domingo, enero 25, 2009

La Educación Argentina, entre las peores del mundo

Una crisis que no reconoce antecedentes
La investigación de quien fue rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006 acaba con el mito de que el país posee un elevado nivel en sus distintos estratos pedagógicos.

Cómo se sale de una tragedia que compromete el futuro. La educación interesa poco en la Argentina.

Aunque le asignamos gran importancia en el discurso cotidiano, anunciando que ingresamos a la “sociedad del conocimiento”, en los hechos concretos demostramos una escasa preocupación por la educación.

Por eso, es necesario reflexionar sobre la imprescindible necesidad de volver a instalar la idea que la educación formal sigue siendo esencial y, sobre todo, inseparable del esfuerzo. Educarse es un trabajo difícil, complejo que hace uno sobre uno mismo, interesado en el conocimiento por padres y maestros, ayudado por ellos, pero, en esencia, es una labor personal que demanda esforzado trabajo. Esta dimensión se está perdiendo en todos los campos de la realidad social y, muy especialmente, en la educación.

En la reiterada referencia a la “sociedad del conocimiento” coinciden hoy los dirigentes del mundo entero. Buscan señalar así la importancia que en la economía contemporánea ha adquirido la tecnología, producto a su vez, del explosivo desarrollo de la investigación científica. Lo que no se señala con tanta frecuencia es que esa
“sociedad del conocimiento” requiere sacrificios por parte de la sociedad –importantes inversiones en educación y ciencia –, así como de cada una de las personas –el esfuerzo imprescindible para lograr una formación de calidad – para que se advierta en la realidad cotidiana.

No siempre se comprenden estos factores y así se genera la paradoja de querer ingresar a la “sociedad del conocimiento” por la puerta de atrás, por la de la ignorancia. Porque, más allá del hecho de que nuestra sociedad hable tanto acerca de la importancia de la educación, es evidente que no está dispuesta a hacer los sacrificios necesarios para instruir mejor a la mayor cantidad posible de ciudadanos. Asimismo, las familias tampoco manifiestan un marcado interés por el logro académico que supone, inevitablemente, sacrificios personales.

En la sociedad del espectáculo, la educación está incorporándose rápidamente al mundo del entretenimiento “light” y toda apelación al esfuerzo es considerada como una actitud represiva que priva a niños y jóvenes de ese mundo idílico en el que parecieran vivir.

Signos y causas de la crisis.
Todas las señales que denotan la crisis educativa –violencia en las aulas, enfrentamiento de padres con docentes, demandas de “democratización” de la vida escolar, reclamos salariales de los docentes – no son más que las consecuencias visibles de un problema más profundo: la falta de relevancia social de la tarea que llevan a cabo las instituciones dedicadas a lo que, hasta hace poco, se denominaba “educación formal”. En realidad, la sociedad actual está convencida de que para educar a niños y jóvenes basta con exponerlos a la realidad que los rodea porque considera que en ella reside lo valioso. Es decir que la “educación informal” del pasado, ocupa hoy el lugar central, dejando a la escuela la tarea de certificar la educación, independientemente de que ésta se haya o no recibido. Una suerte de ventanilla emisora de constancias.

Los problemas aparecen cuando los jóvenes y sus padres advierten que la escuela –entendiendo por tal a todos los niveles educativos – intenta lograr que el alumno aprenda algo a cambio de esa certificación.

Es entonces, cuando surge la resistencia por varias razones. En primer lugar se generaliza la idea de que lo que se enseña en la escuela “no sirve”. ¿Para qué “sirve” aprender a manejar la propia lengua si quienes hablan en torno nuestro ya no son capaces de construir frases completas? ¿Cuál es la “utilidad” de desarrollar la capacidad de abstracción, que favorece el aprendizaje de la matemática, si nos rodea un mundo concreto, ya dado?

Por otro lado, se está perdiendo la convicción de que es preciso enseñar algo porque la facilidad con la que hoy se obtiene información, volvería inútil el hacerlo. Se olvida, claro, que lo importante es que las personas cuenten con conocimientos que les permitan pensar independientemente, orientarse en la historia, comprender lo que leen, hacer simples operaciones de abstracción.

