sábado, noviembre 03, 2012

Las diferentes concepciones sobre la calidad educativa


Desde este blog sostenemos que la noción de “Calidad Educativa” tiene numerosas aristas, y que se trata de un concepto político, afectado por diversos intereses. Entonces ¿Qué miden las evaluaciones PISA? Los siguientes párrafos hacen reflexiones que pueden ayudarnos a buscar conceptos más apropiados a nuestras puntos de vista.



Pertenezco a la generación universitaria que se nutrió con lecturas clásicas: Homero, Platón, Aristóteles, Cicerón, Horacio y Quintiliano, entre otros, que nos mostraron su mundo y nos enseñaron principios de Ética, Axiología, Dialéctica, Retórica, Antropología Filosófica, Gnoseología y Ontología que, por fortuna, aún marcan un rumbo del pensamiento contemporáneo.



No nos detendremos -aunque en otra oportunidad valdría la pena hacerlo- a revisar en detalle fragmentos del pensamiento educativo que convalide la idea de que los criterios de calidad no son parte del corpus léxico pedagógico, sino una migración de ideas que, proviniendo del campo de la mercadotecnia y de la Planificación Estratégica, se aplicaron sin demasiados escrúpulos teóricos al nuevo discurso educativo. Sólo citaremos a Comenio que, según Piaget, “contribuyó a crear una ciencia de la educación y una técnica de la enseñanza como disciplinas autónomas”.


Decía Comenio, en 1657, en el Capítulo x de la Didáctica Magna: “En las escuelas hay que enseñar todo a todos. No ha de entenderse con esto que juzguemos necesario que todos tengan conocimientos especialmente acabados y laboriosos de todas las ciencias y artes. Eso ni es útil por su misma naturaleza ni posible dada la brevedad de la existencia humana. Ya sabemos que si se pretende conocer tan extensa como minuciosamente cualquier arte […] aun a los ingenios más despiertos puede ocuparles toda la vida. […] Y hay que atender a esto para que no ocurra nada, durante nuestro paso por este mundo, que nos sea tan desconocido que no podamos juzgar modestamente y aplicarlo con prudencia y sin demasiado error.”


De modo que, desde una visión educativa que privilegie a los sujetos y no al control administrativo sobre ellos, la aplicación de modalidades para definir la calidad no debería ser un criterio de exclusión que contradiga la vocación humanista y universal de los conocimientos propia de las instituciones educativas públicas.


Habrá que consignar que cuando se hace referencia a la calidad también se está haciendo a la evaluación. No hay criterio de calidad que no sea medido en función de ciertos tipos de evaluaciones y sabemos, no hay por qué ocultarlo, que toda evaluación es arbitraria. Pero ese es otro tema.


En lugar de la estrecha definición sobre la calidad educativa planteada por la OCDE, nuestro reto estriba en replantearla y ampliarla, es decir, extender tal criterio hasta lograr el beneficio de una formación completa, profunda y permanente al alcance de la totalidad de la población. Lo sustantivo es llegar a institucionalizar diversas modalidades de la formación de adultos y a facilitar y promover el acceso a ellas, a modificar la concepción de “gasto educativo” por el de inversión en educación, a garantizar presupuestos progresivamente crecientes para el desarrollo de las ciencias y las tecnologías y, entre otras reformas, convocar a una modificación profunda de los contenidos disciplinarios, tomando en consideración la urgente necesidad de alentar una formación interdisciplinaria capaz de dar respuestas consistentes y propias a las exigencias de nuestra contemporaneidad.


Los contenidos de calidad serían, entonces, aquellos que respondan tanto a las necesidades locales de formación de la población, en todos los niveles y en todas las edades, como a los desarrollos más complejos de la producción intelectual universal.


La calidad de las instituciones educativas, por otra parte, no sólo se sitúa en la mayor o menor capacidad de los estudiantes, de los docentes y de los investigadores para desempeñar sus tareas sino, también, en el flujo suficiente de recursos con que se nutran, con la infraestructura que requiere ser progresivamente más adecuada y ampliada, con el fluido acceso de la población universitaria -y de quien lo requiera- a la información a través de bibliotecas y sistemas electrónicos, con laboratorios y salones de clases confortables y con instalaciones deportivas que cumplan con los requisitos de la vieja y sabia recomendación helénica de educar al cuerpo y al espíritu. La calidad de las instituciones educativas -que repercutirá directamente sobre los actores de las actividades académicas- se verifica en los recursos aplicados para que estudiantes y académicos tengan la opción de realizar estudios en otras universidades, sin que ello afecte su adscripción de origen, en establecer redes de colaboración con licenciaturas y posgrados de todo el país, con el cofinanciamiento de investigaciones de interés común entre diversas instituciones y con una flexibilidad curricular que no sea solamente interna sino universal.


