El aprendizaje activo es siempre la clave, tanto si
se trata de repetir para adquirir hábitos como si se trata de reconstruir la
información para establecer las relaciones funcionales que dan flexibilidad a
las memorias y el conocimiento.
Una subcomisión del Congreso de los Diputados ha
comenzado a trabajar en un pacto educativo para mejorar la calidad de la
enseñanza en nuestro país y dotarla de un marco jurídico estable y duradero. En
este escenario quizá no venga mal una reflexión sobre el conocimiento científico
actual relacionado con las capacidades del cerebro y la mente humana para
aprender y adquirir conocimientos. Ello puede ayudarnos a potenciar lo bueno
que ya tenemos, que no es poco, y a evitar caminos equivocados o infructuosos
que impidieran mejorar la calidad de la enseñanza.
En 1894 Santiago Ramón y Cajal intuyó el mecanismo
fisiológico que hace posible las conexiones o ligamientos entre las neuronas y
ahora la moderna Psicobiología nos desvela los detalles. Las neuronas se
conectan entre ellas emitiendo minúsculos brotes, llamados espinas dendríticas,
capaces de alcanzar a otras neuronas y establecer con ellas nuevas conexiones
(sinapsis funcionales). Para que eso ocurra, el trabajo de aprendizaje ha de
ser capaz de inducir en las neuronas un complicado proceso, que puede durar de
minutos hasta días, y que incluye la activación simultánea o secuencial de
decenas de genes y otras moléculas químicas. Además, muchas de las memorias o
representaciones neuronales sufren un proceso de migración funcional desde los
lugares del cerebro, como el hipocampo, donde originalmente se forman, hasta
otras partes del mismo, como la corteza cerebral. Esa migración puede durar
incluso meses, y resulta crítica para establecer memorias consistentes y
duraderas. Es por ello muy importante una sinergia entre los sistemas
educativos y los propios enseñantes que permita establecer las condiciones que
activan y facilitan dichos mecanismos.
Para adquirir hábitos motores, como conducir un
vehículo o tocar el violín, o mentales, como el cálculo matemático o aprender
una lengua extranjera, de lo que se trata es de formar y fortalecer las
conexiones cerebrales que incitan siempre al movimiento o la respuesta
correcta. En ello intervienen los núcleos subcorticales del cerebro, cuyas
conexiones neuronales son resistentes a su formación, pero muy duraderas una
vez establecidas. La forma de conseguirlo es la repetición, pues es lo que
activa suficientemente el proceso bioquímico que forma, refuerza y estabiliza
las conexiones neuronales pertinentes. Si al aprender no practicamos lo
suficiente, las conexiones interneuronales no se estabilizan y podemos acabar
por abandonar al no sentirnos ni diestros ni seguros en lo aprendido.
Además, en la temprana infancia el cerebro es muy
plástico y tiene más capacidad para establecer conexiones rígidas y potentes
entre las neuronas que en otras épocas de la vida. Ello es especialmente
relevante a la hora de adquirir una nueva lengua, particularmente su fonética,
pues nacemos con una parte de la corteza frontal del cerebro especialmente
capacitada para albergar las representaciones precisas de las lenguas que
adquirimos en la temprana infancia, estableciéndose en áreas diferentes y menos
habilitadas para hacerlo cuando las adquirimos más tardíamente (Nature,
30 julio, 1997). De ello se deriva que solo la inmersión lingüística temprana y
la práctica continuada pueden garantizar un conocimiento preciso y fluido de
una nueva lengua.
Para adquirir
hábitos motores, como conducir un vehículo o tocar el violín, o mentales, como
el cálculo matemático o aprender una lengua extranjera, de lo que se trata es
de formar y fortalecer las conexiones cerebrales que incitan siempre al
movimiento o la respuesta correcta
Pero la situación es diferente cuando se trata de
adquirir conocimiento semántico, como una materia literaria o científica,
caracterizada por su complejidad y variedad interpretativa y expresiva. En ese
caso más que unas pocas y rígidas conexiones, el cerebro necesita establecer
múltiples y flexibles conexiones entre una mayor variedad de representaciones
neuronales, muchas de las cuales se encuentran en la corteza cerebral. La
estructura crítica para establecer ese tipo de conexiones es el hipocampo,
situado en el lóbulo temporal y una de las primeras regiones del cerebro que se
deterioran en enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer.
