En
artículos anteriores me he referido a la crisis educativa y a la necesidad de
cambios importantes en función de lograr, no solo cobertura, matrícula, sino
calidad.
He
propuesto pasar de una educación informativa, que es la tradicional y
predominante, a una educación formativa, entendiendo esto como el logro en los
estudiantes de valores y competencias.
Traté,
brevemente y como es necesario en este espacio, tres valores: dignidad,
participación y solidaridad. En esta oportunidad escribiré sobre un valor
emergente, la diversidad.
Emergente,
digo, porque la percepción y trato con los otros se hace más bien
intuitivamente y siguiendo unas normas de cortesía. Unas maneras destinadas a
la convivencia y preservación de los grupos que no excluye discriminaciones y
exclusiones. No alcanza la jerarquía de un valor, de un referente mayor para la
toma de decisiones, para los proyectos de vida.
A la
diversidad obligada en un país mayormente mestizo como el nuestro, se agrega la
diversidad en carácter y personalidad, en vocación y aptitud, en tradiciones
familiares y regionales. Un sinnúmero de componentes o rasgos con los cuales la
escuela tradicional y vigente no está preparada para atender. Más bien, su
disposición, muy comentada por teóricos y estudiosos, es homogeneizadora. Una
tendencia que se agrava cuando a ella se agregan propuestas ideologizadoras que
conciben la educación de los humanos como un curso obligado en la persecución
de un ideal al que se la llama el “hombre nuevo”.
La
diversidad hay que cultivarla y ella supone el aprendizaje para trabajar con
otros, con grupos que hacen inmediata y vigente la diversidad. Una formación no
solamente necesaria para una vida mejor y más profunda, sino también para un
mejor rendimiento en la producción económica y el disfrute.
Al
grupo –me refiero a cinco o siete personas, estudiantes trabajando juntos,
exponiendo, investigando, proponiendo– concurre la diversidad: gente buena para
la matemática, la escritura, la lectura, la exposición oral, las ciencias… pero
también dibujantes, pintores, cantantes, deportistas, bailarines.
No es
frecuente encontrar en las aulas trabajo en grupos, ya que lo permanente es
un maestro o profesor monopolizando todos los turnos, hablando. No
obstante, en los grupos también se observa esa tendencia, el que tiene
facilidad de palabra y organización, ocupa los espacios que le corresponderían
a los otros, a los diversos. Una diversidad que tiene sus propios tiempos, sus
propios espacios. Por allí va su cultivo: problematizar para propiciar la
participación de todos desde y en respeto de su propia aptitud y carácter.
Educar
para solucionar problemas pertinentes tropieza con los diseños curriculares y
programas de estudios que están concebidos como largos listados de contenidos u
objetivos, que deben ser dictados por el profesor y memorizados para eventuales
exámenes. Esta es la pedagogía dominante y es la pedagogía que hay que cambiar
si es que queremos lograr una educación de calidad.
Lo digital
agranda y a la vez aproxima el mundo. Las noticias y mayormente las malas
noticias, suelen ser abrumadoras. Pero también hay mucho por comprender y
disfrutar. Hay que estar preparado para ello. Abrir la disposición perceptual y
la sensibilidad para recibir y crecer con la diversidad que ello trae. Un mundo
de intercambios, hibridaciones y fusiones que desde los linderos de Occidente
regresan, como ya regresaron desde los linderos del Imperio Romano, riquezas
mejores que el oro y sus variantes, que por estos campos saqueó el
también imperio español.
Por: Alfonso Molina
Fuente: http://www.ideasdebabel.com/la-calidad-de-la-educacion-la-diversidad-los-valores-por-arnaldo-este/