Estaríamos de acuerdo en aceptar y en adecuar a nuestras propias circunstancias, valores y modos de comportamientos privados y públicos, los principios generales enlistados por Climent Giné sobre una educación de calidad, caracterizada por “Ser accesible a todos los ciudadanos; facilitar los recursos personales, organizativos y materiales, ajustados a las necesidades de cada alumno para que todos puedan tener las oportunidades que promoverán lo más posible su progreso académico y personal. Promover cambio e innovación en la institución escolar y en las aulas (lo que se conseguirá, entre otros medios, posibilitando la reflexión compartida sobre la propia práctica docente y el trabajo colaborativo del profesorado). Promover la participación activa del alumnado, tanto en el aprendizaje como en la vida de la institución, en un marco de valores donde todos se sientan respetados y valorados como personas; lograr la participación de las familias e insertarse en la comunidad” y “estimular y facilitar el desarrollo y el bienestar del profesorado y de los demás profesionales del centro”.


Pareciera, tanto en función de las experiencias propias como en las tendencias más actuales del pensamiento educativo, que no es posible lograr la calidad en el comportamiento profesional de los sujetos, sino a partir de la calidad de las instituciones educativas en las que son formados. Las instituciones de calidad son aquellas que aplican recursos y cualidades académicas para que los estudiantes tengan la posibilidad y la libertad de acceder -independientemente de su origen socioeconómico- a una formación académica del más alto nivel, capaz de recuperar el sentido republicano de nuestras universidades. Aspiramos a una formación profesional exigente pero, al mismo tiempo, cálida, democrática y humanista, que en vez de discriminar apriorísticamente esté en condiciones de equiparar a sujetos de diversos sectores sociales, haciendo valer no el origen sino el esfuerzo, el estudio meticuloso y profundo, la capacidad crítica y la vocación por el trabajo científico.



Los datos incluidos en la primera parte de esta intervención pueden ser suficientes -hay más y aún más controvertidos- como para tomar en consideración que desde nuestras universidades no sólo tenemos que atender los asuntos internos de todo tipo sino, también, abrir las puertas de las instituciones y de la inteligencia para afrontar con creatividad los retos sociales más acuciantes.


No podemos resolver los problemas de pobreza, no podemos desconocer el peso que los organismos internacionales de crédito tienen sobre el diseño de las políticas educativas, ni podemos incidir en pro de una mayor equidad en la distribución de la riqueza. Pero podemos intervenir en esos temas y en muchos más; el sistema educativo nacional, sobre todo a través de las universidades, tiene una inmensa posibilidad de articular las tareas académicas que desarrollamos en todos sus ámbitos del conocimiento con los más sentidos requerimientos sociales.



Una reconceptualización de los criterios de calidad no necesita reproducir el control burocrático sobre los actores fundamentales de la vida académica, sino que podría transformarse en una modalidad consistente y apta para detectar puntos críticos en el sistema educativo y aunar esfuerzos para remediarlos. La evaluación, en lugar de ser un dispositivo de sanción puede transformarse en un instrumento de autocrítica y superación, ya que la buena educación asegurada por todas las instituciones educativas del país es una aspiración pública que merece ser cristalizada en hechos.


Si como lo sostienen las organizaciones encargadas de auspiciar la calidad educativa, “la evaluación de la calidad [permite] aprender de los errores y seguir mejorando”, podríamos considerar que hemos aprendido y queremos mejorar.

No es nuestro propósito cuestionar el tema de la calidad educativa sino, en todo caso, poner entre signos de interrogación el modo en que se aplicó, y colaborar para el diseño de nuevos criterios más acordes a nuestras diversas y a menudo contradictorias particularidades.

En el campo político nacional, en toda contienda electoral el tema educativo debe ser uno de los que discursivamente estén sobre la mesa. Nos gustaría que los diferentes candidatos, todos ellos, sin distinción alguna, presentaran ante los universitarios los puntos sustantivos de sus programas educativos y que no lo hagan desde un discurso inapelable sino a modo de diálogo. Los universitarios del país constituimos una fuerte corriente de la opinión pública, consolidada en los últimos años a partir de los esfuerzos realizados para cumplir puntualmente con las exigencias administrativas en toda su extensión y en toda su complejidad.

De modo que temas como el de la calidad de la educación, de la asignación equilibrada de recursos, del impulso a las ciencias y a las tecnologías, de las estructuras curriculares realmente flexibles, de las nuevas formas de vinculación entre distintas universidades locales y del extranjero, de la corresponsabilidad en la titulación, de la reforma académica (tan poco tratada y tan necesaria) son algunos, sólo algunos, de los asuntos nacionales respecto a los cuales los universitarios tenemos posiciones que requieren ser escuchadas y puestas en funcionamiento.



Los temas educativos -todos ellos, desde la comprensión de lo que sucede en el interior de las aulas hasta las políticas internacionales al respecto- dejaron de ser exclusivos de los especialistas y de los involucrados en las tareas académicas y se han transformado en “res publica”, en una cuestión que interesa a la totalidad de la ciudadanía.



La responsabilidad de las universidades públicas del país no puede restringirse a aplicar los criterios de calidad impuestos, su mayor desafío consiste en convertirse en centros de cultura que influyan activamente en la formación de ciudadanas y ciudadanos conscientes, críticos, analíticos y participativos. Hombres y mujeres aptos para desempeñar con conocimientos innovadores y espíritu cuestionador las funciones propias de su profesión y, además, ejercer virtuosamente su condición de ciudadanos.





Extraído de
José Lema Labadie
LA CALIDAD EDUCATIVA, UN TEMA CONTROVERTIDO
Reencuentro, diciembre, número 050
Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco Distrito Federal, México


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