Cuando el hipocampo funciona se forman memorias
relacionales y flexibles, susceptibles de evocarse en situaciones o contextos
variados y diferentes al que originalmente generó el aprendizaje. Pero el mejor
modo de conseguirlo ahora no consiste en repetir, como en la formación de
hábitos, sino en la comparación y el contraste entre múltiples informaciones.
Las actitudes pasivas, como la simple lectura o la toma de apuntes sin guía ni
objetivos precisos, no son la mejor manera de formar memorias relacionales y
flexibles, pues más bien tienden a formar memorias rígidas, poco útiles cuando
se trata de evocar el recuerdo en un contexto o modo diferente al conocido. Sí
lo son procedimientos como el analizar las diferencias o similitudes entre
textos o informaciones variadas, el buscar la información que permita dar
respuesta a cuestiones concretas, el tratar de explicar, resumir o sintetizar
lo esencial de un texto, el hacer inferencias o deducciones sobre la
información disponible o el buscar soluciones alternativas a las ya conocidas
para un determinado problema. Todas ellas son formas de aprendizaje activo que
incitan a la comparación y el contraste, activando por ello el hipocampo y la
formación del tipo de conexiones cerebrales que albergan las memorias
semánticas. Son formas útiles en todos los niveles de enseñanza, y suelen ser
las que utilizan los buenos profesores para preparar sus clases o dar
conferencias. La mejor forma de aprender es tratar de enseñar, por lo que la
mejor forma de enseñar consiste precisamente en inducir al alumno a hacerlo del
mismo modo.
Solo
la inmersión lingüística temprana y la práctica continuada pueden garantizar un
conocimiento preciso y fluido de una nueva lengua
Nunca debemos engañarnos creyendo que ya sabemos
algo simplemente porque esa es la impresión mental que tenemos. Hay que
demostrarlo prácticamente y ese es también el mejor modo de aprender, es decir,
reconstruyendo el conocimiento adquirido, lo que induce a su comprensión y
permite además descubrir las lagunas inadvertidas sobre el mismo. Eso es
también lo que permite orientar y dirigir la búsqueda de la nueva información
necesaria para completar y perfeccionar lo que ya sabemos. De ahí las enormes
ventajas de procedimientos como los exámenes o pruebas orales, pues incitan al
tipo de estudio anteriormente indicado, el que garantiza la comprensión de lo
aprendido y la flexibilidad en su expresión. Los enseñantes experienciados saben
muy bien cómo se aclara la lengua (o la pluma) cuando se aclara la mente, es
decir, el cerebro. Un estudio con 80 alumnos de instituto en EE UU mostró que
la técnica de aprendizaje que produjo mejores resultados consistió precisamente
en explicar lo que se ha aprendido, más que el encerrarse a releer o incluso
hacer esquemas (EL PAÍS, 30 enero y Science, 11 febrero, 2011).
Además, el aprendizaje distribuido es más eficaz
que el intensivo, pues evita interferencias y da tiempo a que cursen los lentos
procesos que subyacen a la formación de memorias consistentes. Ahora sabemos
también que una de las funciones del sueño consiste en favorecer y consolidar
lo que aprendemos durante el día, por lo que intercalar los períodos de sueño
nocturno entre sesiones de aprendizaje es también una buena manera de
robustecer las memorias. De ahí también que sea más útil estudiar poco con
frecuencia que mucho pocas veces.
Hay modos diferentes de enseñar, pero los más
eficaces son los que asumiendo a priori las características del conocimiento
que se quiere transmitir (p.e. rigidez vs flexibilidad en la expresión del
mismo) incitan la estructura cognitiva necesaria para guiar el aprendizaje
favoreciendo los procesos cerebrales requeridos en cada caso. El aprendizaje
activo es siempre la clave, tanto si se trata de repetir para adquirir hábitos
como si se trata de reconstruir la información para establecer las relaciones
funcionales que dan flexibilidad a las memorias y el conocimiento. Nada de ello
se opone a la llamada libertad de cátedra, pues son muchos y variados los
procedimientos pedagógicos que permiten alcanzar esos objetivos. Pero sí se
oponen a ello las rigideces en la planificación académica y los procedimientos
que impidiendo esa libertad acaban convirtiendo la enseñanza en rutinas
burocratizadas. En definitiva, no son muchas las reglas verdaderamente críticas
para una enseñanza de calidad, incluida la que permite a cada enseñante
adaptarlas a sus propias condiciones y experiencia.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/02/05/ciencia/1517842746_801124.html
Por
IGNACIO
MORGADO BERNAL
Director del
Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, autor de
“Cómo percibimos el mundo: una exploración de la mente y los sentidos”
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