Además, el individualismo que caracteriza a la sociedad actual hace que cualquier intento de enseñar algo a alguien se interprete como una intromisión en la libertad del otro, a quien hay que dejar así, como ya es. Salvaje, sin cultivar, es decir, inculto. Pero no se advierte que, en lugar de que lo hagan la familia y la escuela, ese ser es construido por un aparato mediático que lo ve como un sujeto consumidor al que debe hacer resistente a toda influencia que no sea la que promueve ese consumo.

Los números que nunca mienten.
Los factores mencionados, y algunos otros, generan la paradoja de pretender ingresar a la “sociedad del conocimiento” sin conocer. En el caso de América latina, los hechos confirman esa paradoja. Cuenta en la actualidad con más de 30 millones de analfabetos, el 40% de sus jóvenes y adultos no completó la educación primaria y casi el 30% de los jóvenes no estudia ni trabaja. Existe, además, una marcada desigualdad social: mientras que los alumnos que provienen del 20% de las familias que reciben mayores ingresos reciben, en promedio, once años de educación, los de familias que se encuentran en el 20% de menores ingresos sólo logran permanecer, en promedio, tres años en el sistema educativo. La Argentina no escapa a estas distorsiones.

El porcentaje de la fuerza de trabajo (personas de entre 15 y 64 años) que no ha completado la educación media, hoy considerada como el mínimo requerido para trabajar, es entre nosotros del 58%. En Canadá, por ejemplo, el porcentaje equivalente es del 16%.

Otro indicador preocupante lo constituye el hecho de que, en el mismo grupo de edad, sólo contamos con un 14% con educación terciaria completa frente a un 38% en Suecia. Las diferencias entre grupos sociales también se observa entre nosotros. Hoy hay alrededor de novecientos mil jóvenes argentinos menores de 25 años que no estudian ni trabajan. Estas pocas menciones comparativas bastan para resumir la enorme deuda social que, en materia educativa, enfrenta nuestro país.

En otras palabras, debemos hacer un esfuerzo para educar a un mayor número de personas. Pero también es preciso tener en cuenta que con eso, no es suficiente. Deberíamos educarlas mejor. Numerosas investigaciones acerca de la calidad educativa demuestran nuestro alarmante retraso. En este sentido, resultan muy ilustrativos los resultados del estudio PISA, una comparación internacional del rendimiento educativo de jóvenes de 14 años realizado en un gran número de países del mundo en el que ha participado la Argentina en los años 2000 y 2006. Del último estudio surge que el
58% de los jóvenes argentinos prácticamente carecen de capacidad de comprender lo que leen. Es preciso tener presente que se trata de jóvenes que están asistiendo a la escuela ya que la investigación se realiza en ese ámbito.

El porcentaje equivalente en países como Finlandia o Corea es de 6%. Otro aspecto preocupante es la escasa cantidad de jóvenes con elevada capacidad de comprensión lectora: mientras que entre nosotros es del 0,9%, en Canadá o Australia se encuentra entre el 10% y el 15% .

En el estudio de 2000 ocupamos el puesto 34 entre los 41 países estudiados y en 2006, nuestra posición fue 52 entre los 57 países. Similares deficiencias se advierten en lo que respecta a los conocimientos en matemática y en ciencia. Así, por ejemplo, mientras que en la Argentina el 56% de los jóvenes posee muy escasos conocimientos de ciencia, en
Canadá, Corea o Japón, se encuentra en esa situación alrededor del 10% de los jóvenes.

Los demás países de América latina comparten esta crisis de la calidad educativa, con algunas diferencias entre ellos, como lo demuestran el estudio citado y otras investigaciones.

Escaso interés por las universidades.
Más allá de la confiabilidad de la valoración de la calidad de las universidades, una cuestión que presenta grandes dificultades técnicas, las investigaciones realizadas coinciden en demostrar el retraso de las universidades de Iberoamérica. Así por ejemplo, entre las doscientas mejores universidades del mundo solo hay cuatro del área y la Argentina está solamente representada por la Universidad de Buenos Aires.

