodistas y autoridades, así como el lenguaje usado da lugar a malentendidos. Por lo tanto, no solo estamos lidiando con un virus, sino también con los errores del sistema que potencializan nuestra ignorancia individual y colectiva, la cual no distingue de clases sociales o naciones, sino que incluso se ase de ellas para prevaler.

La educación en México
Pocos gobiernos le han dado a la educación la importancia que se merece y lamentablemente México no es uno de ellos. Desde la institucionalización de la educación hace casi cien años, nos hemos topado con diversos obstáculos. Por ejemplo, la cultura mexicana actual es el resultado de un primer siglo de guerras y otro de crisis, además de que la pobreza ha sido casi inherente a la condición económica del país. Por lo tanto, el machismo, el clasismo, el racismo y los resentimientos sociales han podido florecer y enraizarse en la cosmovisión de las personas. Otro factor es que las diferencias socioeconómicas y étnicas tienen un impacto importante, porque no es lo mismo educar a un niño de Santa Fe que a un niño de la selva Lacandona. Por si fuera poco, la política entorno a la educación nos ha heredado reformas y sistemas ineficientes que han manchado la profesión de los maestros y han limitado la información. Peligrosamente, se ha olvidado la importante contribución de los profesores a la sociedad y frases como “tanto estudiar para terminar siendo maestro” o “soy maestro porque no tengo de otra” son el reflejo de un problema más grave. Adicionalmente, nuestra cultura está estrechamente relacionada con las creencias religiosas. Entonces, de manera general, habrá prioridad por el dogmatismo que por explicaciones científicas. Por lo tanto, estos factores, y muchos otros dignos de análisis más amplios, han influido en la manera en la que la información se ofrece, se propaga y se acepta. Así que se ha llegado a la conclusión de que educar a los mexicanos es complicado. ¿Qué hacer al respecto? ¿Cómo educas a la gente? ¿Cómo cambiamos nuestro sistema educativo? ¿Qué gente le vamos a dejar al futuro?

El beneficio de la educación
No se pueden proponer soluciones simples a problemas tan complejos, sin embargo, como un punto de partida debemos de cambiar la forma en la que vemos a la educación y la inteligencia. Desde el nivel básico la educación debe de estar cimentada en hacer preguntas para motivar la curiosidad, no en solo adquirir datos. Debemos de disciplinarnos a filosofar. La filosofía nunca nos dirá qué es la verdad, pero nos ayudará a desenmascarar aquellas mentiras que nos venden como verdades. Por eso debemos quitarnos el miedo y la pereza de cuestionar y aceptar que muchas veces no sabemos las respuestas para alentar el querer saber más. De esta forma habrá un interés genuino por adquirir información y analizarla. Entonces, se entenderán mejor los fenómenos naturales y sociales para darles una utilidad. Consecuentemente, identificaremos los errores y los evitaremos mediante el pensamiento crítico retroalimentativo.

Si la sociedad se encuentra educada podrá ser más libre, responsable y consciente de sus actos. Esta responsabilidad que cae principalmente en los padres de familia y los profesores ya que son primeros proveedores y controladores de la información. Posteriormente ese compromiso cae en el individuo al decidir qué material consumir aprovechando que en internet se encuentra toda la información recopilada por el ser humano. Literalmente está en la palma de nuestra mano. Asumiendo esto podremos adaptar nuestro intelecto a los cambios de la historia y concentraremos nuestro esfuerzo en las soluciones que necesita la humanidad. Por lo tanto, puede ser concebida como un sistema de retroalimentación y evolución, en el cual se llenan los huecos argumentales mediante el análisis y la abstracción.

Ya que el humano es una especie sociable y que parte de su supervivencia depende directamente de este hecho biológico, la educación debe de alentar las capacidades y habilidades de cada individuo en beneficio a su comunidad. Además, es importante recordar que no todas las personas tienen los mismos intereses o destrezas, pero cada una de ellas contribuye significativamente al progreso como especie humana. Entonces, si bien tenemos la libertad de escoger la información a consumir, es nuestra responsabilidad analizar su calidad. Así las ideas podrán ser discriminadas, dialogadas, contrastadas, evaluadas y promovidas en aras de mejorarnos individual y socialmente. No podemos darnos el lujo de querer seguir siendo ignorantes teniendo miles de canales de YouTube o podcasts que educan. Más aún, teniendo libros electrónicos, Wikipedia y Nature a tres clics de distancia, por mencionar unos ejemplos.

Educarnos no es memorizar datos solo para pasar exámenes, sino aprovechar la información adquirida, ponerla a prueba y obtener conclusiones que ayudarán a mejorar a la sociedad y asegurar nuestra supervivencia. Por eso, ante la complejidad de la realidad, se debe de incentivar a entenderla desde diferentes puntos de vista, tal y como menciona la fábula “Los ciegos y el elefante”. No es que todos tengan que ser científicos o filósofos, sino que se debe de aceptar que en torno a un tema en particular hay evidencia, investigación y muchas ideas. Que hay científicos que tratan de entender fenómenos naturales, históricos, económicos y culturales, así como sus impactos sociales, políticos o ideológicos. Se dejará de observar al mundo como un duelo de tribus y se verá como una especie unida que trabaja para sobrevivir sustentablemente ahorrando millones de dólares optimizando nuestros recursos y esfuerzos, mejorando nuestra salud y disminuyendo la violencia. Debemos abrir la mente a nuevas opciones de pensamiento manteniendo un criterio tal, que la toma de decisiones será resultado de una evaluación que será favorable para nuestra especie. Todo esto suena utópico, pero ponerle más atención a la educación es potencialmente más beneficioso que no hacerlo.

Con educación, podremos alcanzar un segundo renacimiento, en el cual se entenderá que somos parte de una naturaleza indiferente e implacable y que nuestro planeta agoniza en contaminación por causa de la codicia y la avaricia humana. Este enemigo en común que nos hizo ver lo frágiles, necios e ignorantes que somos puede ayudarnos a reestructurar nuestros sistemas socioeconómicos y políticos. No podemos seguir discutiendo a gritos y tapándonos los oídos si es que queremos sobrevivir. Si somos capaces de llegar al espacio, entonces hoy más que nunca tenemos la oportunidad de poder escucharnos, aprender y mejorar. Redoblemos esfuerzos en promover la educación. No nos falta nada, solo la voluntad por aprender.





Fuente: https://www.animalpolitico.com/blog-invitado/pandemia-el-precio-de-la-ignorancia-y-el-beneficio-de-la-educacion/

 Por Jesús Andrés Tavizón Pozos
Jesús Andrés Tavizón Pozos es Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.


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