Desde este blog
sostenemos que la noción de “Calidad Educativa” tiene numerosas aristas, y que
se trata de un concepto político, afectado por diversos intereses. Entonces ¿Qué
miden las evaluaciones PISA? Los siguientes párrafos hacen reflexiones que
pueden ayudarnos a buscar conceptos más apropiados a nuestras puntos de vista.
Pertenezco a la generación universitaria que se nutrió con
lecturas clásicas: Homero, Platón, Aristóteles, Cicerón, Horacio y Quintiliano,
entre otros, que nos mostraron su mundo y nos enseñaron principios de Ética,
Axiología, Dialéctica, Retórica, Antropología Filosófica, Gnoseología y
Ontología que, por fortuna, aún marcan un rumbo del pensamiento contemporáneo.
No nos detendremos -aunque en otra oportunidad valdría la
pena hacerlo- a revisar en detalle fragmentos del pensamiento educativo que
convalide la idea de que los criterios de calidad no son parte del corpus
léxico pedagógico, sino una migración de ideas que, proviniendo del campo de la
mercadotecnia y de la Planificación Estratégica , se aplicaron sin
demasiados escrúpulos teóricos al nuevo discurso educativo. Sólo citaremos a
Comenio que, según Piaget, “contribuyó a crear una ciencia de la educación y
una técnica de la enseñanza como disciplinas autónomas”.
Decía Comenio, en 1657, en el Capítulo x de la Didáctica Magna :
“En las escuelas hay que enseñar todo a todos. No ha de entenderse con esto que
juzguemos necesario que todos tengan conocimientos especialmente acabados y
laboriosos de todas las ciencias y artes. Eso ni es útil por su misma
naturaleza ni posible dada la brevedad de la existencia humana. Ya sabemos que
si se pretende conocer tan extensa como minuciosamente cualquier arte […] aun a
los ingenios más despiertos puede ocuparles toda la vida. […] Y hay que atender
a esto para que no ocurra nada, durante nuestro paso por este mundo, que nos
sea tan desconocido que no podamos juzgar modestamente y aplicarlo con
prudencia y sin demasiado error.”
Habrá que consignar que cuando se hace referencia a la
calidad también se está haciendo a la evaluación. No hay criterio de calidad que no sea
medido en función de ciertos tipos de evaluaciones y sabemos, no hay por qué
ocultarlo, que toda evaluación es arbitraria. Pero ese es otro tema.
En lugar de la estrecha definición sobre la calidad
educativa planteada por la OCDE, nuestro reto estriba en replantearla y
ampliarla, es decir, extender tal criterio hasta lograr el beneficio de una
formación completa, profunda y permanente al alcance de la totalidad de la población. Lo
sustantivo es llegar a institucionalizar diversas modalidades de la formación
de adultos y a facilitar y promover el acceso a ellas, a modificar la
concepción de “gasto educativo” por el de inversión en educación, a garantizar
presupuestos progresivamente crecientes para el desarrollo de las ciencias y
las tecnologías y, entre otras reformas, convocar a una modificación profunda
de los contenidos disciplinarios, tomando en consideración la urgente necesidad
de alentar una formación interdisciplinaria capaz de dar respuestas
consistentes y propias a las exigencias de nuestra contemporaneidad.
Los contenidos de calidad serían, entonces, aquellos que
respondan tanto a las necesidades locales de formación de la población, en
todos los niveles y en todas las edades, como a los desarrollos más complejos
de la producción intelectual universal.
La calidad de las instituciones educativas, por otra parte,
no sólo se sitúa en la mayor o menor capacidad de los estudiantes, de los
docentes y de los investigadores para desempeñar sus tareas sino, también, en
el flujo suficiente de recursos con que se nutran, con la infraestructura que
requiere ser progresivamente más adecuada y ampliada, con el fluido acceso de
la población universitaria -y de quien lo requiera- a la información a través
de bibliotecas y sistemas electrónicos, con laboratorios y salones de clases
confortables y con instalaciones deportivas que cumplan con los requisitos de
la vieja y sabia recomendación helénica de educar al cuerpo y al espíritu. La
calidad de las instituciones educativas -que repercutirá directamente sobre los
actores de las actividades académicas- se verifica en los recursos aplicados
para que estudiantes y académicos tengan la opción de realizar estudios en
otras universidades, sin que ello afecte su adscripción de origen, en
establecer redes de colaboración con licenciaturas y posgrados de todo el país,
con el cofinanciamiento de investigaciones de interés común entre diversas
instituciones y con una flexibilidad curricular que no sea solamente interna
sino universal.