Si se analiza el presupuesto asignado por los respectivos gobiernos al mantenimiento de las universidades se comprueban serias distorsiones. Por ejemplo, mientras que el total de las universidades nacionales argentinas, algo más de 40, insume en 2009 cerca de 2.500 millones de dólares, una sola universidad de México, la Nacional Autónoma, recibe casi 2 mil millones y una del Brasil, la de San Pablo, 1.300 millones.

La cifra asignada a la Universidad de Buenos Aires, que junto a las dos mencionadas figura entre las primeras doscientas en las evaluaciones internacionales, cuenta con un presupuesto asignado inferior a los quinientos millones de dólares, con un número de estudiantes notablemente superior. De allí que el reclamo por el retraso presupuestario de nuestras universidades esté claramente justificado y para fundarlo basta con mirar en nuestro continente.

Uno de los mejores indicadores de las prioridades sociales es el análisis de los presupuestos públicos. En este sentido, resulta ilustrativo comparar los porcentajes del PBI que invierte cada país en educación en general y en educación superior en particular. Los porcentajes aconsejados por organismos internacionales son del 6% y del 1,5% respectivamente. Sin embargo, cuando se arrastra una deuda como la comentada, esos porcentajes deberían incluso ser mayores.

La investigación y el desarrollo: pilares de la “sociedad del conocimiento”.
Otra manera de analizar la posibilidad de ingresar a la “sociedad del conocimiento” es considerar la inversión que un determinado país realiza en investigación científica y desarrollo.

Así, por ejemplo, mientras Japón y los EE.UU. invierten casi el 3% de su PBI, la Argentina está invirtiendo poco más del 0,4%. Es de destacar que en los últimos años se ha promovido activamente la actividad científica y tecnológica, relevancia de la que la reciente creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología es una clara evidencia; aunque es preciso reconocer que queda mucho por hacer en este campo. Seis países de Iberoamérica son los que destinan a la investigación y desarrollo el 95% de los recursos totales que a ese fin se invierten en la región.

Se trata, en ese orden, de Brasil, España, México, Argentina, Portugal y Chile. En lo que respecta a la cantidad de investigadores, ocho países concentran el 95% de quienes se dedican a esas tareas en la región. En orden decreciente de investigadores se ubican España, Brasil, México, Argentina, Portugal, Venezuela, Chile y Colombia.

La participación de la ciencia de América latina en el total de la producción mundial es de alrededor del 3%, habiendo crecido en el último decenio.

¿Qué hacer?
Del análisis anterior, surge con claridad que la sociedad debe volver a mirar con interés a la educación. Los padres deberían comprender su importancia decisiva para la formación de sus hijos como personas y no sólo como proveedora de competencias de trabajo.

Estas siguen siendo las mismas de siempre: comprender lo que se lee, poder expresarse, contar con capacidad de abstracción. La sociedad debe invertir los recursos necesarios para la educación ya que esta, junto con la salud, constituye el factor esencial para garantizar la igualdad de oportunidades y el progreso social.

Hay que replantear el sentido de la escuela. Los padres tienen que decidir si pretenden que sus hijos aprendan algo concreto a la vez que desarrollan sus competencias intelectuales. De ser así, deberán encaminarlos hacia las aulas en actitud de alumnos. Si buscan que los entretengan bastará con seguir cuestionando a la escuela y victimizar a sus hijos, concibiéndolos como criaturas ya terminadas para quienes la escuela es una experiencia opresora a ser superada cuanto antes.

Sólo cuando se revalorice socialmente la educación, se jerarquizará a los maestros, factor imprescindible para volver a poner en marcha el sistema. Sin maestros capaces y respetados, no existe educación de calidad.

Lo que resulta claro es que a la “sociedad del conocimiento” se ingresa por la esforzada puerta del conocimiento y por eso, de la actitud que asumamos en relación con el objetivo de la educación dependerá el destino de cada una de las personas y de nuestra sociedad.

Texto completo con gráficos ilustrativos se encontrará en
http://www.perfil.com/docs/dossier_educacion.pdf

1 comentario :

Gabriel Roizman dijo...

El diario perfil no es muy confiable y me parecen que confunden datos deAmèrica LAtina con los de Argentina intencionalmente.

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