Pareciera, tanto en función de las experiencias propias como
en las tendencias más actuales del pensamiento educativo, que no es posible
lograr la calidad en el comportamiento profesional de los sujetos, sino a partir
de la calidad de las instituciones educativas en las que son formados. Las
instituciones de calidad son aquellas que aplican recursos y cualidades
académicas para que los estudiantes tengan la posibilidad y la libertad de
acceder -independientemente de su origen socioeconómico- a una formación
académica del más alto nivel, capaz de recuperar el sentido republicano de
nuestras universidades. Aspiramos a una formación profesional exigente pero, al
mismo tiempo, cálida, democrática y humanista, que en vez de discriminar
apriorísticamente esté en condiciones de equiparar a sujetos de diversos
sectores sociales, haciendo valer no el origen sino el esfuerzo, el estudio
meticuloso y profundo, la capacidad crítica y la vocación por el trabajo
científico.
Los datos incluidos en la primera parte de esta intervención
pueden ser suficientes -hay más y aún más controvertidos- como para tomar en
consideración que desde nuestras universidades no sólo tenemos que atender los
asuntos internos de todo tipo sino, también, abrir las puertas de las
instituciones y de la inteligencia para afrontar con creatividad los retos
sociales más acuciantes.
No podemos resolver los problemas de pobreza, no podemos
desconocer el peso que los organismos internacionales de crédito tienen sobre
el diseño de las políticas educativas, ni podemos incidir en pro de una mayor
equidad en la distribución de la riqueza. Pero podemos intervenir en esos temas y
en muchos más; el sistema educativo nacional, sobre todo a través de las
universidades, tiene una inmensa posibilidad de articular las tareas académicas
que desarrollamos en todos sus ámbitos del conocimiento con los más sentidos
requerimientos sociales.
Una reconceptualización de los criterios de calidad no
necesita reproducir el control burocrático sobre los actores fundamentales de
la vida académica, sino que podría transformarse en una modalidad consistente y
apta para detectar puntos críticos en el sistema educativo y aunar esfuerzos
para remediarlos. La evaluación, en lugar de ser un dispositivo de sanción
puede transformarse en un instrumento de autocrítica y superación, ya que la
buena educación asegurada por todas las instituciones educativas del país es
una aspiración pública que merece ser cristalizada en hechos.
No es nuestro propósito cuestionar el tema de la calidad
educativa sino, en todo caso, poner entre signos de interrogación el modo en
que se aplicó, y colaborar para el diseño de nuevos criterios más acordes a
nuestras diversas y a menudo contradictorias particularidades.
En el campo político nacional, en toda contienda electoral
el tema educativo debe ser uno de los que discursivamente estén sobre la mesa. Nos gustaría que
los diferentes candidatos, todos ellos, sin distinción alguna, presentaran ante
los universitarios los puntos sustantivos de sus programas educativos y que no
lo hagan desde un discurso inapelable sino a modo de diálogo. Los
universitarios del país constituimos una fuerte corriente de la opinión
pública, consolidada en los últimos años a partir de los esfuerzos realizados
para cumplir puntualmente con las exigencias administrativas en toda su
extensión y en toda su complejidad.
De modo que temas como el de la calidad de la educación, de
la asignación equilibrada de recursos, del impulso a las ciencias y a las
tecnologías, de las estructuras curriculares realmente flexibles, de las nuevas
formas de vinculación entre distintas universidades locales y del extranjero,
de la corresponsabilidad en la titulación, de la reforma académica (tan poco
tratada y tan necesaria) son algunos, sólo algunos, de los asuntos nacionales
respecto a los cuales los universitarios tenemos posiciones que requieren ser
escuchadas y puestas en funcionamiento.
Los temas educativos -todos ellos, desde la comprensión de
lo que sucede en el interior de las aulas hasta las políticas internacionales
al respecto- dejaron de ser exclusivos de los especialistas y de los
involucrados en las tareas académicas y se han transformado en “res publica”,
en una cuestión que interesa a la totalidad de la ciudadanía.
La responsabilidad de las universidades públicas del país no
puede restringirse a aplicar los criterios de calidad impuestos, su mayor
desafío consiste en convertirse en centros de cultura que influyan activamente
en la formación de ciudadanas y ciudadanos conscientes, críticos, analíticos y
participativos. Hombres y mujeres aptos para desempeñar con conocimientos
innovadores y espíritu cuestionador las funciones propias de su profesión y,
además, ejercer virtuosamente su condición de ciudadanos.
Extraído de
José Lema LabadieReencuentro, diciembre, número 050
Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco Distrito Federal, México
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